Teléfono rojo
Este lunes el presidente López Obrador ahogó la iniciativa anunciada por Marcelo Ebrard sobre el método para seleccionar al candidato presidencial. El canciller, aspirante y parte interesada, pretendía enmendar la página en el proceso sucesorio. Nada mejor que invitar a los mandatarios locales afines, no todos de Morena y a los aspirantes a celebrar el triunfo de la profesora Delfina Gómez en el Estado de México. La realidad es que el encuentro tuvo el propósito de precisar los términos para el proceso sucesorio, entre otros aspectos, la renuncia de los aspirantes a sus responsabilidades. Por su parte, Ebrard se la cobró anunciando su renuncia, antes de la reunión del domingo del Consejo de Morena, donde se formalizaría lo anunciado por el presidente. Un madruguete el del canciller.
Por su parte PAN, PRI y PRD ratificaron su decisión de ir juntos al 2024. Comprometieron definir método de selección al 26 de junio. Es evidente que no les corre prisa. En la acera de enfrente ya se dijo que en septiembre a más tardar se conocerá quien deba pasar la prueba de los votos en la pretendida continuidad de lo casi imposible. Por su parte, Dante Delgado insiste que no irá en coalición; requiere de un candidato presidencial, y si quiere ganar Jalisco tendrá que postular a Enrique Alfaro. Luis Donaldo Colosio se guarda para reelegirse y buscar la gubernatura en 2027 y la grande en 2030.
A los opositores no les corre prisa y como bien se dice, secreto que se comparte deja de serlo, sobre todo si quienes concurren son más de dos. Claro, no es un hecho lo platicado, y pueden ocurrir cambios. Por ejemplo, Marko Cortés resolvió que los aspirantes debieran acreditar un millón de adhesiones, que significaría que las maquinarias partidistas definirían al candidato, para el caso concreto, Santiago Creel y Alejandro Moreno. La nueva cifra es la décima parte.
Los dirigentes desconfían de la democracia. Se supone que de ella viven, pero como ha quedado acreditado en más de un cuarto de siglo de elecciones competidas, los partidos han pasado por la democracia, pero la democracia no ha pasado por los partidos, aunque sí el dinero oficial y el ilegal. Para la oposición no cabe que la ciudadanía decida candidato o candidata en un proceso competido, organizado por una instancia independiente e imparcial. Para ellos la democracia divide y abre la puerta al enemigo, imponiendo al peor, es decir, a Alejandro Moreno. Así se las gastan en el PAN para negar a los ciudadanos.
No se quieren, pero se necesitan. Ante la ausencia de democracia auténtica, recurren a lo mismo que López Obrador, a la democracia ficción, a que las encuestas desplacen a las urnas. No importa que los sondeos fracasen una y otra vez en el pronóstico electoral. Tampoco el desprestigio de esa industria, parte interesada y, para algunos, corrompida por los intereses propios de la política.
El cónclave partidista opositor desechó que uno de los aspirantes de Morena tuviera futura acogida. No es una decisión, es un reconocimiento de que ninguno de ellos habrá de tocarles la puerta. López Obrador anuló toda posibilidad de fractura; además, el PVEM y el PT se han sometido sin rubor ni vergüenza, como quedó demostrado en Coahuila. Ninguno de los aspirantes, ni sus seguidores, quieren verse en el espejo del otrora favorito obradorista, Ricardo Mejía, quien departía regularmente con el presidente a pesar de sus veleidosos antecedentes.
La oposición no leyó bien lo acontecido este domingo. Pasa por alto que la mayor fragilidad del régimen que pretenden vencer es el deplorable estado de inseguridad que padecen los mexicanos, clave por qué en Coahuila de manera abrumadora optaron por Manolo Jiménez; sí lo entendieron los ciudadanos que votaron por la Alianza Ciudadana por la Seguridad; y por qué bajo el lema de Valiente, que alude a lo que se requiere para ganar la batalla al crimen, Alejandra del Moral obtuvo 700 mil votos más que Alfredo del Mazo hace seis años, a pesar del desprestigio del PRI, la pasividad del PAN y el pésimo desempeño del mandatario estatal.
La oposición en la grilla, no hay asiento para los ciudadanos, tampoco para pensar en una oferta básica para motivar la confianza de la sociedad en la alternancia.