Sin mucho ruido
La tolerancia intolerable
La tolerancia nunca me ha convencido como valor fundamental de la democracia, al menos no como se practica y entiende en sociedades y gobiernos como México.
Quizá porque la transición democrática exigía (exige) adquirir valores y compromisos políticos y sociales poco conocidos y menos practicados durante el viejo régimen, aunque al parecer tampoco en el actual.
Obvio, en las democracias desarrolladas también se cuecen habas y hay colas pisables en esta asignatura. En Europa, por buen ejemplo, la xenofobia se evidencia con cada flujo migratorio desde África, y se agudizó con la crisis de refugiados sirios; en Estados Unidos, por mejor ejemplo, el racismo de los gringos blancos que evidenció los ‘mensajes’ de campaña del excandidato y expresidente Donald Trump.
Sin embargo, en esas sociedades son excepciones que confirman la regla de la tolerancia. Pero en los países latinoamericanos con diferentes niveles de antagonismo político como México, la intolerancia es un cáncer social que carcome en forma determinante la vida de los ciudadanos y sus gobiernos.
Para ser más claros, que afecta las vidas y relaciones entre gobernantes y gobernados, y a menudo genera inestabilidad política, social y crisis económica.
Aunque las causas de la intolerancia son diversas, generalmente nacen por la ausencia de una verdadera praxis democrática; en esas naciones, las normas políticas y sociales están definidas a conveniencia y se aplican con imparcialidad o en forma arbitraria.
Y si agregamos, en el caso de México, un elevado nivel de polarización política y violencia verbal casi cotidiana como en los recientes procesos electorales, parece sustentar mi desconfianza en el valor de la tolerancia en la realidad democrática mexicana.
Para explicar mejor el significado y compromiso del mentado concepto, así como las razones de mi pesimismo, revisemos las definiciones de Wilkipedia y un par de tumba burros consultados, sobre Tolerancia.
“Actitud de la persona que respeta las opiniones, ideas o actitudes de las demás personas, aunque no coincidan con las propias. Les enseñan a tener un sano espíritu de tolerancia que les haga apreciar y respetar las opiniones ajenas”.
Conciso y claro, pienso yo, como seguro también vosotros. Lo malo es que luego, las mismas referencias definen el verbo ‘Tolerar’, como algo menos concreto, claro, y hasta medio contradictorio.
“Soportar, admitir o permitir una cosa que no gusta o no se aprueba del todo (alguien que tiene la autoridad para oponerse a ello). Lo miró con el gesto conmiserativo del que tolera la ignorancia”.
O sea, como un ‘aguanto vara con ánimo y disposición políticamente correctos’, pero que en el fondo suena a “indulgencia ante algo que no se quiere o no se puede impedir”.
Como que así de confusos y difusos andamos, sociedad y gobiernos, en México: presumimos entender Tolerancia, pero en los hechos sólo practicamos Tolerar.
Es obvio que el Presidente y sus afines no practican tolerancia ni respetan a sus adversarios. Malo, porque debería cumplir su propio mandamiento de predicar con el ejemplo. Pero también es obvio que estos tampoco practican ni respetan al presidente y sus afines. Malo, porque hacen lo mismo que critican.
Pero quizá lo peor sea que los gobernados, por no respetar a los gobernantes, repliquen la intolerancia de ambos.
Para colmo, esta intolerancia normalizada carcomió la pasada elección, con campañas de candidatos de por sí pródigos en beligerancia hostil, y precarios en propuestas y debates de altura. Ahora, la reclusión por la pandemia contagió a los replicantes más violentos de la intolerancia de género, elevando porcentajes de feminicidios, violación, agresiones sexuales y maltrato infantil.
Sé que “la tolerancia es una actitud fundamental para la vida en sociedad. Que una persona tolerante puede aceptar opiniones o comportamientos diferentes a los establecidos por su entorno social o por sus principios morales”.
La bronca es que, al repasar los principios de la tolerancia, el compromiso nos parece más retador: “Nadie posee la razón y verdad absolutas, y de la misma manera que nadie tiene la verdad, nadie está equivocado en absoluto”.
Subrayo ‘compromiso’, porque en muchos mexicanos la tolerancia parece más bien indiferencia, mala gana o peores modos, que no es lo mismo sino lo opuesto.
Así, la indiferencia significa no sentir placer ni dolor frente a lo que se percibe. Así, la tolerancia es en absoluto innecesaria frente a cosas por las cuales no se siente emoción alguna, casi desprecio.
Por el contrario, para ser tolerante es necesario conocer al otro. Es el respeto mutuo mediante el entendimiento mutuo. Justo por eso, según muchas teorías, el miedo y la ignorancia son las raíces que causan la intolerancia, algo que entendía muy bien Trump.
Por ello, la verdadera tolerancia es el respeto mutuo, incluso cuando el entendimiento mutuo no existe. Por eso, la lógica de la tolerancia en la política mexicana confunde a la sociedad, que siempre me ha parecido frágil e hipócrita.
El respeto supone comprender y compartir los valores de una persona o de una idea cuya autoridad o valor actúa sobre nosotros. A través del respeto, juzgamos favorablemente algo o a alguien; por el contrario, a través de la tolerancia, intentamos soportar algo o alguien independientemente del juicio que le asignamos: podemos odiar aquello que toleramos. Además para poder respetar a los demás, tiene que primero respetarse uno mismo.
Y justo aquí es donde la intolerancia mexicana, aunque no sea puerca, comienza a torcer el rabo. Basta darse una vuelta por las redes sociales, para confirmar que la tolerancia, entendida como respeto mutuo mediante el entendimiento mutuo, nomás no existe.
Basta escuchar a no pocos políticos declarando sobre matrimonios entre homosexuales, igualdad de género, libertad de credo, o temas parecidos, para confirmar que quienes debieran predicar la tolerancia con el ejemplo, nomás no lo hacen. Pero el pecado de éstos es aún mayor, porque la tolerancia se ejerce cuando un individuo tiene la autoridad o el poder de prohibir o suspender una acción que considere indeseable o molesta y no lo hace, sino que deja actuar.
Basta vernos con cruda franqueza, para confirmar lo tolerantes que somos ante lo que no deberíamos ser, y lo mucho que podemos ser ante lo verdaderamente intolerable, como la corrupción, la impunidad, el abuso, la pobreza extrema, y la violencia bárbara y salvaje de los criminales.