“Acapulco se transforma contigo”; ¿con quién?
Entre chairos y fifís
Me dijeron Chairo por primera vez en mi vida, nueve días antes del sábado en que AMLO tomó protesta como presidente de la República. Luego de casi ocho meses evitando debates, discusiones, alegatos y pleitos entre detractores y fieles del tabasqueño, con espesos adjetivos y sustantivos diluídos, sin regalar a nadie oportunidad, motivo y pretexto, de repente, sin advertencia ni argumento de por medio, una dizque ‘amiga’ estropeó mi racha invicta en redes sociales.
“Acabas de destaparte como defensor (y quizás integrante ya) de la mejor conocida ‘Transformacion de Cuarta’??? Uffffff. ¡Cómo joden los Chairos con tal de defender a ciegas todo lo de Morena, parecen plaga!”, así nomás me soltó en Facebook nueve días antes del primero de diciembre.
Antes de terminar de leer su comentario, mi cara se puso colorada-colorada, como cachete de toluqueño, mientras susurraba improperios para no engancharme y revirarle algo de equivalente calaña.
“¿Pos qué onda se trae?”, farfullé entripadísimo. Lo primero que se me antojó responder fue “¡eres una Fifí!”, pero luego-luego me arrepentí. Inhalé y exhalé hondo tres veces tratando de apaciguar el enmuinamiento. Dejé pasar quince segundos antes de teclear opciones tan contundentes y malvibrosas, pero civilizadas y decorosas. Irónicamente, la que publiqué al final se alejó tanto del estilo Chairo, que sonaba demasiado Fifí.
“Lo único que defiendo es la construcción de acuerdos sin renunciar a discrepancias personales, debatir con inteligencia y serenidad. Si te parezco un chairo, lo lamento”, concluí onda melodrama telenovelero.
Reconozco que fui incapaz de tragar con elegancia el trago amargo. Y es que la palabra ‘Chairo’ siempre me pareció ofensiva y desafortunada, desde que el PRI y/o el PAN la insertaron en la narrativa principal de sus campañas, con el complaciente aval de sus electores.
¿Y por qué hasta ahora lo dices?, me preguntarán. Fácil, porque si me molestaba oirla decir en contra de otra persona, me molestó mucho más oirla decir en mi contra.
El hecho es que siempre me pareció ofensiva y desafortunada, por lo que significa y por la intención y el sentido con que se usó y se usa en la coyuntura electoral de este año.
De acuerdo con especialistas del Colegio de México, Chairo es un sustantivo y adjetivo peyorativo que significa “persona que defiende causas sociales y políticas en contra de las ideologías de la derecha, pero a la que se atribuye falta de compromiso verdadero con lo que dice defender”.
En palabras con lengua lampiña del estigmatizado escribidor, para la dizque amiga soy una persona simuladora, socialista diletante, incoherente, dogmática, intolerante, y carente de lo que presume.
¡Tómala Solís! La etiqueta ofende a cualquiera con mediana inteligencia, honestidad, educación, lógica, sentido común y buena fe, ¿o no?
Pero lo más ofensivo y desafortunado de la palabra es el sentido y la intención con que se dice Chairo a los de Morena, por discriminatoria, clasista, intolerante, despótica, agresiva, y descaradamente antidemocrática.
Según la definen sus adversarios, el Chairo es una persona pendeja, ilusa, transa, irracional, fanática e incondicional adoradora de un tirano delirante, mentiroso e irreponsable. En palabras llanas, para mi estigmatizadora amigaish soy, tengo y padezco todo lo anterior.
¡Retómala Solís! La etiqueta insulta a cualquiera de mediana cultura, información, madurez, capacidad, y dos dedos de frente, ¿qué no?
Aún más ofensiva y desafortunada es la intención de Chairo como arma retórica en la discusión política: “¡Eres un Chairo!”, exclaman en pleno fragor de una batalla verbal contra uno o más aliados del ‘señor López’, clausurando unilateralmente el ‘debate’.
Por eso, desde las campañas, traté de evitar los desencuentros entre fieles y detractores de AMLO. Hasta que la citada dizque amistad me tildó de Chairo. Pa’ qué les miento, en ese momento sentí bien gacho. Me dieron ganas de revirar el recíproco ‘Fifí’, pero resistí porque la palabra me parece casi tan ofensiva y desafortunada. Casi, porque comparada con Chairo, Fifí (“persona de modales y actitudes delicados y exagerados”) suena tan baladí como carrilla ligera entre cuates.
Sin embargo, resistí porque Fifí es un eufemismo del menos popular Derechairo y, como los Chairos, los Fifís también ignoran los matices, para ambos todo es bueno o malo, verdad o mentira, se inclinan por un reduccionismo sin contextos, se asumen ejemplo de la virtud y la ética, y quienes no coinciden con ellos, están equivocados.
La pugna entre Chairos y Fifís agudizó la polarización ideológica y política, con claros matices clasistas, que se vive en México tras la victoria de López Obrador.
Aunque la polarización comenzó en las elecciones presidenciales de 2006, la disputa revivió en 2018, cuando AMLO tildó de Fifís a algunos representantes de la “prensa conservadora”. Desde entonces, los medios han alimentado el debate reiterando de manera sistemática esta división.
Un claro ejemplo fue la polémica sobre el NAICM, cuando los sectores más conservadores adoptaron el término Fifí y salieron a protestar. En algunos casos extremos, también se utilizaron consignas propias del fascismo, al ampliar las protestas contra el aeropuerto a un repudio abierto contra la caravana de migrantes hondureños.
Entre ambos, Chairos y Fifís, se ha generado una sin escuchar al otros personas, asumiendo la discusión pública como un espectáculo vanal, y no como un debate para construir acuerdos.
“Queremos convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno”, subrayó el hoy presidente López Obrador en su discurso de toma de protesta. Pero la fraternidad será imposible si nos seguimos viendo como Chairos y Fifís, y no como mexicanos.
Un sexenio puede ser muy largo o muy corto. Deberá predicar pronto con el ejemplo, cambiar la narrativa de candidato en campaña por la de presidente en funciones, si quiere convencer a todos, aliados y opositores, de que su gobierno es capaz de ofrecer mas sustancia que adjetivos.