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Foro político
De posverdades mexicanas
La culpa es del señor López. Eso dicen con mucha enjundia sus detractores. De un montón de cosas, del estancamiento económico, de la violencia de los narcos, de los jaloneos en el Congreso, de los desacuerdos partidistas, de las inconformidades de gobernadores y alcaldes por el presupuesto Federal, de las mentadas de madre en redes sociales, como las del Vasco Aguirre, pero con destinatarios, de la cruda por haberse embriagado, de casi todos nuestros peores males.
La culpa es del presidente.
Sin embargo, el problema es que, para los seguidores de López Obrador, la culpa es de los antecesores.
Eso dicen con la misma enjundia sus simpatizantes. De casi todo lo mismo. Botellita de jerez, de todo lo que dicen, pero al revés.
Y así, para miles, millones de personas en este país, la culpa de la polarización es de los otros, no de los nuestros. La pésima y mexicanota costumbre de culpar de nuestros errores a los prójimos.
La opinión pública divida en dos extremos opuestos.
Los pocos que mantienen en la neutralidad, dicen resignados, es que así somos los mexicanos. Paradójicamente, tampoco ellos tienen razón.
Porque la polarización no es un problema exclusivo de este país. La polarización de la sociedad, y por ende de la política, es el factor común y signo de estos tiempos.
Esto no quiere decir que la polarización antes no existía. Pero ahora, las situaciones excepcionales de parálisis y caos gubernamental que provoca se han vuelto la norma. La polarización es una pandemia evidente en la mayoría de las democracias del mundo.
El recalcitrante discurso de Trump ha provocado el cierre de partes importantes de su Gobierno. Ese es tan sólo el más reciente y revelador ejemplo de esta tendencia. El gobierno de la superpotencia está parado.
El de una exsuperpotencia, Reino Unido, paralizado tras sufrir una crítica andanada de autogoles. Angela Merkel, quien hasta hace poco fue la más influyente líder europea, se retira. Su colega francés enfrenta una sorpresiva convulsión social protagonizada por los infames chalecos amarillos.
Italia, la séptima economía más grande del mundo, gobernada por una coalición de ideologías diametralmente opuestas. Los italianos muestran cómo se vive cuando se empuja el desgobierno a sus límites más extremos. El jefe del Gobierno español llegó a él gracias a una tortuosa discusión legislativa. El primer ministro de Israel, la única democracia del Medio Oriente, acusado de corrupción, fraude y otros delitos. Benjamín Netanyahu podría ser reelecto primer ministro, o ir a la cárcel.
Latinoamérica no escapa de este fenómeno.
Bolivia, Venezuela y Chile son confrontados en su interior. Argentina elige un gobierno que esta en las antípodas del pensamiento de otro. Y en Brasil, un presidente fundamentalista.
En todos estos países la sociedad parece sufrir de una enfermedad política autoinmune, una parte de su cuerpo social, en guerra contra el resto. Las facciones extremas que ganan espacio o apoyo dentro de la sociedad y los partidos políticos. Y como consecuencia de la polarización, las voces moderadas pierden poder e influencia.
¿A qué se debe esta tendencia a la fragmentación de las sociedades en pedazos que no se toleran? El aumento de la desigualdad económica, la precariedad económica y la sensación de injusticia social son, sin duda, algunas de las causas.
Pero el auge de las redes sociales y la crisis del periodismo y los medios de tradicionales también contribuyen a alentar la polarización política. Redes sociales como Twitter o Instagram sólo permiten mensajes cortos. Tal brevedad privilegia el extremismo. Cuanto más corto sea el mensaje, más radical debe ser para que circule mucho.
Es la era en que la letalidad de las frases está tan solo a un “clic” de distancia. Las redes son una isla virtual para daltónicos, sin espacio, tiempo ni paciencia para matices, ambivalencia, o la posibilidad de que visiones opuestas encuentren puntos en común.
Todo es muy blanco o muy negro, un agudo mono cromatismo. Lamentablemente, esto favorece a los sectarios y así, es muy difícil llegar a acuerdos.
Pero hay más.
La polarización no sólo resulta de los resentimientos causados por la desigualdad o la pugnacidad estimulada por las redes sociales. Esa pugnacidad que define a las personas belicosas, agresivas y provocadoras. Los practicantes de la antipolítica, un repudio total a la política y los políticos tradicionales.
