Hoja verde
El optimismo del presidente
Hasta ahora, el subtexto de la historia de la discusión política y legislativa sobre la Guardia Nacional (GN) devela lecturas que sorprenden, confunden, inquietan, serenan, preocupan, desalientan, y hasta podrían divertir, si no fuera tan grave la trascendencia y el impacto social de la decisión final.
Bajo el texto de la historia explícita, la narrativa implícita expone los pensamientos, motivaciones, temores y omisiones de los protagonistas, como la carencia de ideas claras para responder al desafío, la percepción limitada del poder, alcance y complicidades del enemigo a vencer, las opiniones y posturas contradictorias de los partidos y fracciones, y una aparente resignación para aceptar el que consideran menor de los males.
Sorprenden, porque Andrés Manuel López Obrador pasó de prometer como candidato la creación de una GN para combatir la violencia, a reconocer como presidente la necesidad de que “las Fuerzas Armadas sigan temporalmente en las calles”.
Sorprenden, porque los panistas que avalaron la guerra contra el narco declarada por el ex presidente Felipe Calderón, hoy son oposición que cuestiona la propuesta de la GN, exige mando civil y advierte riesgos de militarización.
Sorprenden, porque los priístas que en la Presidencia de Enrique Peña Nieto ratificaron la continuidad de la guerra y autorizaron triplicar el presupuesto para sostenerla, hoy son oposición que también exige mando civil y un plazo de cuatro años a la participación de las Fuerzas Armadas.
Y sorprenden, porque los morenistas y sus alianzas que antes se oponían a cualquier intento de legalizar y garantizar las funciones de los militares, hoy son mayoría que respalda la iniciativa del presidente.
Confunden, porque mientras que los diputados de Morena aprobaron una minuta de la reforma sin discusión y con la ausencia de la oposición, en el Senado hubo apertura de la mayoría morenista para debatir el documento e incorporar algunas modificaciones propuestas por senadores del PRI, PAN y organizaciones civiles.
Inquietan, porque en el dictamen aprobado por el Senado dice que el presidente tendrá la facultad de nombrar a un militar como jefe de la GN, y no a un civil como proponía la oposición y perfilaba la reforma.
Serenan, aunque sólo un poco, porque el documento también señala que la GN se apegará a los compromisos en derechos humanos contraído por México, a la vigilancia de la ONU, que se respetará la soberanía de estados y municipios, y que sus integrantes estarán sujetos a la competencia jurisdiccional civil.
Podrían hasta divertir, porque la necesidad de los militares “pues no se cuenta con los elementos necesarios para las tareas de seguridad”, como argumentó el presidente apenas desacredita el eufemismo den que ‘todas las policías están controladas por el crimen organizado’.
Preocupan, porque el secretario de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo, adelantó que la GN estará conformada por 18 mil elementos de las fuerzas federales y de la Gendarmería, 35 mil de la Policía Militar, 8 mil de la Policía Naval, “además de los que ingresen por reclutamiento, que serían alrededor de 20 mil nuevos elementos”, para un total de 80 mil elementos.
Preocupan, porque cambiarán nombres, leyes y mandos, pero la apuesta del Gobierno Federal seguirá siendo muy similar a las dos primeras, la del PAN y la del PRI, en los últimos doce años: ampliar las facultades del ejército para combatir la violencia del crimen organizado.
Y preocupan más, porque los políticos y legisladores discutieron mucho de estrategias y acciones policiacas y penales, pero nada o muy poco sobre programas y acciones de salud pública.
A pesar de todo, el presidente López Obrador confía en que al final de su administración “tengamos una GN capaz de garantizar la paz y la tranquilidad en nuestro país”.
Ese es el mejor escenario que imagina. ¿El peor? Prefiero ser tan optimista como él, e imaginar que la tercera será, ahora sí, la vencida.