Llama Abelina López Rodríguez a la detección temprana del cáncer de mama
ACAPULCO, Gro., 4 de octubre de 2018.- El momento más alto del discurso del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, y el más festejado con gritos y con aplausos, ante los guerrerenses reunidos la tarde del miércoles en el malecón acapulqueño, fue cuando habló de la corrupción y de este vicio de nuestra clase política, sea de derecha o izquierda, que como un ADN se ha incrustado en el cuerpo social, el que próximamente será considerado delito grave y que será un pasaje escala “directo a la cárcel”.
La alcaldesa Adela Román Ocampo, sonriente, nerviosa, se llevó los lentes oscuros al rostro, los montó en su nariz cubriendo su mirada en esa tarde nublada, sin sol, bajo una gran carpa que sólo provocó sombra y calor.
Mientras el discurso contra la inmoralidad de nuestros dirigentes políticos venía, podría decir un evangélico, desde lo más alto de la montaña, el pueblo pobre que fue a saludar a su presidente, a oír a su líder que las promesas han dejado de serlas y se transformarán en realidad a partir del primero de diciembre, sólo había manifestaciones de complacencia.
Nada de que quiero el trabajo porque yo trabajé en la campaña, nada de que porque somos amigos, familiares, repetía el presidente electo. La gente coreaba de alegría y pedía castigo para el malo del momento, el ex presidente de Acapulco, Evodio Velázquez Aguirre, que para los presentes, nos dejó a los porteños sin calzones.
La mirada de Adela Román aún tras los vidrios oscuros, sonríe, y luce altiva sus tres cuerdas de perlas blancas enredadas al cuello que forma parte de su nuevo look que muestra desde el pasado domingo: un cabello más claro y entallado vestido blanco. Todo en coordinada combinación.
Al terminar el discurso contra el mal del momento, Adela se retiró los lentes y dirigió la mirada hacia el público que coreaba su nombre cuando Andrés Manuel López Obrador le reiteró su apoyo.
Minutos antes, mientras el líder desarrollaba su discurso qué duró más de una hora, único orador del evento, una manta que exigía libertad para los presos del Consejo de Ejidos Opositores a la Presa La Parota (CECOP) fue subida al templete.
La manta quedó en las manos de los diputados Zeferino Gómez, la senadora Nestora Salgado, el síndico Javier Solorio, espectaculares pantalones fiucha; las diputadas Rosario Merlín y Avelina Rodríguez. La diputada local Mariana Guillén nunca tocó la manta y prefirió jugar con su celular.
Al otro lado del líder, el presidente del Congreso, Pablo Amílcar Sandoval, que fue ratificado como el próximo superdelegado que vigilará el cumplimiento de decenas de programas federales que serán entregados directamente a los beneficiarios a partir del próximo año.
Cerca de ellos, el senador Félix Salgado Macedonio que tuvo una presencia discreta, de bajo perfil, inversamente contraria al activismo que realiza en la entidad promoviéndose como el próximo candidato de Morena al gobierno del estado.
No estuvo en el templete el diputado Arturo Martínez Núñez; Ossiel Pacheco llegó retrasado, y se colocó al lado de Amílcar Sandoval, aunque no es de su corriente sino de la de Cesar Núñez.
Los diputados y políticos de Morena llevaron porra que repitieron los nombres de sus líderes para manifestar popularidad cada vez que hubo oportunidad. Hubo otros por los que el respetable público no hizo ni pío cuando los nombraron.
López Obrador ya había anunciado cuatro universidades para Guerrero y diversos programas sociales, cambio de la Secretaría de Salud a la entidad y selló su discurso con una frase que sintetiza su relación con este sur: “amor con amor se paga”.
Mucho tiempo después de terminado el mitin, una especie de peregrinación rodeó la camioneta presidencial resguardada por personal de seguridad del gobierno del estado que se abría paso entre cuerpos, entre manos con celulares que clamaban selfies o al menos tocar a ese mito hecho realidad que recorre México como presidente electo.