
Teléfono rojo
No hay manera de subestimar la capacidad de destruir del populismo.
Lo sabemos bien, la elección judicial es el tiro de gracia a la efímera democracia mexicana; pero ni eso que es muy grave tiene comparación con el cataclismo provocado Donald Trump en tan sólo dos meses y medio de mandato.
No me refiero al consabido daño institucional por pasar sobre contrapesos legales, algo que tampoco es menor, sino al golpe dado al tablero geopolítico, junto a lo cual todo desmerece.
Desbarató al régimen de comercio internacional que se había construido durante un siglo.
Los paradigmas se trastocan.
Mientras los populistas mexicanos que se dicen de izquierda están dispuestos a hacer cualquier concesión para mantener el libre comercio, emblema neoliberal, el magnate norteamericano rompe unilateralmente con el sistema de mercados abiertos que había promovido el propio Estados Unidos, herramienta de su hegemonía planetaria.
El mundo no se recupera del estupor porque el golpe es para todos, incluido y de manera relevante para el que se lo dio a sí mismo al imponer “aranceles recíprocos” el día que, orwelleanamente, llamó de “La Liberación”.
La escena es surreal.
Con una tabla que parecía monografía de primaria, elaborada con base en un nebuloso promedio entre la diferencia de lo que compra y lo que vende, tan mal hecha que, entre los 185 países mencionados, se disponen a cobrar impuestos de importación a la isla Heard y McDonlad donde solo viven pingüinos. Una perla entre muchos gazapos. Así le pusieron fin a una era.
Los memes no se hicieron esperar, tampoco el espanto.
Las bolsas del mundo cayeron incluso más que con la pandemia, incluidos, por supuesto, los índices de Wall Street.
Algunos partidarios del mandatario estadounidense hablan de un plan de choque brillante de tres bandas para “resetear” el sistema y darle una salida a la inmensa deuda interna que tiene Estados Unidos, pero es evidente que tales teorías no resultaron convincentes para los demás jugadores y los principales mercados respondieron castigando la delirante osadía.
Trump pensaba que iban a aguantar el golpe para luego acudir a él para negociar bilateral mentetratos preferentes en condiciones de debilidad.
En eso se equivocó… salvo con México.
Con China puso la moneda de cambio sobre la mesa desde el principio.
La venta de Tik Tok a cambio de reducir sustancialmente los aranceles; pero el país asiático respondió poniéndole a Estados Unidos el mismo 34% que se suma al 20% anterior, producto también de la reciprocidad.
La guerra comercial entre las potencias está declarada.
Europa respondió que estudia los aranceles que impondrá a su otrora aliado, mientras Japón y Corea del Surdejaron a un lado la alianza histórica con los americanos para acordar, en un hecho insólito, con su poderoso vecino.
Canadá está en el combo de México y recibió básicamente el mismo trato, pero su actitud es completamente distinta.
El primer ministro Mark Carney asume que es el fin de la confianza y colaboración con Estados Unidos, le reclama airadamente a Trump la violación del T-MEC y, en consonancia con su afinidad histórica e incluso legal con el Reino Unido, se acerca a Europa.
Un mundo, el de la posguerra mundial y la posguerra fría que se definió con el triunfo del occidente liberal sobre el bloque soviético, lo está destruyendo de manera inconcebible el que había salido con la victoria y no está claro cómo será el que vendrá.
Es posible que, frente a la contundente reacción contra los “aranceles recíprocos”, Trump termine por suavizar su posición. O, bien, que en dos años los demócratas recuperen el Congreso y en 2028 la presidencia para tratar de enderezar el barco.
Sin embargo, parece demasiado tarde y se ve difícil regresar al punto de partida. El país más poderoso ya no es confiable, ni siquiera para sus aliados históricos.
El Plan México es un catálogo de buenas intenciones que requiere de inversiones que no se tienen y que, en buena medida, responde al modelo de sustitución de importaciones ya superado.
Valdría la pena rescatar la negociación con Europa y Reino Unido para un tratado de libre comercio mientras cruzamos los dedos para que Estados Unidos no caiga en recesión.
Ya tenemos suficiente con la nuestra, provocada por el populismo casero.