Sin mucho ruido
La meta es cambiar, no ganar la elección
Por lógica y sentido común, en el proceso electoral más grande, competido y relevante de la joven, pero intensa democracia mexicana, los partidos y sus candidatos están particularmente obligados a exponer y debatir ideas, propuestas y argumentos. Triste paradoja, porque al menos hasta ahora, el debate preelectoral carece como nunca antes de sustancia, calidad, compromiso y seriedad.
En un contexto tan confuso y polarizado y una coyuntura tan violenta e inestable, los candidatos y sus partidos parecen más preocupados y ocupados en propagar chismes, intercambiar acusaciones, validar noticias falsas, y destacar los defectos de sus adversarios, que en proponer, explicar y defender los méritos propios.
De hecho, esa parece ya la premisa estratégica principal de sus discursos: la de Andrés Manuel López Obrador, atacar al PRI y a su candidato, ‘representante de la mafia del poder, enemiga y culpable de todos los males’; la de José Antonio Meade, atacar al ‘señor López’, candidato de Morena, ‘enemigo peligroso para el país, cómplice de los rusos, populista y corrupto’; la de Ricardo Anaya, atacar al Peje y a Meade (en ese orden), ‘enemigos y culpables de lo mismo’.
No importa que la premisa política sea pedestre y ordinaria, porque en política, lo que no se dice es lo que importa.
Tampoco importa que las alianzas perviertan principios y postulados ideológicos, porque olvidaron, o fingen no recordar, que cuando un partido político no se sostiene en la determinación para lograr una meta correcta y moral, no es un partido, sino una mera conspiración para conquistar el poder.
Por eso les importa tanto mantener los asuntos y conflictos más triviales y vulgares en la agenda pública, para convencernos de que nuestro enemigo son sus adversarios, aunque conste que el único y peor enemigo de todos es el mal gobierno.
Pero, ¿hay buenos gobiernos y malos gobiernos?, preguntó retórico alguna vez Charles Bukowski. “No, sólo hay gobiernos malos y gobiernos peores”, respondió. Quizá, para los políticos que aspiran ser gobierno, la cruda resignación de Bukowski es un consejo pragmático.
Por eso ya hacen cálculos, mediciones prospectivas, ya anticipan escenarios positivos y negativos, y preparan planes de contingencia, ‘en caso de otro complot, de que Meade no levante, de que ese o aquel decline por fulano o mengano’.
No parecen importarles los medios sino los fines, porque al final, las elecciones determinan quien tiene el poder, no quien tiene la verdad.
En ese sentido, Edgar Watson Howe, novelista y crudo como Bukowski, decía que si se comprende por qué las moscas se reúnen alrededor de un restaurante, se puede entender por qué los políticos se postulan para cargos de elección.
Tristemente, la imagen coincide con la percepción de muchos mexicanos sobre los verdaderos motivos e intereses de los políticos alrededor del poder; trágicamente, si son incapaces de construir ideas, propuestas y argumentos, de convencer que tienen lo necesario para gobernar.
“¿Será alguno de los tres candidatos a la presidencia capaz de sacar a México del círculo vicioso de las esperanzas fallidas?”, preguntaba la cabeza de una nota en el diario El País.
A juzgar por la sustancia y el contenido de sus discursos, parece muy difícil. Imposible, en mi opinión, aunque todos prometan ser el indicado, ningún candidato podrá sacarnos de ese círculo sin el respaldo de la mayoría.
Porque en tiempos y circunstancias tan difíciles como estos, los candidatos y sus partidos, pero también los electores y la sociedad, debemos entender que al final, la meta no es ganar la elección. La meta es cambiar a México.