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El odio transgénero
La alta vulnerabilidad de las mujeres en su integridad es indiscutible. Existen motivos de sobra para manifestar la indignación ante la impunidad que existe y que lleva a situaciones de impotencia, lo cual podría explicar el que haya escalado a los niveles de violencia como ocurrió en la movilización femenil de 12 de agosto.
Es muy oportuno identificar la delgada línea que existe entre la exigencia de justicia y la expresión de los odios.
La transgresión no solo es una forma de lucha política sino también un forma de ejercer el poder. Al igual que la violencia, es necesario que exista una propuesta para modificar la realidad. Cuando se carece de ello no se hace revolución sino revuelta. Termina siendo una liberación de los odios que puede conducir a un laberinto.
El odio es una emoción que surge en la sique de alguien o en un colectivo humano; el odio puede derivar de la ira y engendra violencia en relaciones tanto directas como indirectas.
Suele analizarse el odio como una elección racional de un comportamiento irracional; por ejemplo, el odio entre miembros de una pareja de hecho o en un matrimonio.
La violencia, sin embargo, es una acción, consecuente con una emoción, de enorme repercusión mediática en los casos de violencia de género en la relación de pareja.
Para que exista violencia no tiene necesariamente que existir uso de la fuerza física; basta con que se utilice una fuerza emocional como sucede en el acoso (como el bullying). La violencia física se observa en el maltrato, en algaradas y revueltas en la vía pública.
Suele sacarse de contexto la frase de Carlos Marx de acerca la violencia como la gran partera de la historia. Pero no se refería a la agresión física sino a la acción consecuente de enfrentar al orden establecido para poderlo transformar.
La vía armada, la transgresión (en otro tiempo desobediencia civil), son formas de violencia. Se constituyen en revolucionarias cuando hay propuesta de un nuevo orden o de nuevos paradigmas.
Pero cuando la animadversión, el rechazo y la destrucción física del oponente se vuelven el eje de la movilización, entonces solo hay odio y eso no revoluciona.
Algunas de las frases pintadas en diferentes muros del escenario de protesta, no deben minimizarse. Reducirlas a nivel de puntadas o exabruptos implica negarnos a ver una realidad que ya nos está retando. La expansión del odio.
En los 70, una parte del feminismo cometió el error de convertirse en una forma de discriminación sexual y reproduciendo la conducta machista. Se empezó a ejercer un machismo femenino.
Si el feminismo se vuelve odio sexual, solo se estaría cambiando la forma de la dominación. La mujer sometiendo al hombre y se pierde de vista que el objetivo es la erradicación de la violencia de género, en este caso y en lo general, violencia que perpetra un orden desigual e inequitativo.
Si atendemos a la violencia de género, el odio es un bien emocional que se consume y disfruta; se produce con algún costo y genera beneficios para el maltratador y costos para quien es maltratado.
La vulnerabilidad de las mujeres es parte de las formas de violencia de que estamos siendo objeto la mayoría de las personas. Existe un modelo de violencia de carácter intergeneracional, donde se un capital social negativo; es decir, se acumula violencia por imitación de conductas y el odio se convierte en natural y cotidiano, una forma más de vida.
En la actualidad, se enfrentan a varias formas traslapadas de violencia y opresión en nuestra lucha diaria por la sobrevivencia y superación. Estas formas de violencia existen a nivel interior (dentro de nosotros mismos), interpersonal (entre las personas), e institucionales (entre instituciones e individuos).
El feminismo es tan diverso como lo son las mujeres y en ese movimiento es natural la existencia de diversas expresiones. Pero las transmisiones de odio, no generan revoluciones sino revueltas.
La barbarie nunca construye nada firme, porque su fuente es el odio y solo con odio puede subsistir, diría la abuela.