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Insensato regocijo
Finales de película
Tras casi dos semanas de armonía, de historias alegres, de abrazos, reconciliaciones y buenos deseos, hagan de cuenta una película de Disney, habrá que esperar para saber si el final será feliz, o el de siempre.
Luego de la jornada electoral, muchos esperaban (sin ansias) el anticlímax, la escena trágica del buen cine mexicano, a lo Indio Fernández, Iñárritu, por no decir que a lo Robert Rodríguez: Machete kills… the romanticism.
Esperábamos el golpe, pero este no llegó, al menos no ha llegado todavía.
Al contrario, semana y días después, los ánimos y las buenas noticias no dejan de llegar: la bolsa no hace crisis, el peso no se desploma, y los grandes capitales no salen del país.
Al contrario, cada día hay una nueva nota alimentando el optimismo o, al menos, paliando la desesperanza: que los empresarios dicen que le entran, que se la van a jugar, que los del PRI y el PAN asumen su realidad, que se reconocen oposición, minoría, y que esperarán la calma tras el tsunami lópezobradorista.
Pero el morbo y la costumbre obligan la pregunta: ¿quién será el primero en la escena pública que rompa la burbuja y desaparezca la calma?
Y el optimismo, aprehensivo, advierte: el primero que lo haga, demostrará que en la paz y la armonía no se nos da, que necesitamos la crudeza de la realidad que era, desmesura, pleito, odio y revancha.
Y sí, varios por ahí levantan la mano, manotean, desde ambos bandos, voluntarios para cargar con ese lastre, con la triste fama de arruina fiestas.
Como adictos a la mala vida, ya muchos acusan, cuestionan, reprochan, critican, insultan, escupen, vomitan. Defensores y detractores enfrascados de nuevo en pleitos interminables, que si ahora sí, que ahora no, que si la gasolina, que si el aeropuerto, que si las reformas, que si los maestros, que si el petróleo. Por qué piden respetar ahora, los que no respetaron antes, cuando perdieron. Si ustedes no callaron entonces, ¿por qué nosotros tendríamos que callar ahora?
Por eso, mencionarlos no vale la pena, pues al hacerlo, comenzaremos a reproducir, como en los últimos años, el escándalo y el desarreglo crónicos.
Lo malo y no lo bueno.
Y porque también hay muchos que dicen: ¡Basta! Porque también hay mexicanos que, falsa o real, desean que esta escena nunca se acabe… al menos no tan pronto. Aunque también les cueste entenderla o creerla, por falta de costumbre, quieren que dure.
Que también piden y exigen que se mantenga la actitud madura y serena de la clase política, porque esto que antes parecía un circo, también es un país, el nuestro, el de todos.
Y que incluso sugieren, o mejor dicho invitan, a todos, a todo el resto, a sentarse a la mesa. No para dejar de lado las diferencias, al contrario: para ponerlas sobre la mesa, encontrar coincidencias y, a partir de ellas, intentar construir un proyecto común.
Si nos parece un despropósito o algo imposible, entonces que nadie se diga sorprendido o indignado cuando los políticos vuelvan al engaño, al dolo, a sus viejos vicios.
¿Somos o nos hacemos? ¿Merecemos malos gobiernos o se nos parecen? Porque los gobiernos y sus políticos son, en cierto modo, espejos de su pueblo, de nosotros. Si ahora que la mesa parece servida, seguimos rompiendo platos y tirando la comida, que después no nos extrañe, cuando los políticos se sirvan otra vez con la cuchara grande.
Nos guste o no, en esta película todos somos actrices y actores. Algunos protagonistas, otros secundarios, unos de relleno, extras y dobles, pero todos somos parte del reparto. Sea cual sea el argumento, quede como quede el final de la historia, no solo dependerá del mero mero, del galán o la galana, ni de los héroes. Dependerá de todos, y de que cada uno haga lo necesario para que termine como queremos que termine.
¿Podremos anteponer el interés personal al colectivo? Si queremos demostrar que somos mejores que los gobiernos, sean los que sean, hagamos cotidianos los buenos hábitos y las buenas acciones que ellos no han demostrado.
Para variar, ¿seremos capaces de cambiar juntos el final de la película? Espero que sí, no seríamos los primeros ni los últimos, las vedettes y los villanos han existido siempre, pero son más recordados sus fracasos, que sus victorias. Es cierto, el buen cine mexicano tendrá pocos finales felices, pero está colmado de poesía.
Por eso, sería mejor recordar lo que dice López Velarde en ‘Suave Patria’:
“Navegaré por las olas civiles con remos que no pesan, porque van como los brazos del correo chuan, que remaba la Mancha con fusiles.
“Diré con una épica sordina: la Patria es impecable y diamantina”.