
Teléfono rojo
Víctimas de la resignificación
Desde hace un par de semanas he andado bien sabe qué modo -como dicen en Guanatos cuando intuyen algo sin precisar-, en mi caso, un ánimo entre melancólico y depre, agüitado y cínico, malhumorado y pesimista. Como hartos lectores saben, en estos tiempos y lares nuestros es muy fácil andar oscilando entre emociones y sentimientos indeseables, de la incertidumbre al miedo de que, sin gozo previo, todo pueda irse al pozo.
Pero antes de que me vean con cara de ‘¿qué onda con este wey y sus cuitas?’, déjenme explicar (si no lo saben), o repasar (si ya) la definición del título de esta entrega, pa’ que luego juzguen la razón o sin razón de mis cuitas aparentemente personales.
De acuerdo con la Real Academia Española (RAE), significación “es el proceso y el resultado de significar aquello que actúa como un signo o una representación de algo que permite expresar un pensamiento colectivo”.
Aunque la RAE no define resignificación, se entiende que la inclusión del prefijo re- hace referencia a ‘volver a significar’, es decir, encontrar un nuevo significado o sentido a una situación, un síntoma, o una conducta.
En fin, para no marearlos con más choros, por eso andaba de sabe qué modo, buscando por doquier el significado de nuestra situación, algún síntoma para entender nuestras conductas colectivas. Tratando sin éxito de encontrarle sentido a tanta discrepancia, polarización y división, a tanto desencuentro, conflicto y enfrentamiento.
Primero descubrí que, en parte, la culpa era mi adicción al teléfono celular, y a todo lo que está conectado a internet. Y cómo no, si está comprobado que el móvil resta intimidad y empatía a las relaciones humanas. Lo veo y percibo en las reuniones sociales, antes divertidas y vivaces, con gente conversando y mirándose a los ojos, ahora distraída y ausente, más atenta a sus celulares que a su entorno inmediato.
Dicen los que saben, que los adictos al celular e internet son víctimas de la ‘resignificación’, porque el consumo y la producción permanente de información a través de celulares “resignifica el contexto, los actores y los contenidos. La dinámica de una pequeña pantalla de celular cambia la forma en que narramos el mundo y cómo lo percibimos. Tanta información puede ser tóxica o engañosa, para el que la genera o consume, si no se procesa adecuadamente: tratando de encontrar comportamientos o tendencias”.
Cuando leí lo anterior, entendí que no estaba sólo en semejante extravío, que me acompañaban casi todas las querencias y conocencias de mi entorno. Pero justo por eso, luego deduje que parte de la culpa también era de los políticos mexicanos y el pobrísimo nivel exhibido hasta el momento por sus partidos y candidatos.
Y es que, cuando mejores cosas, o al menos no tan peores, esperábamos de nuestra clase política, de sus discursos, mensajes, propuestas y promesas, parecen más concentrados que nunca en la mala política, en la grilla, el golpeteo y la guerra sucia, en escándalos mediáticos, alegatos interminables, y en la filtración de evidencias reales o fabricadas sobre presuntos defectos y pecados del adversario, y muy poco en la exposición de planes y argumentos para convencer al electorado de sus propias fortalezas y virtudes.
Al menos para su seguro escribidor, la combinación de ambos factores, la pérdida de empatía e interacción social por mi adicción al celular, y el pobrísimo nivel de la lucha electoral, ha sido más que suficiente para andar de tan sabe qué modo.
Así ando, como también parecen andar millones en este país, confundidos por una realidad deformada, deambulando por calles virtuales con los ojos puestos en el celular, chocando con otros y tropezando con un montón de obstáculos verdaderos y ficticios.