Teléfono rojo
La ceremonia fue premonitoria. Excluyeron al poder independiente, el cual está en vías de dejar de serlo. El Ejecutivo decidió no invitar al Judicial a la conmemoración de la Constitución porque, según argumentó, “debe haber respeto”. Eso sí, convocaron a las tres ministras oficialistas que están en campaña anticipada para conservar el cargo. Eso lo explica todo, para Claudia Sheinbaum solo la obediencia es respetuosa.
No es asunto menor. Convirtieron un acto republicano en mitin partidario, confirmando la pretensión de sus reformas. Buscan borrar la división de poderes y eliminar todos los contrapesos para hacer y deshacer sin más límite que la autocontención, algo que, por cierto, no ejercitan con frecuencia. La misma arbitrariedad que dejó fuera a quien encabeza la Corte, podría también cambiar la sede del evento que, por razones históricas, se lleva a cabo en Querétaro y evitar así que hable un gobernante de la oposición o, de plano, negarle la palabra o tampoco invitarlo. La Presidenta asume que es su fiesta personal y, por tanto, que está sujeta a sus humores.
Llama la atención la acción pueril y visceral, pues Sheinbaum había mostrado más sobriedad y templanza que su antecesor. Además, era evidente que el desplante jugaría en su contra. Y, en efecto, el autogol se concretó y la nota se la llevó la ausente. Creció la figura de Norma Piña y gran parte de la opinión pública se solidarizó con ella. El episodio contribuye a afianzar su imagen de jurista honesta, valiente y congruente que, hasta el último día de su encargo, defenderá la Constitución en cumplimiento cabal de su juramento.
En contraste, la mandataria optó por un desangelado encuentro de cuates que se solazan embriagados por los incalculables beneficios que avizoran con el despotismo naciente, en lugar de hablar frente a los poderes constituidos, cumpliendo con las normas más elementales de la cortesía institucional, y en tal condición cantar victoria por el cambio de régimen que lograron con las recientes reformas constitucionales -regresivas, infames y aprobadas con espuria mayoría calificada, pero ésa es otra discusión. El afán de venganza les hizo olvidar su afición por la simulación, se desprendieron de la demagógica máscara por un momento, exhibieron sin tapujos su rostro autoritario y volvió asomarse la mano peluda que mece la cuna.
No es un hecho aislado. Nunca fue convincente la puesta en escena de la elección judicial como un proceso libre y democrático, pero ya es un espectáculo bochornoso. El Congreso viola con descaro la reforma que acaban de aprobar, incumplen sus plazos y procedimientos y se dan atribuciones que no tienen con la bendición del Tribunal Electoral que, en insólita audacia, hace lo propio y se coloca por encima de la SCJN, recordando al Supremo Poder Conservador de la época de López… de Santa Anna.
No acaba ahí. Los Comités de Evaluación del Ejecutivo y Legislativo dieron ilegal barrida ideológica a los que cumplieron los requisitos. Lo hicieron para garantizar la afinidad con el régimen y asegurar la participación con ventaja de los favoritos de Arturo Zaldívar, Adán Augusto, Ricardo Monreal, Martí Batres y, por supuesto, de Ya Saben Quién. Por eso presentaron mucho menos aspirantes en la tómbola de los que establece la ley e igualmente habrá menos candidatos de los establecidos a no pocos de los cargos en disputa. En el mejor de los casos será una elección interna de Morena; en el peor ni eso.
Además de la degradación propia de una elección organizada bajo la premisa estoica del austericidio y que presagia acarreo masivo con acordeón en mano, la jornada será coronada con opacidad e incertidumbre. La falta de garantías democráticas se extiende al cómputo. Los ciudadanos en las casillas no contarán los votos, los remitirán a las juntas distritales que tardarán hasta 12 días en dar los resultados. Será el paraíso de la alquimia.
La democracia constitucional morirá en esa farsa mal montada, pero la tragicomedia mexicana nunca se sacia. La Presidenta aseguró, días después del agravio a Norma Piña, que el protocolo obligaba a invitar al general Salvador Cienfuegos a la conmemoración de La Marcha de la Lealtad. El chiste se cuenta solo.