El presupuesto es un laberinto
La premisa: “a mayor educación de la población, menor informalidad laboral” no funciona con nosotros.
La ampliación de la cobertura educativa en México en los últimos veinte años no se ha traducido, como pudiera esperarse, en una reducción de la informalidad laboral, sino que ésta se ha mantenido constante en los últimos veinte años, reveló una interesante investigación a cargo de Santiago Levy y Miguel Székely (Trimestre Económico, vol. LXXXIII, oct-dic, 2016: 499-548).
En las encuestas de hogares de México y otros 17 países de América Latina, nuestro país no sale bien librado en comparación con el resto, a tal grado que varios autores han mostrado interés por conocer más sobre la estrecha relación de la informalidad y los bajos niveles de productividad,que están estrangulando el crecimiento y desarrollo en México.
Es lamentable, sin embargo real, que la educación por sí sola no es elemento suficiente para reducir la informalidad, aun en un contexto macroeconómico estable, como el que ha experimentado el país en el presente siglo. Existen otras variables de enorme peso que inciden en el problema, como la educación de calidad y las características del mercado laboral.
El mercado laboral, se define como la interacción entre empleadores y trabajadores, el cual está sujeto a una serie de reglamentaciones que va desde el aseguramiento social del trabajador, la regulación fiscal, salario mínimo, indemnizaciones por despido y separación.
Por otra parte, no obstante, que el grueso de la informalidad ha recaído en un sesenta por ciento en el segmento que estudió hasta la secundaria, las tasas de informalidad de las generaciones recientes han tenido el mismo comportamiento que las de generaciones anteriores.
Si consideramos la Perogrullesca afirmación que, en México, la combinación del capital y el trabajo son menos productivos en el sector informal que en el mercado formal, ¿que podría pasar cuando se incremente el número de deportados a nuestro país? Indudablemente que las manos ociosas en las ciudades, y la pobreza en el campo se incrementarán, pues el desempleo es producto del mercado laboral; y éste se rige por la oferta y la demanda;por su parte, la pobreza es un fenómeno estructural de la economía.
Como es sabido, los migrantes que, en su mayoría, son individuos de bajos niveles socioeconómicos han jugado como válvula de escape ala desocupación imperante en el territorio nacional.Sin embargo, al retornar al país, podrían convertirse en una fuerte presión para la política fiscal del Estado.
El fenómeno de la deportación tendrá un impacto negativo en la economía nacional, debido a que el grueso de la población que emigró a los Estados Unidos en busca de empleo, son aquellos de menor escolaridad; por tanto, a su regreso, la mayoría no podrán insertarse en el mercado formal de trabajo y engrosarían las filas de la informalidad ocupacional en empresas que no les otorgan seguridad social ni un plan de pensiones.
Por cierto, de acuerdo con los últimos tres censos económicos, las empresas informales han tenido un crecimiento de casi el cien por ciento, a pesar de que el país, en lo que va del siglo, ha mostrado signos de estabilidad macroeconómica. Luego entonces, hay una falla importante en la estructura del mercado laboral que impide que la educación sea detonador de crecimiento y desarrollo económicos.
Visto así, el gobierno tiene ante sí un importante reto en el diseño y aplicación de políticas públicas que encaren con éxito la espinosa variable de la informalidad en el empleo.