Es cierto, ciudadanos mal informados o políticamente apáticos ha habido siempre. Al igual que quienes no saben por quién están votando, o contra quién.
Pero ahora las cosas son más graves, porque los votos de los indolentes, los desinformados y los confundidos nos amenazan a todos. Porque internet y las redes sociales facilitan que los peores demagogos, intereses oscuros y hasta las dictaduras de otros países manipulen a los votantes más desinteresados o distraídos.
La red de internet no sólo es una maravillosa fuente de información, también se ha convertido en un tóxico canal de distribución de mentiras transformadas en armas políticas.
Las que todos conocemos como Fake news, y que en cultura política se denominan pos-verdades o mentiras emotivas. La distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las emociones y creencias personales, con el fin de manipular la opinión pública e influir sobre las actitudes sociales.
La idea de algo que aparenta ser verdad, es más importante que la propia verdad. Esa falsificación que engaña fácilmente a los mal informados y políticamente apáticos.
En internet todos somos vulnerables, pero lo son más quienes por estar muy ocupados o por simple apatía no hacen mayor esfuerzo por comprobar si es verdad lo que dicen los seductores mensajes políticos que les llegan.
Y no son sólo los apáticos.
Distraídos por falsos debates, escándalos virales, fugaces y desechables casi todos, los partidos y sus políticos aprovechan para manipular y decidir los temas que realmente nos incumben y afectan. La consecuencia es que quienes pierden con la polarización social son los electores, no los políticos.
¿Qué hacer para evitar o al menos entender el papel que representamos?
El analista y politólogo venezolano Moisés Naim, y miembro del Instituto Sociedad Abierta, que apoya y patrocina grupos de la sociedad civil con el fin de promover la justicia, la educación, la salud pública y los medios independientes, propone, para comenzar, cuatro cosas.
Primera.
“Una campaña de educación pública que nos haga a todos menos vulnerables a las manipulaciones que nos llegan vía internet. Es imposible lograr una completa inmunidad contra los ataques cibernéticos que, usando mentiras y tergiversaciones, tratan de influir en nuestro voto o en nuestras ideas.
“Pero eso no significa que la indefensión sea total. Hay mucho que se puede hacer, y divulgar las mejores prácticas de defensa contra la manipulación digital es un indispensable primer paso.
“El mundo tiene un problema de líderes. Hay demasiados que son ladrones, ineptos o irresponsables. Algunos están locos. Pero también tenemos un problema de seguidores”.
Segunda.
“Es inútil ofrecer mejores prácticas a quienes no están interesados en usarlas. Una sostenida campaña que explique las nefastas consecuencias de la indolencia electoral es igualmente indispensable”.
Tercera.
“Hay que hacerles la vida más difícil a los manipuladores. Quienes orquestan las campañas de desinformación deben ser identificados, denunciados y, en los casos de abusos más flagrantes, demandados y enjuiciados.
“Estos manipuladores florecen en la opacidad y se benefician del anonimato. Por lo tanto hay que hacer más transparentes los orígenes, las fuentes y los intereses que están detrás de la información que consumimos. Es necesario disminuir la impunidad con la que operan quienes están socavando nuestras democracias”.
Cuarta.
“Impedir que las empresas de tecnología informática y de redes sociales sigan actuando como facilitadores de los manipuladores. La interferencia extranjera en las elecciones de Estados Unidos o en otros países no hubiese sido posible sin Google, Facebook, Twitter y otras empresas similares. Hoy sabemos que al menos estas tres compañías lucraron al vender mensajes de propaganda electoral pagados por clientes asociados a operadores rusos.
“Hay que obligar a estas empresas a que usen su enorme poder tecnológico y de mercadeo para proteger a sus consumidores. Y hay que hacerles más costoso el que sigan sirviendo de plataformas para el lanzamiento de agresiones antidemocráticas”.
La oclocracia virtual, el gobierno de la plebe cibernética, este ogro populista de la descalificación y manipulación, debe parar. De lo contrario, la parálisis y el caos se volverán la norma. Si seguimos discutiendo de quién es la culpa, todos pagaremos. Nadie gana, todos pierden.