Teléfono rojo
La corrupción son todos
En abril de 2004, la corresponsal del Washington Post (WP), Mary Jordan publicó un reportaje sobre la “cultura mexicana de la corrupción”, donde señaló nuestra “excesiva tolerancia” a este problema.
Desde el primer párrafo, la ganadora del premio Pulitzer en 2002 destacó que en México “la corrupción es tan común, que la gente ha dejado de molestarse por ella. Eso se entiende dada la falta de confianza ciudadana en el sistema legal. Cuando la gente desconfía de la policía o de los tribunales, respeta las leyes selectivamente”.
La reacción de muchos políticos fue de molestia, rechazo y descalificación, argumentando la tradicional animadversión del WP hacia nuestro país. Consciente de la percepción, en una entrevista ese año con el diario Reforma, Jordan aclaró que “la corrupción sin duda no fue inventada en México”, sin embargo, precisó que “la diferencia es que la corrupción en México es tan endémica, tan avasalladora, que detiene y obstruye al país y destruye su iniciativa”.
Tanto, que a menos de seis meses de la elección, para los diputados de la actual LXIII Legislatura coincidir en el combate a la corrupción, “es el germen de conflictos, falta de consensos y la mecánica para que cada fracción se vuelva una trinchera de la contienda electoral en marcha”, alerta una nota del portal en Internet de Político MX.
Por ley, el Sistema Nacional Anticorrupción debió iniciar en julio de 2017, sin embargo, el Congreso aún no ha designado titulares de la fiscalía anticorrupción, ni de la Fiscalía General de la República.
Sobre ello, la nota de Político MX advierte que “el peor escenario que tendríamos es que cada debate en Senado o Cámara de Diputados se vuelva un diálogo de sordos o en fuegos de artificio para demostrar que el candidato en turno tiene una bancada ‘combativa, insistente y comprometida’ con su causa”.
La única certeza hasta ahora, nada nuevo, es que en México la corrupción es un arma política de uso reglamentario.
El sociólogo panameño Marco A. Gandásegui, profesor de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA), subraya la importancia de entender la corrupción como un arma política.
En su ensayo ‘La corrupción y las elites políticas’, Gandásegui explica que la corrupción “mantiene unida a la elite de la sociedad, la que controla los medios de poder que van desde el gobierno, los aparatos represivos (policía y militares), el sistema educativo, los medios de comunicación y las iglesias.
“La función política de la corrupción está relacionada con la formación, la ampliación y la reproducción de las elites políticas en la medida en que permite o facilita el establecimiento y el mantenimiento de redes verticales y horizontales que necesariamente se encuentran como sustrato de cualquier elite política”.
Sobre esta misma línea, Mario Unda, catedrático ecuatoriano de la Universidad Central de Ecuador, dice que “bien miradas las cosas, la corrupción es un mecanismo de mucha utilidad en el establecimiento de las relaciones de cercanía cotidiana que se requieren para la estabilización del bloque en el poder. Se trata de la presencia de lazos invisibles a los ojos del común de los mortales”.
Y como si estuviera hablando del actual contexto mexicano y de los invisibles lazos de la clase política, Unda agrega que “otra función de la corrupción es prestarse para ser usada prácticamente en cualquier momento por cualquier actor interesado. En tanto arma política ampliamente disponible, la corrupción ofrece -en momentos de crisis- chivos expiatorios fácilmente identificables por la ira popular”.
Por eso, confiados en su eficacia para herir adversarios y desviar la atención de culpas propias, los candidatos y sus partidos recurren a la corrupción como un arma política en las precampañas para la elección de 2018.
Ya sin el disimulo cauteloso de los ’80, cuando el entonces presidente José López Portillo acuñó ‘La corrupción somos todos’, como lema de su campaña. Sin duda, para atenuar críticas a la corrupción cada vez más evidente del régimen priísta, repartiendo culpas con la sociedad.
Aunque no por eso mentía, atisbaba ya el México que vio la reportera del WP en los primeros años del nuevo siglo, cuando la corrupción se había vuelto tan común, “que la gente ha dejado de molestarse por ella”.
Pero a 35 años de su lema, a 14 del reportaje de Mary Jordan, en el último año del presidente Enrique Peña Nieto, y a 18 de la alternancia partidista, la percepción pública de que la corrupción de los políticos es generalizada y común que, en lugar de provocar hábito e indiferencia, causa indignación y diluye aún más la de por sí precaria credibilidad ciudadana.
Por si fuera poco, los partidos y sus candidatos incorporaron un arma política más a su arsenal para la elección de 2018: la violencia. Sin recato ni pudor, la usan a discreción donde les conviene.
Andrés Manuel López Obrador la usó en noviembre, durante su gira por Guerrero en San Marcos: en esta entidad “impera la inseguridad y la violencia” y hace falta un cambio”, disparó a quemarropa, días antes de recibir la metralla que sus adversarios le dispararon cuando sugirió “la posibilidad de una amnistía”.
En enero, en Chilpancingo, José Antonio Meade disparó con cautela. Aunque sostuvo que planea la estrategia adecuada para contrarrestar la inseguridad, ya que consideró “grave el problema de la presencia de los grupos delictivos en Guerrero”, también olvidó mencionar el fracaso de la estrategia del presidente priísta.
El 24 del mismo mes en Acapulco, también Ricardo Anaya disparó al bulto. Apuntó que 2017 fue el año en que más homicidios ocurrieron en los últimos 20 años, y disparó: la entidad con más asesinatos es Guerrero: “el que más ha sufrido la violencia en todas sus manifestaciones”. Aunque condenó “el fracaso” de la estrategia contra la inseguridad del gobierno federal, “olvidó” mencionar el presidente panista que la echó a andar.
En respuesta, el gobernador Héctor Astudillo puso el dedo en la llaga. Consideró “muy grave” que por temas electorales un personaje como Anaya llegue a la entidad y diga “que todo está mal en una tierra que no conoce”.
Sobre la misma llaga que, dos décadas antes, Mary Jordan había puesto el suyo: “la corrupción es parte de la razón de la percepción de que México está atorado, de que es incapaz de avanzar en su lucha contra su enemigo más formidable: él mismo”.
A este paso, si los candidatos continúan blandiendo problemas y conflictos sociales como si fueran armas, en lugar de asumir compromisos y proponer soluciones, darán motivos para editar el viejo lema de López Portillo, como ‘La corrupción son todos’… los políticos y sus partidos.