Coyunturas que derrocan dictadores
De mujeres, hombres, porno y política
Hace años, un amigo me preguntó sin más contexto ni preámbulo: “¿por qué a las mujeres no les gustan las porno?”, con cara de entre duda y enfado. En seguida aclaró, retóricamente, “a mí tampoco me laten mucho los churrazos raspas con extreme close ups, que excitarían si acaso a algún ginecólogo perversote”.
Divertido con su reseña, pensé que su perorata llegaba a su fin, pero en realidad era apenas el contexto de su inconformidad confesa: “de vez en cuando, sí me dan ganas de ver una que otra porno, una que tenga al menos un esbozo argumental y un reparto razonablemente presentable. No creo que esco tenga nada de malo, ¿o sí?”, preguntó cándido si esperar respuesta.
“Por eso me caga que a mi mujer le moleste que vea una cuando ella está presente. Me encabrona, porque me hace sentir mal, como culpable de algo grave, lo que empeora el asunto porque me orilla a conductas ridículas, a verlas a escondidas”.
Ante su azotada autocrítica, no pude evitar sonreír justo en el momento en que volteó a verme. “Te estás burlando wey? ¡Que poca madre! Eso me pasa por confiarte mis cuitas”, reprochó.
Necesité varios minutos para convencerlo de que mi sonrisa no era crítica, sino lo contrario, una reacción empática, identificada plenamente con su predicamento, muy similar a los que la mayor parte de los integrantes del género masculino experimenta.
Y hasta documenté mi argumento. Le dije que de acuerdo con una investigación sobre la sexualidad masculina, 8 de cada 10 hombres se han sentido estimulados al menos una vez por una imagen pornográfica, y que a 9 de cada 10 mujeres, la pornografía les parece repugnante, vulgar, enfermiza, gacha, digna de sensibilidades freak.
Agregué que no era el único ejemplo de tales desencuentros de género. “No conozco ninguna mujer fanática de video juegos –particularmente los de temas bélicos o de acción. En el cine, igual bro: las películas de acción, guerra, policiacas, o cualquiera que contenga niveles considerables de violencia, simplemente no les gustan.
“Ellas prefieren dramas, melodramas, historias de amor y de esperanza –chick films, como les dicen los gringos-, y si aceptan acompañarnos a ver la nueva cinta del 007, hay que prepararse para aguantar o ignorar sus descalificaciones: ¡ashh, qué jalada!”.
Aunque a estas alturas mi carnal ya tenía más cara de culpa, agregué sustento, “no te agüites, no somos iguales. La lingüista gringa Deborah Tannen explica que desde la infancia, las mujeres utilizan el lenguaje básicamente para buscar la confirmación del otro y afianzar su intimidad. Los hombres, en cambio, lo usan sobre todo con la finalidad de mantener su autonomía, su independencia y su posición social.
“O sea broder, que el disgusto femenino por las porno no nace de una reacción negativa al sexo en sí, sino de su ausencia total de emociones, romance, historias y sensibilidad. Eso a las mujeres, como tu esposa, las porno nomás no les cuadra. No lo tomes personal pues, los hombres somos diferentes a ellas.
“Tenemos características género-genéticas específicas, además de los órganos reproductivos. Muchos estudios han demostrado que esas diferencias son evidentes desde los primeros cinco años de vida, cuando el 99 por ciento de los niños participan en actividades físicas y de retos constantes que se resuelven con trancazos; las niñas, en cambio, resuelven sus broncas hablando, dialogando, inventando historias y tratando de negociar salidas armónicas.
“Veintitantos años después, esas niñas se convierten en mujeres que enfrentan y solucionan conflictos emocionales y existenciales compartiendo, con quien quiera sus historias privadas; los niños se convierten en hombres que prefieren negar, bloquear y reprimir esos conflictos. Y por si fuera poco todo lo anterior, varios estudios coinciden en que es 30 por ciento menos probable que las mujeres sean corruptas. Para acabar pronto, a las mujeres no les gustan las porno principalmente porque quienes las escriben, dirigen y las ven, son hombres.”
Visiblemente incómodo, mi bro suspiró y preguntó, “¿y tu rollo, ¿qué tiene que ver con mi pregunta?”. Tratando de dar lógica y coherencia a mi debraye, le respondí preguntando: “¿No sería razonable entonces ir pensando en cederles poder a las mujeres? Porque si revisamos el promedio de las cuentas rendidas por los gobiernos actuales, la neta como que los hombres tenemos muy poco de qué presumir. Con tales resultados, ¿qué justifica que las tareas de representación política más importantes estén ocupadas por hombres? Habría que elegir más mujeres en el poder, ¿no crees?”.
Lo bueno es que entonces, al final, con mi bro decidimos apoyar la idea, a cambio de que nos dejaran ver sin reclamos películas porno, aunque fuera nomás un día al mes. Lo malo, es que lo hicimos hace muchos años, tantos que no recuerdo cuántos pasaron sin que pudiéramos merecer ese ‘derecho’.
Pero más tarde que pronto, ese momento llegó por fin con la elección de Evelyn Salgado, quien será la primera mujer Gobernadora de Guerrero. Paradójicamente, porque fue postulada candidata sustituta luego de que el Tribunal Electoral ratificó la decisión del INE de no otorgarle el registro a su padre, Félix Salgado Macedonio, quien posible y hasta probablemente, sea uno de los 8 hombres que se han sentido estimulados por imagenes porno.
Paradójicamente, porque la tortuosa y atípica elección ha generado dudas ante la influencia que pudiera tener sobre su gobierno el senador. Tantas, que Evelyn Salgado declaró: “No debe haber confusión, quien va a gobernar Guerrero soy yo”.
No hay confusión gobernadora, hay duda e inferencia razonables. Duda, en parte por una carga misógina y patriarcal, me queda claro, pero también por inferencia. Ese proceso por el cual se derivan conclusiones a partir de premisas válidas, considerando los haceres y decires de su padre, al menos hasta ahora.
Por lo pronto, merece al menos el beneficio de la duda. Porque su condición de mujer inspira confianza en su honradez, y esperanza en su capacidad para resolver conflictos, sin negar, bloquear y reprimirlos, como suelen hacerlo los hombres. Y porque deberá hacerlo como hacen las mujeres, enfrentando la doble jornada que su tiempo y circunstancia seguramente le impondrán.
Si lo hace, poco o nada importará si nos dejan o no ver películas porno.