El presupuesto es un laberinto
Propósitos o despropósitos para 2020
Los lectores de este humilde escribidor saben lo que he dicho sobre la tradición de hacer propósitos de Año Nuevo: que suele ser contraproducente y que, más temprano que tarde, acaba uno dejándose llevar por un optimismo necio, ingenuo y hasta peligroso, por autodestructivo.
Por eso, cada nuevo año, desde hace 20 tantos en este espacio, he tratado de disuadir a quien se deje, de mantener semejante despropósito. Sin embargo, este 2020 me uniré a los incautos por dos razones, señales seductoras que me dicen que esta vez, por fin, será la vencida.
Una, la creencia de muchos en este país de que los buenos somos más; dos la convicción del presidente López Obrador de que la gente es sabia y buena.
Ergo, para este año que comienza me propongo, pos cómo chingaos no, estar a la altura de que lo que la mayoría y el gobernante de la mayoría aseguran: ser sabio y bueno. Para ser serio y responsable, primero consulté el significado de los vocablos y entender el tamaño del compromiso.
¿Neta?, al terminar me arrepentí antes de siquiera intentarlo.
Para empezar, porque una persona sabia debe mostrar buen juicio, prudencia y madurez en sus actos y decisiones. No era necesario revisar mucho en mi pasado para saber que el asunto no eran enchiladas.
Obviamente, tampoco fueron los requisitos para las buenas personas.
Empatía, ser capaz de ponerse en el lugar del otro, pensar cómo se sienten las otras personas y anticipar qué acciones pueden afectar a los demás; paciencia, la actitud que nos empuja a soportar posibles contratiempos o dificultades a lo largo de la vida; confianza, alguien en quien los demás puedan confiar, que sabe transmitir su capacidad para actuar correctamente en cualquier circunstancia; sentido del humor, es importante porque proporciona la alegría que muchos necesitan; optimismo, que procura ver el lado positivo de las cosas y centrarse en él antes que los aspectos negativos; altruismo, ser capaz de valorar cuándo nuestras acciones van a contribuir a un bien mayor aunque no nos aporten un beneficio directo.
Humildad, una buena persona debe ser capaz de reconocer sus errores y defectos y no tener la necesidad de exagerar sus logros y virtudes; generosidad, no sólo se trata de generosidad material o monetaria, sino la capacidad de compartir con otros tiempo o habilidades sin esperar nada a cambio; respeto, todas las personas, solo por el hecho de serlo, merecen nuestro respeto. Cada uno puede tomar sus decisiones, tener unas creencias o unas costumbres concretas que deben ser respetadas y no ser juzgadas por los demás; y honradez, porque las buenas personas siempre deben actuar de buena fe, de manera recta y justa, sin mentir ni engañar a los demás.
Seguro, no pocos lectores me perdonarán la cobardía al entender el tamaño del compromiso.
De lo contrario, me amparo en la sabiduría de Oscar Wild, quien decía que “los buenos propósitos solo son cheques que depositan en un banco donde no tienen cuenta”, y sin su permiso, agregaría, sobre todo los propósitos de Año Nuevo. Además, ¿para qué tanto esfuerzo? Porque si dejo escapar mis sentimientos de culpa, seguro estaré en contacto con mi sociópata interno.
Con perdón o si él, me despido con un sincero deseo para este año que apenas comienza: que todos sus problemas duren tanto tiempo como sus propósitos de Año Nuevo. O sea, no tendrán problemas.
Al fin y al cabo, año nuevo o no, sólo queremos la oportunidad de comenzar de nuevo, de renacer, y lo más importante, de ser libres.