Propuestas y soluciones
La semántica del poder
Mientras todos en la mesa escuchaban atentos la lectura del primer borrador de la solicitud de revocación de mandato del alcalde de Chilpancingo, su seguro escribidor, ensimismado, lo único que atendía era el eco interminable de una palabra, la primera del documento: ‘solicitud’.
En cuanto el lector de la mesa la pronunció, me sonó rara, imprecisa, inadecuada, errónea, la sentía extrañamente incómoda, sin concordancia con lo que se pretendía,sin saber bien por qué. “¿Solicitud? ¿Será? No, no checa”, farfullé inquieto en silencio una y otra vez.
Tristemente, el veinte me cayó muy tarde, al día siguiente de haberlo entregado en el Congreso.
Debí recordar la advertencia de Alex Grijelmo sobre la manipulación masiva del poder en ‘la era de la posverdad’, neologismo que consiste en la masificación de las creencias falsas y la facilidad para que las mentiras prosperen.
De acuerdo con el periodista y escritor español, en esta era “la mentira debe tener un alto porcentaje de verdad para resultar más creíble. Y mayor eficacia alcanzará aún la mentira que esté compuesta al cien por cien por una verdad. Parece una contradicción, pero no lo es”.
Y particularmente debí recordar su libro ‘Palabras de doble filo’, en donde advierte que la manipulación más frecuente del lenguaje “se da en la política”.
Para ser más preciso y claro les comparto aquí dos párrafos de Grijelmo que nunca debí olvidar, para entender a tiempo por qué la palabra ‘solicitud’me pareció imprecisa e incómoda.
“Cuando vamos al banco a gestionar un crédito usamos una palabra muy significativa. Decimos que queremos ‘solicitar’ un crédito. Ese verbo nos sitúa en una situación psicológica de inferioridad, porque nos pone de rodillas ante el empleado de la sucursal, nos obliga a contarle toda suerte de detalles sobre nuestra vida y nuestros números, y nos deja a la espera de una decisión igualmente de verbo envenenado: nos informarán pronto de si nos han ‘concedido’ el préstamo. Y en realidad no vamos al banco para ‘solicitar’ un crédito, sino para ‘comprarlo’.
“Cuando acudimos al concesionario de automóviles con la intención de adquirir un coche, no le pedimos al vendedor que nos ‘conceda’ tal o cual vehículo, aunque lo paguemos a plazos.También un crédito lo compramos. Pagamos los intereses religiosamente, y el banco no nos regala ni otorga nada. ¿Por qué utilizar entonces verbos como ‘pedir’ y ‘conceder’?”.
Al terminar de leer, las preguntas saltaron espontáneas: ¿por qué ‘solicitar’ a los diputados del Congreso local, la revocación de mandato de un alcalde? ¿No es más congruente y adecuado entender la acción ciudadana como ‘demandar’? ¿Para qué ‘solicitar’ cualquier cosa a quienes elegimos para representarnos? ¿A quienes deben acatar el mandato popular, y defender, proteger, cuidar y trabajar por el bien común? ¿Por qué debemos ‘solicitar’ a los anteriores, la revocación de mandato del gobernante electo más próximo e inmediato?
No se trata de sustituir la palabra y el sentido de ‘solicitud’, para ‘ordenar’ o ‘imponer’ nada a los legisladores; pero sí de respetar el significado de la democracia:sistema político que defiende la soberanía del pueblo y su derecho a elegir y controlar a sus gobernantes. Y menos se trata, por supuesto, de invertir totalmente su espíritu fundamental, manipulando burdamente las palabras.
Todos sabemos que el lenguaje ha sido siempre una de las herramientas para ejercer el poder, y que las palabras cobran significados distintos cuando se usan con el propósito de imponer ese poder. Pero en la era de la posverdad, al poder ya no le bastan los eufemismos tradicionales para disfrazar palabras inconvenientes, ni las metáforas mentirosas para tachar los conceptos reales y activar los falsos.
Ahora la manipulación semántica del poder acomoda descaradamente las palabras a una realidad cambiante; tanto, que a menudo terminan significando exactamente lo opuesto.
“Son los partidos políticos”, dice Grijelmo,“los que manejan los hilos del poder y no los ciudadanos a través de la voluntad expresada. Este diseño viene de la mano de la adulteración del lenguaje, vaciando de significado y tergiversando el verdadero sentido semántico de las palabras”.
Lo peor, advierte, es que “modificando de esta manera el valor de las palabras, manipulan a su antojo el poder instrumental que tienen éstas para configurar la capacidad de las personas para pensar de forma autónoma, rigurosa y exacta, pues las palabras son una proyección de la realidad sobre la mente”.
Por eso, inconscientemente, ‘solicitar’ la revocación de mandato, nos colocó en una situación psicológica de inferioridad, porque nos puso de rodillas ante los diputados, y nos dejó a la espera de una decisión de verbo envenenado: nos informarían si habían ‘aprobado’ la revocación. Y en realidad debimos ir al Congreso para ‘demandar’, no para ‘solicitar’.
Debí recordarlo a tiempo.