Hoja verde
Penas propias y ajenas
Como todo mexicano bien nacido, con las malandronadas vandálicas de nuestros paisanos en el Mundial de Rusia sentí harta vergüenza, menos ajena de la que hubiera querido.
Y es que las escenas me recordaron irremediablemente la frase del filósofo francés André Malraux, citada en la pasada entrega: “la gente tiene los gobernantes que se le parecen”.
Obvio, al relacionar semejante referencia, me sentí aludido y, por ende, agüitado.
No porque todos seamos tan impresentables internacionalmente, que en Rusia también hay compas bien portados. Pero la neta sí tenemos algunos detallitos culturales, similares a los de nuestra clase política.
Ahí les va un breve repaso a la lista culposa de clásicos mexicanos.
El “ahorita”.
Todo lo dejamos para el último, pensamos que el tiempo nos sobra y no es tan importante hacerlo hasta que ya no hay de otra.
Hagan de cuenta lo mismo que hacen los políticos, que se ocupan de lo importante, hasta que se vuelve urgente.
La narco-violencia, por ejemplo.
Al principio, hace década y media, decían que no pasaba nada, que eran casos aislados, muy focalizados, que las balaceras y los muertos eran bronca de ellos, y que nada ponía en riesgo la vida de inocentes.
Ajá.
Lo podemos todo.
Decía Octavio Paz que “el mexicano puede doblarse, humillarse, ‘agacharse’ pero no ‘rajarse’. Podamos o no hacer algo, lo hacemos porque no entrarle significa ser chafa.
Como los políticos, que le entran a todo: un día son secretarios de Hacienda, y el siguiente de obras públicas, hoy diputados, mañana senadores, y pasado mañana alcaldes, o de nuevo diputados.
Total, echando a perder se aprende.
Somos choreros.
Si no sabemos, lo inventamos.
Si alguien nos pregunta algo y no tenemos idea de qué habla, le damos la vuelta con cosas que no entienda en vez de quedar en ridículo.
Porque el mexicano lo sabe todo: una dirección, la respuesta del examen de matemáticas que nunca estudió, aunque no sepa de qué está hablando, porque es chorero.
Como los políticos.
Somos malinchistas.
La tradición indígena permanece en nuestro corazón y hablamos con orgullo de nuestros antepasados, pero cuando se trata de los indígenas que viven ahora y con los que convivimos a diario, es más fácil ignorarlos.
Si en un trabajo piensan escoger entre un mexicano y un extranjero, de donde sea, probablemente el extranjero se quedará con el puesto, porque seguro sabe más.
Nunca tenemos la culpa.
Una parte muy arraigada de nuestra cultura es echarles la culpa a otros. No sólo en el trabajo, sino en todo lo que nos vemos involucrados. México no funciona por culpa de los políticos, no nuestra. Los desastres urbanos suceden por la negligencia, corrupción o incapacidad del gobierno. Para todo siempre hay un chivo expiatorio.
Como en la política.
De todo nos quejamos y nada resolvemos.
La manía favorita de los mexicanos. Quejarnos de todo. El problema no es reclamar: el problema es que se quede ahí, sólo en un reclamo.
El ejemplo más claro son las redes sociales, miles y miles de quejas, denuncias y reclamos.
Pero lo más importante, encontrar la solución, simplemente es ignorado o abandonado, transformando la queja en algo totalmente inútil.
Como los políticos.
La transa.
Nos gusta salirnos con la nuestra, preferimos la comodidad a la civilidad. Si violamos la ley, con una mordida se arregla.
Ejemplos de políticos sobran.
Gane quien gane la elección, para alcaldías, gubernaturas, legislaturas locales y federales, senadurías y Presidencia de la República, la mesa estará puesta.
El cambio verdadero no depende de la voluntad de los políticos y sus gobiernos. Si queremos cambiarlos, primero necesitamos cambiar nosotros. Entonces y solo entonces, podremos decir que no los merecemos, ni se nos parecen. De lo contrario, haremos lo mismo que hemos hecho siempre, sobrevivir.