Teléfono rojo
El cuarto año de un sexenio plantea la sensación de poder pleno a quien lo detenta; quizás sea así, pero es el inicio de la baja. La idea de poder pleno no deriva de los resultados, sino más bien del proceso sucesorio, todas las estrellas se alinean a partir de la expectativa del ungimiento. Ocurre siempre, pero se acentúa más en el año previo a la designación de candidato. Para el caso concreto de Andrés Manuel el desmesurado poder no está asociado al control. Los conflictos internos se agravan y la inconformidad callada de los propios se acentúa. Afortunadamente el presidente cuenta con un Secretario de Gobernación que le ha permitido operar soluciones como fue el caso del encontronazo del Fiscal Gertz con el ex consejero jurídico Scherer.
El Presidente advierte en el cuarto año que el tiempo se acaba, que un sexenio que parecía infinito se abrevia. Algo así como días largos, años cortos como solía decir su antecesor López Portillo. El cuarto año revela lo que no se hizo y lo que no se va a poder hacer. No sólo es la obra pública, también es el proyecto mismo. El Presidente presume lo que no puede cumplir: la continuidad. No puede ocurrir porque el futuro es incierto, incluso en el supuesto de triunfo en la elección de 2024.
López Obrador ha optado desde hace tiempo por la candidatura de Claudia. Ella ha hecho lo propio para mantenerse en la estima y la confianza. Por esta razón se ha despojado de lo mejor de sí misma y se ha mimetizado a las formas y usos de López Obrador. Ya se ha dicho, no le viene bien y eso mismo la ha hecho vulnerable y debiera despertar la desconfianza del propio Presidente, como debió suceder con lo obsequioso que fue Echeverría con Díaz Ordaz. No ha ocurrido así porque hay necesidad de certeza frente al futuro. El problema de Claudia está en otro ámbito: la posibilidad de ganar.
El cuarto año le deja al presidente varias lecciones, tres de ellas han ocurrido en días pasados. El voto del pleno de la Corte en la deliberación de la constitucionalidad de las reformas de la ley de la industria eléctrica le revela que hay una mayoría significativa de ministros para quienes la ley sí es la ley, que toda autoridad debe someterse al criterio de constitucionalidad. Tres ministros han quedado exhibidos y un cuarto en la penumbra con la necesidad de aclaración de la resolución interpuesta por el senador Emilio Álvarez Icaza. La legalidad en el desempeño es un límite al que deberá someterse el Presidente y su gobierno. El Poder Judicial Federal es garante de ello.
La segunda lección fue la consulta para la revocación de mandato. El presidente tuvo que estirar la liga al máximo para que el ejercicio no fuera un fracaso total. Erró en impedir que el INE instalara la totalidad de las casillas que la ley ordena, en el pecado llevó la penitencia, castigó la participación ciudadana. Tuvo que transitar él, su gabinete y los suyos por el camino de la confrontación no sólo al INE, sino a la legalidad. Desgastó al Congreso con un decreto interpretativo absurdo e ineficaz al cometido. Los operadores de tierra no funcionaron como se esperaba: Tabasco, el único estado que cumplió la meta, no así la Ciudad de México, otra muesca más para Sheinbaum. El presidente deberá entender que e voto duro, significativo y el mayor por mucho de todos los partidos, no es suficiente para asegurar el triunfo. El poder dividido se asoma para lo que vendrá después de 2024 y posiblemente la alternancia en la Presidencia.
La tercera lección habrá de ocurrir este domingo. No contará con los votos necesarios para procesar su reforma constitucional. Él lo sabe. No importa que diputados como Carlos Miguel Aysa entreguen su voto y lo que tienen de dignidad, que no es mucha, los números no le dan porque perdió la mayoría calificada en 2021 y porque el Senado es un dique imposible de superar.
El cuarto año es espejismo de poder. Lo que significa que el presidente debe actuar con realismo, consciente de sus límites y particularmente del valor de lo que le queda de tiempo. Las pretensiones históricas están en sus manos, que las logre difícilmente. Quedará al descubierto, como sucedió con López Portillo o Salinas de Gortari, que los anhelos de grandeza y la sensación de poder sin límites se estrellan con la realidad, casi siempre con resultados desastrosos si no es que trágicos.