Sin mucho ruido
Más sobre el cinismo postmoderno
Estoy convencido de que el peor enemigo del cambio al que convoca Andrés Manuel López Obrador es el cinismo, ese sentimiento de desconfianza de que algo no saldrá bien, la creencia de que, en el fondo, todas las personas son egoístas, tramposas y poco fiables, particularmente si se dedican a la política.
Lamentablemente, el cinismo que prevalece entre los mexicanos de estos tiempos es una versión postmoderna que dista mucho de la actitud cínica originaria, que recurría a la burla, la ironía y el sarcasmo para desafiar a la cultura imperante y al poderoso. Irónicamente, hoy el cinismo parece servir menos al cambio, y mucho más al statu quo.
Para los cínicos mexicanos, en las historias de la transición presidencial nada les parece creíble, nadie les resulta digno de confianza. Todo o casi todo lo ven con suspicacia, detrás de los cambios aparentes se esconde la mentira de siempre.
El filósofo español Francesc Torralba, sostiene que “el cinismo postmoderno es una expresión del nihilismo. El cínico postmoderno ya no cree en nada, ni en la Patria, ni en la Revolución, ni en el Partido. Ha dejado de confiar en las grandes palabras. En su alma habita el más inquietante de los huéspedes: el nihilismo. Parte de la idea que todo lo sólido se desvanece en el aire, por lo cual, la lucha carece de sentido, como también la revolución”.
En febrero de 2010, en su columna del diario El País, Torralba escribió que “el cínico es el último eslabón del criticismo, la consciencia desgraciada de la Ilustración, el gato escaldado por las ideologías. Como insinúa Peter Sløter-dijk, sólo se mueve por el instinto de auto conservación a corto plazo”.
Más adelante dice que el cínico “es un conformista que lleva tatuada en su epidermis la mentalidad TINA (There is no alternative), pero aparenta creer en algo, da la impresión que tiene convicciones y, de hecho, sigue en el Partido, en la Iglesia o en la ONG de turno, pero sólo él sabe que ya no cree en nada más que en conservar su statu quo. El cinismo difuso es el gran mal a combatir, una especie de virus que campa a su aire por el mundo social y político”.
Peter Sløter-dijk, citado por Torralba, es un filósofo alemán autor de un extenso libro llamado, justamente, ‘Crítica de la razón cínica’, donde expone cómo el cinismo “pasó de ser una insolencia plebeya a una prepotencia señorial, algo que se expresa en múltiples aspectos pero que resulta ostensible cuando observamos cómo la ironía dejó de ser un desafío al poder, para ser el síntoma de la prepotencia de quien ya no le alcanza con tenerlo todo, sino que ha decidido mostrarlo y humillar al que nada tiene”.
Torralba señala que “el cínico se mira con indiferencia los avatares de la historia. No cree en el poder de la razón y experimenta pasivamente cómo se embrutecen las masas con los medios de comunicación audiovisual y cómo se atrofia la democracia. Viendo cómo va el mundo desde el sofá de su casa, el cínico, víctima de una sobredosis de telebasura, se pregunta para qué ha servido la cultura de la crítica, la escuela de la sospecha, los grandes maestros pensadores”.
Explica que “el cinismo es una secreta forma de desesperación y de resentimiento contra toda forma de pensamiento alternativo. En la vida política está alcanzando tal magnitud que uno tiene que luchar firmemente contra su escepticismo para no tirar la toalla. Muchos jóvenes ya la han tirado. No se creen a los políticos cuando hablan y, sin embargo, están sedientos de referentes sociales, de arquetipos ejemplares, de razones por las que merezca la pena luchar. Tienen hambre de épica”.
Torralba advierte que “el cinismo genera desconfianza y desesperanza. Frente a él es necesario repetir una y otra vez que otro mundo es posible (y necesario). Contra el fatalismo histórico que anida en el alma del cínico, es esencial reivindicar el poder de la razón y de la participación, la indignación frente al mal y las estructuras de injusticia que ahogan el mundo. Nos conviene recordar que toda realidad viene precedida por un sueño”.
Al final de su columna, el filósofo refiere que “el cinismo es el fruto maduro del nihilismo finisecular. Friedrich Nietzsche lo predijo, pero no nos dio herramientas para liberarnos de él. Después del fracaso de las utopías, llegó el nihilismo y, con él, el cinismo. Pero, después del cinismo, ¿qué podemos esperar? Nadie lo sabe con certeza”.
En ese sentido, como si respondiera las dudas y temores de los cínicos mexicanos, Francesc Torralba considera que “será necesario forjar nuevos horizontes de sentido, anclados en el conocimiento real del ser humano, pero con la memoria despierta, pues, de otro modo, podríamos tropezar, una vez más, con la misma piedra”.