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Médula
Somos lo que hacemos
“Queremos convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno”, enunció Andrés Manuel López Obrador en su primer mensaje como presidente.
Me gustó mucho como declaración de principios y destino para una Cuarta Transformación de México, me gustó como ideario humanista para su ambicioso proyecto. Y es que, a pesar de ser nada más que un enunciado, ¿cómo resistir la promesa de una conversión tan virtuosa de nuestra forma de vida y de gobierno?
Supongo que AMLO sabe y entiende que convertir es mucho más difícil y complicado que enunciar; por lo mismo, supongo que también sabe el significado exacto de tales principios, y entiende lo lejos que parecemos de semejante destino.
No quiero ser muy pesimista, dejarme llevar por el temor aprehendido, ni por la rabiosa suspicacia de sus detractores.
Porque la honestidad se refiere a un conjunto de atributos personales, como decencia, pudor, dignidad, sinceridad, justicia, rectitud y honradez en la forma de ser y de actuar.
Atributos que, al menos desde la percepción pública en estos tiempos, se antojan muy escasos y poco respetados.
Tampoco quiero ser muy optimista, contagiarme de la euforia desmedida ni el apasionado entusiasmo de sus seguidores.
Porque la fraternidad se refiere al afecto y el vínculo que existe entre hermanos, o entre quienes se tratan como tales, y es sinónimo de hermandad, amistad y camaradería.
Justo el antónimo de la enemistad que a menudo parece definir la conciencia colectiva.
En medio tantas posturas y versiones contradictorias, ¿se podrá convertir la honestidad y la fraternidad en forma de vida y de gobierno? Entre tantas dudas y opiniones polarizadas, ¿será sensato creer en algo que suena más a utopía que realidad?
La idea recibió poca o nula atención reporteril y minúsculo interés editorial en los espacios de la prensa tradicional. Quizá pareció demasiado banal para incluirla en la agenda del debate político en medios. Quizá por eso, en redes sociales, la idea apenas inspiró un trío de memes, y ni chance para volverse trending topic.
Lo entiendo, ta’ cabrón cambiar tanto de la noche a la mañana. Creerlo sería un acto de fe, una esperanza parecida a la Navidad, perfecta pero irreal.
“Cuál es entonces, según tú, el verdadero significado de la Navidad?”, me preguntó mi padre en la sobremesa, un poco fastidiado por mi pomposo grinchismo. “Eeeeh… pues unión, armonía, confianza, amor, ¿no?”, respondí errático ante la alevosa pregunta paterna.
Como Navidad, la utopía también ofrece la idea de un mundo no real pero, en este caso, posible y por lo tanto realizable. Por eso me gustó la propuesta de López Obrador, la idea utópica, pero atractiva y seductora, de un sistema de gobierno que concibe una sociedad perfecta y justa, donde todo sucede sin conflictos y en armonía.
Sin embargo, más allá de la aparente candidez del concepto, la utopía cumple tres funciones básicas, tan reales, como útiles y necesarias en coyunturas como la nuestra. La primera, servir de meta y orientación hacia dónde llegar; la segunda, servir de ‘espejo’ y ‘patrón’ para medir la realidad política y social; y como consecuencia, la tercera función de la utopía es servir de herramienta crítica.
De manera abstracta, los conceptos de honestidad y fraternidad implican siempre nociones de unión, reconocimiento, de respeto mutuo y absoluto de la dignidad del otro, acompañamiento, confianza, asentimiento, adhesión y un montón de vínculos emocionales y psicológicos relacionados con crianza y experiencia de vida.
Nociones similares a las que debiera contener la política, en el mejor de sus sentidos. En el fondo, el servicio primordial de la política es más sencillo y claro de lo que parece. En su sentido más realista y pragmático, la política es una forma de ejercer el poder con el propósito de resolver o minimizar los intereses en conflicto que se producen dentro de una sociedad.
Podríamos comenzar por ahí, con las acciones básicas de la política.
AMLO quiere “regenerar de verdad la vida pública de Mexico”. El gobernador Héctor Astudillo cree que “el respeto y el diálogo nos llevarán a tomar los mejores acuerdos por Guerrero y por México”.
No parece utópico convertir esas palabras en hechos, caminar en esa dirección para no seguir atorados en conflictos estériles que no llevan a ningún lado. Eso esperamos de ambos. Así debemos entender, clase política y sociedad civil, el mandato electoral del primero de julio.
La utopía, como dice el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano:
“Ella está en el horizonte.
Yo me acerco dos pasos y ella se aleja dos pasos.
Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré.
¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar”.
Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos.