Teléfono rojo
El año 2008 fue un parteaguas en la vida democrática del mundo. La televisión perdió terreno en la campaña presidencial de Estados Unidos y el Internet dio paso a la nueva era de la comunicación política digital. La irrupción de las nuevas tecnologías de la información en los procesos electorales marcó un antes y un después en todas las democracias del mundo.
Fue entonces cuando Barack Obama cambió la obligada visita a las redacciones del New York Times y el Washington Post, dos de los periódicos más influyentes del mundo que tradicionalmente debían visitar los candidatos presidenciales. Sin explicación pública de por medio, el senador demócrata por el estado de Illinois optó por hablar en la sede mundial de Google, el principal motor de búsqueda de contenidos en Internet, asentado en el corazón de Silicon Valley, al norte de California (Beas, 2010).
Aquel mismo año fue cuando socialista José Luis Rodríguez Zapatero estrenó la aplicación para ver la primera televisión digital de un partido político europeo, y utilizó el primer robot político de Messenger en el mundo. También cuando el derechista magnate italiano de la comunicación Silvio Berlusconi tuvo en su página web una calculadora online para que los usuarios pudieran comparar los impuestos que pagarían menos, cuando él ganara las elecciones.
Así comenzó con mayor ímpetu la revolución 2.0 de la política, que continuó dos años después de la histórica elección presidencial estadounidense, con la Primavera Árabe. Millones de personas de Túnez, Egipto, Libia, Yemen y otras naciones del mundo árabe salieron a las calles a manifestarse contra sus gobiernos, convocados principalmente por las redes sociales y los teléfonos celulares. En términos de Marco Antonio Paz Pellat (2009), la humanidad protagonizó “la reinvención ciudadana de la política”.
La disputa por el poder dejó de librarse en la televisión, que por décadas fue el Coliseo moderno de los partidos políticos. La despiadada guerra electoral se trasladó a la arena del ciberespacio, donde las bases de datos se convirtieron en el principal arsenal de asedio en favor y en contra de los candidatos. Las redes sociales se convirtieron en el nuevo campo de batalla de la cosa pública.
La propaganda, las mentiras y las campañas de odio se mudaron de las pautas televisivas y radiofónicas a las plataformas digitales, acompañadasde un nuevo fenómeno de la llamada Era de la Posverdad: las noticias falsas.
Como todos saben, las fake news son historias falsas que parecen ser noticias, difundidas principalmente en portales informativos, aunque también en la prensa escrita, radio, televisión y fundamentalmente en las redes sociales, con el propósito de desinformar a un público en específico. Son esparcidas con la intención deliberada de engañar, confundir, desprestigiar, manipular o hacer dudar, a la hora de tomar decisiones políticas.
Las noticias falsas son tan antiguas como la política misma. Se dice –sí, se dice, como mandata la dinámica de difusión de las fake news– que desde el siglo I Antes de Cristo, el emperador Augusto echó a andar una campaña de desinformación en contra de su adversario Marco Antonio. En otro caso, del poeta Virgilio se cree que construyó un gran mausoleo funerario para una mosca que supuestamente tuvo como mascota.
En la actualidad, el consenso mundial identifica a la campaña presidencial de Donald Trump como la pionera contemporánea en el uso de las noticias falsas, como las conocemos actualmente. De hecho, como bien se sabe, el asalto al Capitolio en 2021 fue consecuencia de una campaña de desinformación orquestada en grupos de Facebook.
A propósito de la empresa de redes sociales de Mark Zuckerberg, de acuerdo con el documental Fakenews, propaganda y bulos; la batalla contra la desinformación, producido por la televisora Deutsche Welle, según documentos internos del propio corporativo, un tercio de los grandes grupos de Facebook de Alemania son extremistas, con teorías conspirativas, racistas o prorusos. Este podría ser un patrón en todo el mundo, aunque para no caer en la ligereza de las noticias falsas, habría que verificarlo.
Un ejemplo de la desinformación que producen las redes sociales en el ámbito de la opinión pública, lo acaba de dar hace un par de días en México el expresidente Felipe Calderón Hinojosa, quien fue tundido por usuarios de Twitter luego de difundir un video de la erupción de un volcán que supuestamente no corresponde al Popocatépetl, que recientemente pasó a Alerta Amarilla Fase 3.
