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CIUDAD DE MÉXICO, 8 de diciembre de 2016.- William Jenkins fue a mediados del siglo XX el hombre más rico en México. De nacionalidad estadounidense, lo hizo a través de la compra y explotación de ingenios azucareros, con la posesión de cadenas de cine, con las ganancias de préstamos a otros empresarios y también con la ayuda de políticos como Maximino y Manuel Ávila Camacho, a quienes apoyó en sus campañas políticas para gobernador de Puebla y presidente de México, respectivamente, y quienes a cambio le dieron trato privilegiado para sus negocios en la entidad.
Jenkins se enriqueció gracias en parte a través del “capitalismo de cuates”, define a Quadratín México el investigador inglés Andrew Paxman en su más reciente obra, En busca del señor Jenkins, dinero, poder y gringofobia en México, editado por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) y Editorial Debate. Cuestionado en entrevista sobre si dicho capitalismo de cuates aún perdura en México, Paxman –coautor, junto con Claudia Fernández de El Tigre, la biografía no autorizada de Emilio Azcárraga Milmo– no duda su respuesta.
“Lo que vemos entre Jenkins y Ávila Camacho lo hemos visto en épocas recientes por ejemplo entre [Enrique] Peña Nieto y Grupo Higa; de nuevo estamos hablando de una relación de capitalismo de cuates, favoritismo hacia ciertos miembros de la élite empresarial a cambio de ciertos favores. Ya sabemos lo de la Casa Blanca. Lo que no sabemos tanto es qué tantas o cuántas aportaciones financieras hicieron los de Grupo Higa a las campañas de 2005 en el estado de México y la del 2012”, inquiere.
“Yo sospecho que se hicieron fuertes donativos. Yo espero que este libro pueda dar sustento a lo que nosotros en México hemos imaginado, lo de la relación muy cercana entre las élites políticas y las empresariales, es una cosa bien sabida, es una presunción de una complicidad”, explica.
La relación entre el poder y Jenkins fue tal, que el estadounidense –quien nunca se nacionalizó– intervino en política, sin que se le aplicara el temido artículo 33 constitucional, que impedía a extranjeros intervenir en política nacional.
Con su obra en la mano, Paxman comparte la aspiración que tiene con su obra, que le llevó más de 10 años hacer: “Lo que espero es que este libro anime tanto a historiadores como periodistas a investigar más estas relaciones tan cómodas y cercanas entre las grandes élites en México. Es una llamada a la transparencia”.
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