Teléfono rojo
Versiones del cambio
Pensantes lectores de este escribidor, ¿cuál sería la mejor versión del futuro inmediato que piensan para el país? ¿Cómo sería México si López Obrador cumpliera el cambio prometido? ¿Cómo imaginan en realidad lo que convenció -sumando los votos de Andrés Manuel, AMLO, Ricardo Anaya y Jaime Rodríguez Calderón-, a poco más del 80 por ciento del electorado?
Aunque la convocatoria del cambio fue amplia y evidente, la idea parecía y parece vaga y difusa en el imaginario colectivo.
Incluso la Cuarta Transformación ofrecida por López Obrador, aunque ambiciosa y por ende atractiva, para muchos sigue pareciendo apenas un enunciado impreciso y subjetivo.
“Buscaremos emprender una transformación pacífica y ordenada, sí, pero no por ello menos profunda que la Independencia, la Reforma y la Revolución; no hemos hecho todo este esfuerzo para meros cambios cosméticos, por encimita, y mucho menos para quedarnos con más de lo mismo”, dijo en su cierre de campaña.
“Lo que yo quiero es que, hacia delante, cero corrupción, cero impunidad, que tengamos un verdadero estado de derecho. Al margen de la ley nada y por encima de la ley nadie. No estado de chueco”, reiteró varias veces.
Híjole don Peje, con mucho respeto y total sinceridad, la idea de ese México transformado por cuarta ocasión tampoco parece suficientemente precisa y clara en su imaginario presidencial ni en los meros-meros y más cercanos colaboradores.
Quizá me equivoco, pero estoy seguro de que no pocos paisanos, como su humilde servidor, agradecerían harto si pinta con más peras y manzanas la imagen del cambio que pretende.
Que además de presentar planes, programas, acciones, obras, reformas, de exponer datos, cifras, cantidades y presupuestos, describiera con más detalle las bondades y virtudes del cambio en la identidad, cultura, ánimo y moral del pueblo mexicano. Que además de la ruta y el camino, precisara mejor el destino al que nos llevaría como capitán de nuestra embarcación.
Una imagen más clara y definida de la tierra prometida.
Como el ‘American Dream’ al que convocó a los gringos en 1823 su sexto presidente, John Q. Adams: “Vida, libertad y búsqueda de la felicidad”, en todos los aspectos: político, social, económico, cultural; impulsados por el individualismo, la ética del trabajo, el pragmatismo, el optimismo, la movilidad social, la dignidad humana, la filantropía, el bien común, la democracia y los derechos civiles.
O como los ‘Sentimientos de la Nación’ que declaró José María Morelos y Pavón el 14 de septiembre de 1813 en Chilpancingo, el día en que se instaló el primer parlamento constituyente. De los veintitrés puntos incluidos, destaco los siguientes: Declarar la independencia y libertad de España, de cualquier otra Nación, gobierno o monarquía; establecer que la soberanía dimanaría del pueblo; que el gobierno se dividiría en tres poderes; reducir el tiempo de los jornales y procurar mejores costumbres para las clases marginadas; moderar la opulencia y la pobreza para lograr una mayor igualdad social; proscribir la esclavitud y la distinción de castas para siempre.
Y obviamente, como las otras tres transformaciones en la historia de México: Independencia, Reforma y Revolución. En circunstancias y tiempos distintos, pero todos fueron paradigmas que cambiaron mucho más que líderes, políticas y programas de gobierno.
Porque el paradigma modifica todas aquellas experiencias, creencias, vivencias y valores que repercuten y condicionan el modo en que las personas ven la realidad y actúan en función de ello.
Porque la sociedad en la que vivimos impone modelos a seguir en todos los ámbitos de nuestra vida, patrones de conducta que consciente o inconscientemente decidimos adoptar.
En consecuencia, para convocar a transformar juntos la historia se necesitan más que enunciados y cambios económicos, por ambiciosos y atractivos que parezcan. Para merecer y conquistar el respaldo y la participación activa de la mayoría, no alcanzan las victorias electorales, por contundentes y amplias que sean. Para construir verdaderos paradigmas, no basta prometer las ideas básicas del cambio en el imaginario colectivo.
“Las sociedades están en un período de crisis de paradigmas, lo que significa una oportunidad para que los jóvenes aporten con nuevos pensamientos que satisfagan las necesidades sociales”, sostiene Eugenio Paladines, investigador y catedrático ecuatoriano de la Sorbona, la histórica universidad francesa.
Para lograrlo, agrega, “las universidades deben generar en los jóvenes nuevas ideas que les permitan ser autocríticos y los conviertan en personas ilustradas, capaces de elaborar sus propios conceptos. Con esas nuevas ideas y pensamientos se podrán cambiar paradigmas y construir nuevas realidades”.