Corrupción neoliberal
¡Qué pena con el señor!
En cuanto miré la fotografía del alcalde, los cachetes se me pusieron colorados-colorados, un bochorno súbito me invadió el cuerpo, entre pena ajena y muina.
El pasado 27 de septiembre, los diarios locales publicaron en primera plana la fotografía del alcalde de Chilpancingo, Antonio Gaspar, posando con un collar de flores y acompañado por un grupo de vecinos, en la inauguración de la calle 24 de Febrero, con un costó 737 mil 710 pesos. Discretamente, atrasito de los ‘principales’, una señora portaba un cartel con la leyenda: “Gracias por su apoyo señor presidente municipal”.
Un déjà vu incómodo revivió en mi cabeza una experiencia que creí superada hace mucho tiempo… para ser precisos, hace 35 años.
En las vacaciones de verano de 1984, un grupo de jóvenes chilpancingueños viajamos a Pleasent Hill, muy cerca de San Francisco, California, como parte de los intercambios entre la capital del estado y esa ciudad “hermana”.
Para no hacerles el cuento largo, el evento especial de ese año fue la inauguración de la avenida y el parque Chilpancingo. Uta, las dos obras retechulas, presumibles pues, nada que ver con nuestras precarias reciprocidades urbanas llamadas glorieta y calle Pleasent Hill, que no se las describo porque seguro las conocen y me da harta pena nomás de acordarme.
Imagínense cómo me sentí en la mentada inauguración, por mi me hubiera quedado a vivir en el parque, trabajando de conserje, velador, guía turístico, de lo que fuera para demostrarles mi agradecimiento.
Pero lo peor vino después. Al notar que a la entrega de tan magna obra no llegaba el Mayor y los principales funcionarios de la comuna Pleasenthillera, se me ocurrió preguntarle a uno de nuestros josts con el mejor inglés que pude, ¿Why didn’t the mayor come to the event? Se me quedó viendo con cara de ‘mi no entender’, refiriéndose a la pregunta, no al acento californiano que en esos días ya dominaba. ‘Because he’s working, dear Arrturro’.
O sea, ¿nada de coronas, invitados especiales, reporteros, maestro de ceremonias, ni chile frito? Agregué turulato por el choque cultural, pero na’más pa’mi, tratando de mal disimular mis colorados-colorados cachetes y el tremendo oso de ciudadano bananero. ‘¡Qué pena con el señor!’, susurré al alejarme de la mirada de Mr. Gabacho.
Pero como dije, eso fue hace 35 años, antes de la modernización política, económica y cultural de México, gracias a los gobiernos tecnócratas y neoliberales. ¿O todavía no se nos quita lo priísta arcaico? ¿Falta mucho para que los políticos, periodistas y ciudadanos sean como los de las democracias gringas y europeas?
Si la imagen del alcalde vale mil palabras, los tiempos políticos en Chilpancingo, y no pocos municipios, parecen no haber cambiado mucho. Podría equivocarme o ser demasiado duro al juzgarlo sólo a partir de una fotografía fuera de contexto.
Al fin y al cabo, cada quien es libre de practicar el estilo que mejor se le dé, pero con la condición de que la casa donde vivimos todos esté ordenada, limpia, que funcione aceptablemente, nadie anda de exigente ni de mamila como para pedir las perlas de la Virgen.
Con la pena don presidente. La bronca es que el Ayuntamiento capitalino, y por ende el primer edil, se muestran tan preocupados y ocupados en la pavimentación de calles, y del respectivo cacareo, que uno piensa que poco o casi nada más y mejor pueden o saben hacer.
No es mala onda, entienda el mal humor y el ánimo agüitado de los vecinos, pero repasemos todos los servicios públicos municipales básicos que operan con graves deficiencias, o de plano los operan otros: el abasto de agua potable depende de pipas de empresas privadas, con la recolección de basura sucede lo mismo; hay sólo 120 policías, se requiere un mínimo de 700; la vialidad es caótica; el comercio ambulante controla banquetas, calles y espacios públicos; los edificios, viviendas, comercios y plazas comerciales se construyen y operan sin regulación ni orden.
‘What you see, is what you get’, chance me diria el jost Pleasenthillero, si viera o le contara que 35 años después, los alcaldes mexicanos siguen asistiendo a semejantes numeritos.
Imagínense, ¡qué pena con el señor!