El expresidente de la república acompañó la imagen de una altísima explosión volcánica, con un texto que decía: “Muy preocupante, sin duda, pero… ¡qué espectáculo!”. Según se dijo, el video correspondía al volcán Anak Krakatoa, ubicado en la provincia de Lampung, Indonesia.
Con esos antecedentes y en este contexto nos encaminamos por fin a las elecciones presidenciales de nuestro país. En 2018, con todo y el movimiento #YoSoy132, los analistas opinaban que la influencia de las redes sociales no serían decisivas en una elección mexicana, como ocurre en Estados Unidos desde hace más de una década, sino hasta 2024.
El caso es que estamos a un año de esos comicios y los legisladores de todos los partidos políticos no tomaron previsiones para la guerrafraticida que viene en el campo digital, que ya es evidente desde hace algunos meses entre compañeros del mismo signo partidista.
Una ¿idea? (y digo “idea” entre signos de interrogación), fue la que expuso el año pasado el coordinador parlamentario de Morena en el Senado de la república, Ricardo Monreal Ávila, quien anunció que presentaría una iniciativa de ley para regular las redes sociales, regulación que implicaría una tarea tan compleja como reinventar la libertad de expresión en el mundo digital.
En su momento, académicos como el profesor investigador del CIDE, Saúl López Noriega, advirtieron que la propuesta partía de una ignorancia de raíz: “el surgimiento de las plataformas de Internet significa una nueva lógica de la expresión en la historia de la humanidad y, en última instancia, del conocimiento” (López Noriega, 2021).
Por ejemplo, el senador Monreal planteaba facultar al Instituto Federal de Telecomunicaciones para censurar los contenidos, como si Twitter o Facebook fueran una concesión del Estado mexicano. Resulta obvio decirlo, pero no sobra recordar que esasplataformas no son las que prestan el servicio de acceso a Internet.
El problema, sin embargo, es que nadie ha puesto en el centro del debate el cambio del modelo de comunicación política-electoral, que fundamentalmente está centrado en los spots de televisión y el tiempo de Estado en radio y televisión. Nadie ha planteado, ni siquiera en la propuesta de censura del senador Monreal, por lo menos el tema de la publicidad digital en las elecciones.
¿Se debe permitir, vigilar o penalizar la publicidad digital en las elecciones? ¿Se deben establecer sanciones si esa publicidad en las redes contiene información falsa? ¿Quién monitorea y dictamina las fake news en los procesos electorales? ¿Habrá un conteo y topes del número de productos digitales que pueda colgar en Google o YouTube cada candidato? ¿Se debe contabilizar la presencia de los precandidatos y candidatos en el ciberespacio? ¿Ahí sí estará permitida la campaña de contraste o de ataque directo al adversario?
Mientras nos dirigimos a las elecciones de 2024 sin saber qué respuestas tenemos para estas y otras muchas preguntas, y sin haber debatido y legislado un nuevo modelo de comunicación política que considere el mundo digital en nuestra Constitución, dejo aquí una salida temporal. A ver cuánto nos dura, que seguramente será hasta que haga crisis, como sucedió con el modelo de comunicación política anterior al resultado de las elecciones de 2006.
Ante el crecimiento del flujo de información por el proceso electoral y la avalancha de noticias falsas que habrá, los organismos electorales podrían difundir con toda la fuerza de sus pautas publicitarias, la existencia de herramientas para verificar la información que circule en redes. Google y algunos medios de comunicación han desarrollado mecanismos para la verificación de noticias, pero el grueso del electorado los desconoce. Fact Check Explorer, Markup Tool, Digimente, YouTube Data Viewer, Twitter News, o incluso iniciativas periodísticas como los bots de WhatsApp que tiene la agencia de noticias France-Presse, y el portal Animal Político en México, pueden significar un freno momentáneo a las fake news.
Urge que los organismos electorales dediquen una gran parte de su esfuerzo para socializar de manera casi pedagógica entre los electores, que existen estas herramientas para disminuir el impacto letal de las noticias falsas, que amenazan con ser el gran ganador de los próximos comicios presidenciales en nuestro país.
*Ponencia presentada en el XIV Encuentro Nacional de Educación Cívica, organizado por la Red Nacional de Ciudadanía y Organizaciones por la Educación Cívica AC, en coordinación con el Instituto Electoral y de Participación Ciudadana de Guerrero.