Teléfono rojo
Feministas que tratan mal a los hombres
Nunca como hoy fue más necesaria una aclaración previa al tema y los comentarios de este espacio.
Por ende, aclaro que el masoquismo no se me da ni lo entiendo, y menos las tendencias suicidas. Lo aclaro, porque seguro algo así pensarán los lectores de su humilde escribidor, particularmente mis congéneres, que conocen los riesgos inherentes a la crítica, discusión y/o cuestionamiento de los derechos, libertades y banderas del respetable género femenino.
Aunque más adelante compartiré varias dudas y una queja para las mujeres, y una convocatoria a la sociedad en general, aclaro que no rechazo, niego ni resisto ninguna reivindicación y conquista del feminismo, y menos subestimo la gravedad de la violencia y los abusos contra las mujeres.
El problema es que a veces las consignas, críticas y reclamos feministas exceden injustamente los niveles de beligerancia y dogmatismo; tanto, que los varones sólo nos atrevemos a quejarnos en corto, seguros de la ausencia de moros… de moras en la costa, para evitar cáusticas descalificaciones y terribles acusaciones.
Aclaraciones hechas, les comento que las dudas tienen que ver con la respuesta de las feministas al manifiesto de artistas e intelectuales francesas en contra del “puritanismo” de la campaña #MeToo.
Para explicarlas mejor, comienzo con el primer y quinto párrafos del manifiesto.
“La violación es un crimen. Pero el coqueteo insistente o torpe no es un crimen, ni la galantería es una agresión machista”. En el quinto párrafo, las firmantes señalan que “esta fiebre para enviar a los ‘cerdos’ al matadero, lejos de ayudar a las mujeres a empoderarse, en realidad sirve a los intereses de los enemigos de la libertad sexual, los extremistas religiosos, los peores reaccionarios y los que creen que las mujeres son seres ‘separados’, niñas con una cara de adulto, que exigen protección”.
Prosigo con la reacción feminista, que fue inmediata.
En el portal web francetvinfo, una treintena de sus paisanas feministas lamentaron que “cada vez que los derechos de las mujeres avanzan, que se despiertan las conciencias, aparecen resistencias”. Acusaron a las firmantes de banalizar la violencia sexual y “despreciar el hecho de que millones de mujeres sufran o hayan sufrido este tipo de violencia”.
Hasta ahí, entiendo la postura de las feministas francesas. La duda es cuando dicen que “aceptar insultos contra las mujeres significa permitir la violencia”.
¿Entonces, como aseguran las firmantes, es verdad que “quieren acabar con el arte de la seducción, el juego y la galantería de los hombres”?
Si consideran al manifiesto una “apología de la violación”, ¿significa que todos los piropos son insultos contra las mujeres?
Si eso piensan, ¿llegarían al extremo de proponer, como en Suecia, un proyecto de ley para imponer el consentimiento explícitamente notificado al hombre que desee tener relaciones sexuales con una mujer?
La verdad, me cuesta mucho aceptar que a cualquiera de mis congéneres se le confunda con asesino o violador en potencia, sólo por la transgresión de una frase galante.
La queja es por la advertencia en el último párrafo de la respuesta de las feministas francesas: “Los cerdos y sus aliados/as tienen motivos para preocuparse. Su viejo mundo está a punto de desaparecer”.
¿No les parece rudeza innecesaria? ¿Creen que todos somos cerdos preocupados por la desaparición de ‘nuestro’ viejo mundo?
Aunque les cueste creerlo, la mayoría de mis congéneres, los hombres pues, queremos ser aliados de sus luchas, no enemigos a vencer.
Aunque les cueste reconocerlo, nos tratan muy mal. Sobran argumentos para sustentar la queja, sin embargo, para evitar posibles linchamientos, dejaré que una mujer, la periodista y escritora rusa estadounidense Cathy Young, explique por qué sentimos que las feministas tratan mal a los hombres.
El año pasado, en su columna del diario español El País, titulada ‘Las feministas tratan mal a los hombres’, escribió: “Decir que las feministas fustigan a los hombres parece un cliché, una caricatura misógina. El motivo central del feminismo, aseguran sus defensoras, es la lucha por la igualdad. La etiqueta del odio a los hombres es producto o de la difamación o de un malentendido. Sin embargo, gran parte de la retórica feminista actual ha cruzado la línea que separa las críticas al sexismo de las críticas a los hombres, y se centra en el comportamiento personal: cómo hablan, cómo abordan las relaciones, incluso cómo se sientan en el transporte público. Si se hicieran acusaciones similares contra las mujeres, se tacharían de burda misoginia”.
Young, cuyo trabajo aboga por un feminismo de la igualdad, señala que “este antagonismo entre los sexos no contribuye a promover una igualdad que aún es incompleta. La obsesión con que los hombres se comportan mal más bien desvía la atención de problemas más importantes, como los cambios necesarios en el lugar de trabajo para facilitar el equilibrio entre la vida laboral y la personal”.
Más adelante, advierte que las redes sociales han amplificado la hostilidad feminista contra los hombres. “Ridiculizar y criticar a los hombres no es la forma de mostrar que la revolución feminista es una lucha por la igualdad y que queremos contar con ellos. Decir a los varones que su papel en la lucha por la igualdad de sexos se reduce a escuchar a las mujeres y soportar con paciencia los ataques contra ellos no es la mejor forma de sumarlos a la causa”.
Al final, Cathy Young sugiere una cruel paradoja de la lucha feminista: “no es absurdo pensar que parte del apoyo a Donald Trump es una reacción frente al feminismo radical”.
Considerando todo lo anterior, convoco a la solidaridad de la sociedad en general a combatir la opresión contra los varones. Porque nosotros, hombres masculinistas, que padecemos en silencio la represión de feministas radicales, necesitamos el apoyo y la solidaridad de la sociedad inservil”.
Congéneres, ¿se animan, o les da miedo?