Sin mucho ruido
¿Guerrero sólo descansa?
El polémico y pueril senador neolonés Samuel García revivió hace poco la misma frasecita que el expresidente Vicente Fox ─el agua busca su nivel─ revivió en 2000: el norte trabaja, el centro piensa y el sur descansa.
Recuerdo perfecto el encabronamiento que me invadió al leerla entonces, igualito al de ahora. Ipso facto sentí de nuevo, como deyavú, que despertaba mi alter ego bronco, ese que todos los guerrerenses bien nacidos llevamos dentro.
“Pinches norteños envidiosos”, pensé y respondí ardido, “pues sí, pero en el sur tenemos las playas más bonitas del país. Por tanto, y por eso, descansamos, güeyes”.
Pero luego recordé, como en 2000, que a la distancia temporal, la imagen estereotipada y prejuiciosa del costeño holgazán tumbado en su hamaca colgada de dos palmeras borrachas de sol, sobre una playa casi virgen, que saborea su agüita de coco mientras contempla extasiado el paisaje incomparable del mar y adormilado por el ronroneo de las olas, me parece una postal idílica y romántica que sobrevive sólo en la memoria colectiva del sureño guerrerense.
Hoy es muy difícil descubrir a un costeño en tales entornos, ánimo y circunstancias, por razones tan claras y objetivas como lamentables y vergonzosas. Hoy, casi todos los habitantes de las mejores costas de Guerrero han sido desplazados a tierras menos pródigas y placenteras, por inversionistas inmobiliarios de desarrollos turísticos de lujo, con el apoyo y complicidad de gobiernos estatales y municipales, que construyeron enormes edificios que hoy ni siquiera permiten el paso a los antiguos propietarios, al menos la mañana de algún domingo, para disfrutar como antes la playa y las aguas tibias del Pacífico. Hoy, siete de cada diez guerrerenses son pobres y uno de cada tres sufre de pobreza extrema.
Por fortuna hoy no todo es tan malo. A diferencia de hace 21 años, gracias al gobierno de Héctor Astudillo, Acapulco y Chilpancingo ya no son las ciudades más peligrosas de México, ni Guerrero es la entidad más corrupta del país.
Sin embargo, aunque en el norte sigan trabajando y en el centro pensando y el sexenio de inesperada estabilidad de Astudillo, en el sur parece que seguiremos… sufriendo, tratando en vano de ser como ellos, y cada vez somos menos éramos.
Porque, a pesar de seis años de inesperada gobernabilidad, de una reducción en los índices de violencia, nos golpeó la pandemia como al resto del país, pero más vulnerables que casi el resto. Porque Guerrero sigue en la llamada Cuenca de la Pobreza, aquel que incluía a Chiapas y Oaxaca, pero el sur guerrerense parece haber empobrecido más que aquellos.
Y a juzgar por el horizonte electoral, el futuro inmediato avizora días peores. Ojalá me equivoque, pero las experiencias aprendidas, anteriores, viejas, recientes y nuevas eso sugieren, una especie de pesimismo resignado, de esperanza rendida.
El culebrón de la elección interna para elegir al aspirante de Morena a la gubernatura de Guerrero seguirá pendiente, luego de la cancelación de la candidatura de Félix Salgado. Y las vuelcas de tuerca no dejan de girar: el Toro será presidente estatal del partido y Mario Delgado anuncia que una mujer lo sustituirá y que se definirá por encuesta entre ocho mujeres, aunque muchos adelantan que será su hija, Evelyn Salgado.
Clímax o anticlímax irónico, por la “intención de seguir abriendo espacios de participación política para las mujeres”, y por la definición por el mismo método, tan desacreditado y opaco del proceso inicial.
Pero el hecho es que de quien suceda a Héctor Astudillo, mujer, hombre, de Morena o la alianza PRI-PRD, dependerá si cambiamos o conservamos el prejuicio nacional de que en Guerrero sólo se descansa.
Por eso hoy, cuando algún norteño o chilango habla mal de Guerrero, ya no me encabrono… al menos no con ellos, sino con nosotros mismos. Me encabrono especialmente porque, a pesar de ser los principales responsables de tan alarmante deterioro, los guerrerenses seguimos atorados en conflictos de grupos y pleitos particulares.
La neta me incomoda y disgusta la noción prejuiciosa de que en el sur descansamos, porque no queremos trabajar ni podemos pensar.
Quisiera por eso equivocarme, pero dudo y temo que sepan y entiendan que el verdadero cambio no depende de la victoria de unos y la derrota de otros, que depende de todos, sociedad y gobierno.
Aunque la confianza fallezca y la esperanza agonice, en el fondo uno quiere creer, preferiría confiar e ilusionarme, sería mucho mejor ánimo y espíritu que la sospecha, resistencia y desacreditación automática de todo o casi todo.
El resultado de la elección debe ser motivo e impulso para cambios positivos en perdedores y ganadores, no excusa y pretexto para mantener los viejos vicios y repetir los mismos errores que tanto daño nos han hecho a todos.
Mientras esperamos el desenlace, me quedo con la idea de que Guerrero es salvable, pero merece ser tratado con respeto y con respuestas concretas.