Sin mucho ruido
Mucho ruido, pocas nueces
“No hay chile que les embone”, se quejó en febrero de 2017, el entonces presidente Enrique Peña Nieto, molesto por los cuestionamientos ante la detención del exgobernador de Veracruz, Javier Duarte. Cuatro años después, el mismo mes pero de 2021, el presidente Andrés Manuel López Obrador se quejó, “¡Ya chole!”, también molesto ante la campaña ‘Rompe el pacto’, impulsada por feministas en contra de la precandidatura de Félix Salgado Macedonio.
Neta, en ambos casos entendí el fastidio de los aludidos, aunque fuera políticamente incorrecto. No debió ser fácil para Peña Nieto aguantar sin chistar el vendaval mediático, como tampoco lo es para López Obrador, quien de por sí nunca lo ha aguantado.
Y porque también entiendo que la ciudadanía, alentada por los partidos y sus políticos, la prensa y sus opinadores, ha convertido la crítica, el desacuerdo, el conflicto y la polarización, en algo así como un deporte nacional.
Grave problema, pues conviene y sirve a nuestra clase política, pero daña y perjudica a la sociedad civil. Nos seguimos enganchando, los seguidores de uno y otro bando, en los conflictos de políticos y sus partidos, sin realmente ganar nada o poco a cambio.
Como dijo bien Horacio Adame, respetado educador y claro pensador chilpancingueño, en su muro de Face el día siguiente de la jornada electoral: “A nosotros nos corresponde no apasionarnos con causas que no son nuestras. Menos ofender y pelear por quienes ni nos representan. La única pasión socialmente aceptable es la que pongamos en lo que hacemos: pasión y honestidad en nuestro trabajo o en nuestros estudios, pasión y amor para educar bien a nuestros hijos y darles ejemplos edificantes para que sean ciudadanos pacíficos y productivos. Las geometrías políticas son espejismos: tan nociva es una izquierda demagógica y corrupta como una derecha corrupta y demagógica; tan benéfica para el país puede ser una administración honesta, eficaz y productiva, sea del punto geométrico que fuere”.
Es decir, debiéramos ser como el ciudadano ideal, una persona racional, ilustrada e informada, por lo que al momento de elegir tiene seguridad en su decisión, pues lo hace desde normas ideales de conducta. El ciudadano responsable, que sabiéndose racional, comprende que debe analizar según contextos e intereses, pero teniendo en cuenta una gran meta: el destino del país. Así, su fin orientador es el bien común. El ciudadano interesado, que sabe lo que le conviene y hace lo posible para que su candidato salga elegido. Para lo cual puede usar medios legales e ilegales, morales e inmorales.
No como el ciudadano pasional, que vota movido solo por emociones, por la simpatía del candidato o por el partido tradicional o por odio hacia otros candidatos, muchas veces influenciado por los medios de comunicación. No como el ciudadano siervo, que vota porque le han pagado con dinero o cosas, porque le prometieron algo, es decir, participa a cambio de algo y se subordina a intereses mezquinos. No como el ciudadano ingenuo, que no analiza ni está movido por intereses, solo va a votar porque está habituado y cree que la democracia funciona así.
El problema en México radica en dar el paso hacia una democracia gobernante. Como señala el politólogo Carlos Luis Sánchez y Sánchez, en su ensayo ‘Ciudadanía, elecciones, sufragio y representación política’, publicado en Open edition journals.
“La soberanía popular deberá entenderse ahora, no sólo como depositaria del poder político sino también o fundamentalmente como praxis política. Lo anterior significa que el ejercicio de la ciudadanía implica la posibilidad de participar en el proceso de toma de decisiones, desde un plano de igualdad política; es decir sin distinción alguna que señale una condición de privilegio a partir de la pertenencia a un grupo o clase social en especial, a una etnia, religión, una lengua etc.
“La relación entre igualdad y ciudadanía no es menor, el hecho de participar políticamente significa que el principio: ‘una persona, un voto’, no se encuentre vinculado a privilegios colectivos arraigados a la posición social o al nacimiento.
“El problema radica en que la igualdad política no quiere decir igualdad económica, en este sentido lo que nos devela los estudios actuales sobre el comportamiento político es que detrás de la igualdad política, existen exigencias particularistas, identidades partidistas que se quieren hacer escuchar, que se forman a la luz de espectros ideológicos muchas veces, en su esencia, excluyentes, en expectativas económicas basadas más en un egoísmo personal que en un afán colectivo o comunitario”.
En resúmen pues, diría don Guillermo Shakespeare, “mucho ruido y pocas nueces”.