
Congruencia y coherencia política
En esta semana los dirigentes de los tres partidos más importantes del país debatieron ante (para variar) Loret de Mola. Ya, una semana antes, lo había hecho un número igual de distinguidos panistas.
Con estos eventos, televisa se va incrustando en la mente de los ciudadanos como el articulador y procesador de todo el acontecer político hasta, incluso, de fabricar a modo las candidaturas que le sean conveniente. La televisión ha suplido a la plaza pública, acelerando su incidencia en los procesos políticos o teledirigiendo la opinión pública, que por ser “doxa”, es un conocimiento frágil y aparente.
Televisa, empresa económicamente exitosa, “no da paso sin huaraches”; recién reestructuró su barra programática sacando a las figuras desgastadas de viejos conductores que, aunque con mucha experiencia, ya no son atractivos en la pantalla, a los que suplió con otros perfiles altamente especializados y frescos, para apropiarse del campo de batalla electoral rumbo al 2018, con la dinámica de las comparecencias ante el periodista Carlos Loret, rivalizando con el Instituto Nacional Electoral, el cual solo puede promover los debates en los tiempos de la ley.
Si nos atenemos al planteamiento de Giovanni Sartori de que “los efectos de la vídeo política tienen un amplio alcance, como la personalización de las elecciones”, al dar más relevancia al candidato que a los programas del partido, en torno a un tema específico, nos damos cuenta que no importa tanto el discurso, puesto que la imagen del político es lo que cuenta. En resumen, como bien afirma el politólogo italiano “la política en imágenes se fundamenta en la exhibición de personas”. Y esto es, precisamente, lo que está haciendo el emporio televisivo.
Bajo esta lógica, no es descabellado pensar, que a estas alturas, los suspirantes para diferentes cargos, de todos los partidos, estén deseosos de ser invitados al estudio del avispado presentador de noticias matutinas que, de facto, se convierte en la autoridad cognitiva más relevante para un público que la mayoría de las veces, voluntaria o involuntariamente, toma decisiones políticas con base a emociones y pasiones, y muy pocas veces producto del análisis razonado.
La racionalidad en política es una cualidad escasa en la masa, pero hoy, pareciera que, está disminuyendo a pasos agigantados, y este vacío, desgraciadamente, se sigue llenando por la emotividad, producto de la imagen televisiva.
En este escenario mediático de monopolización e información política, se recrea el individuo débil, no participativo, inclinado a las noticias sintéticas, incapaz de poseer opinión autónoma, que exija la rendición de cuentas a los políticos que el voto emocional llevó al poder. Mientras tanto, la televisora, gracias a este nuevo formato, seguirá posicionándose en la voluntad del demos perezoso e irreflexivo.