Proponen a Claudia Espino para la Secretaría Ejecutiva del INE
CIUDAD DE MÉXICO, 30de junio de 2019.- Cuarenta y un año después, sin la amenaza del pelotón de fusilamiento moral, cerca de un millón de ciudadanos salieron a las principales calles de esta ínsula de libertades que es Ciudad de México (CDMX) para confirmar una vieja consigna del movimiento gay mexicano: nadie es libre, hasta que todos seamos libres.
Son las 10 de la mañana del sábado y la ciudad limpia, con un cielo azul, moteada por copos de algodones blancos, con un aire transparente, un clima veraniego que invita a tirar la ropa, es el escenario perfecto para esta representación masiva anunciada como la 41 marcha del orgullo LGTTTB.
Me ubico en el emblemático Hemiciclo a Juárez, sobre la avenida ídem, resguarda por cordones de policías azules mientras un helicóptero del gobierno de izquierda de CDMX hace giros rasantes sobre los rascacielos de la avenida Reforma.
El Caballito amarillo de Sebastián y vigila desde lo alto el desarrollo de esta movilización sin par en esta calle asediada cotidianamente por la rabia, la protesta de todos, y cuando digo todo, todo es todo.
Veo el nudo de fierro planchado y torcido que es la escultura amarilla del escultor Sebastián y no dejó de recordar la voz de Ana Belén y Víctor Manuel cantando la pegajosa y rítmica Puerta de Alcalá.
Ya es la una de la tarde, esto ha comenzado y “mis pasos se pierden entre tanta gente”. No busco una puerta, no busco una salida, estoy afuera en la banqueta, cuento las décadas con los dedos de la mano y me digo: 41 años no son pocos, al menos 38 marchas del Orgullo han pasado por aquí gritando su diferencia por donde conviven pasado y presente.
Nadie puede evitar no ver ese amasijo de metal amarillo, imponente. Me paro, alguien me observa, levanto la vista y me encuentro con él y ahí está, ahí está, si, ahí está, la escultura que topa el río de gente que se mueve como un milpiés, el recorrido lento de esta colorida marcha, de esta fiesta, de este carnaval, que se arrastra por el río de la avenida Juárez, y saluda sonora al “homociclo” para caer en cascada al ombligo del mundo, el Zócalo capitalino.
Y antes de que lleguen los contingentes, estos fanfarrones del amor y libertad lucen collares, playeras, listones, bolsos, paraguas, coronas de flores con tonos del arcoíris. Abrazados, amarrados de las manos buscan el encuentro del ruido, de la música, del baile, de ríos de cervezas, buscan sensaciones, todos los presentes participan en la fiesta que se prolonga hasta entrada la noche.
Y entre los contingentes de cuerpos desnudos o vestidos de visión que “nubla la vista”, dijeran en mi tierra, la Costa Chica, irrumpen los dueños de la fiesta, las casas comerciales, las marcas nacionales y trasnacionales con su discurso de tolerancia y diversidad: desde Walmart, pasando por todas las refresqueras, las cerveceras, las licoreras, las fábricas de condones, los hoteleros, las líneas aéreas, todos, todas son friendly, todos ven potenciales consumidores en esta masa.
En la marcha hay leves reclamos políticos, leves protestas contra la exclusión, más bien es la demanda de tolerancia y consumo. Por allí un contingente de los luchadores gay históricos, o de un reducido grupo de feministas que hablan de utopías y revolución y recuerdan viejas consignas de antaño cuando la marcha era pro libertad y caminaba, pintarrajeaba la ciudad retando a la reprensión y el miedo.
Hoy, más policías y hasta el Ejército cuida a esta centenas de miles que hacen de las principales avenidas de la ciudad una gran fiesta.
Hay contingentes variados como la bandera multicolor. Llama la atención un grupo de charros y caballerangos; otro, un carro repleto de barbones, camisas vaqueras, barbones norteños que hace bailar a los que marchan con La Chona, de Los Tucanes de Tijuana, que rompen con el ponchis ponchis de la hegemónica música electrónica.
La representación actual de este grupo, también un estilo de vida y de diversión, famosa por las benditas redes sociales, recuerda la viñeta de Juan José Posadas sobre la famosa fiesta de los 41, que al pasar del tiempo agregaría un adjetivo más para designar a este mundo raro en al diccionario de la homofobia nacional.
Y que también hoy, el número, da motivo para la celebración de la fecha, dándole un tono tricolor a la efeméride nacida en un barrio neoyorquino para transformarse, travestirse en 41 años, en celebración mundial.
Los tiempos han cambiado: 41 años después, aquí hay fiesta y consumo… el rechazo a la tolerancia y la exigencia de Revolución sólo fue una tentación que desmintió a la misma Escuela de Frankfurt y a sus iluminados que vaticinaba el fin del hombre unidimensional y la entrada a la era del Eros y la Civilización.