Teléfono rojo
De incoherencias democráticas
Es fácil encontrar diferencias entre los principales candidatos a la presidencia, sencillo distinguir contrastes en sus propuestas. Son claros los desacuerdos y obvias las discrepancias. Se infieren e intuyen los intereses en conflicto.
Se consiente la polarización extrema, el golpeteo recíproco, la beligerancia cáustica, y hasta la guerra sucia. Por eso se entiende que muchos electores se enganchen en las hostilidades, defendiendo o atacando a los protagonistas y bandos en pugna.
A nadie debe sorprender ni preocupar la escena y el argumento. Así es la política, así son y deben ser las contiendas electorales, así se disputa el poder en una democracia.
Lo que sí sorprende y debería preocupar a los indecisos y moderados, con o sin militancia partidista, es la incoherencia de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), José Antonio Meade y Ricardo Anaya.
Si coherencia es la cualidad de una persona que actúa en consecuencia con sus ideas o expresiones, entonces, ninguno es coherente con la idea básica de todos sus discursos y mensajes de campaña.
En la que es, quizá, su única coincidencia ideológica, los tres aseguraron en su primer discurso como candidatos, que antes y por encima de todo, está el pueblo.
“México es mi compromiso”, dijo AMLO. Con otras palabras, Meade expresó lo mismo: “mi única obligación, pacto y alianza es con México”. Por su parte, Anaya coincidió con la esencia de lo dicho por sus pares: “mi compromiso es hacer un gobierno al servicio de los mexicanos”.
El problema es la incoherencia de esa idea, pues con sus hechos demuestran que antes y por encima de todo, lo que más les interesa es ganar la elección.
Grave problema, para los partidos y sus candidatos, y para la sociedad y sus electores, porque el escenario poselectoral más probable es que el candidato ganador recibirá menos votos que la suma de los perdedores.
Grave, porque el presidente electo y sus aliados tendrán poco espacio y legitimidad para gobernar; grave, porque la sociedad y sus ciudadanos difícilmente tendrán un gobierno capaz de cumplir sus expectativas.
A pesar del panorama, hasta ahora ninguno de los tres candidatos parece siquiera interesado en actuar en consecuencia con su principal compromiso con los mexicanos; ninguno parece dispuesto a proponer, escuchar, y menos a discutir con sus pares, ni siquiera la posibilidad de acuerdos básicos para una agenda común.
Al contrario. Unos y otros siguen convencidos de que la mejor ruta para ganar, es la destrucción de sus adversarios para ganar la elección, aunque en el intento dividan y enfrenten a la sociedad.
Por eso reconozco y aplaudo la atípica declaración del panista Roberto Gil Zuarth, el pasado 13 de febrero, luego de que anunció a reporteros su solicitud de licencia como senador.
“Hay un escenario de que Andrés Manuel López Obrador gane la Presidencia de la República, y lo que yo he dicho es que los mexicanos, la clase política, los responsables públicos deben trabajar ese escenario. Y si AMLO está en la intención de construirse una ruta de entendimiento con otros, hay que tomarle la palabra.
“Si gana la elección, que gobierne sobre la base de esa agenda, si no gana la elección, que contribuya a esa agenda desde la oposición. Nunca hemos tenido a AMLO sentado en la mesa, y hay que asumir que AMLO también representa una parte de la sociedad que no puede ser excluida”.
Más adelante, el que fue secretario particular del ex presidente Felipe Calderón, señaló que “es momento de dejarnos de aquel cuento del peligro para México, y asumir que AMLO representa una parte de la sociedad, y que esa parte de la sociedad tiene un punto, y ese punto es que hay muchos agravios en nuestro país. Tiene que ver con la forma en que nuestra democracia se ha desempeñado, con la forma en que nuestra economía ha generado, riqueza sí, pero también mucha desigualdad. Y en la medida en que logremos sentar a todos los actores, con una intención de inclusión, podremos cambiar de mejor manera a este país”.
Un exhorto que bien puede ser también para el propio López Obrador, que prometió que su gobierno honraría el ideario de Benito Juárez: “nada por la fuerza, todo por la razón y el derecho”.
Por eso, lo que menos me preocupa es quién ganará la elección del primero de julio. Porque, me guste o no el resultado, el candidato que elija la mayoría será presidente de todos y, por ende, también mío.
Me preocupa más que las autoridades electorales garanticen la legalidad del proceso, y la transparencia y certidumbre del conteo; y me preocupa aún más que los que pierdan, acepten el resultado y reconozcan al ganador.
Los candidatos y sus partidos podrán decir lo que quieran a favor en contra de sus rivales, pero al final, los únicos que podrán y deberán decidir son los electores.
De lo contrario, desacatarían el mandato popular los más obligados con el espíritu de la democracia. Porque, tal y como fue configurada en tiempos modernos, la democracia nació para articular y garantizar la convivencia pacífica de una sociedad, y para proteger a los ciudadanos de los excesos y abusos del poder político.