Sin mucho ruido
A Dios rogando y con el mazo dando. Dicho popular.
Es domingo, salgo en el perímetro acostumbrado del Acapulco Náutico, como me gusta llamarle al entorno donde nací.
Bajo a la costera, cruzo Playa Manzanillo, el Paseo del Pescador, La Playita o Tlacopanocha, El Malecón, frente al Barrio de La Playa, se siente el vacío; los negocios cerrados.
Pepe, mi voceador callejero que por años me ha entregado los periódicos, se acerca al auto; al orillarme y pagar los diarios, le pregunto, ¿Vas a seguí vendiendo? Sí, ¡hasta que dios quiera! Me responde convencido.
Sigo mi ruta y paro frente al Edificio Oviedo, ahí me recibe “Picazzo”, el acomodador de vehículos que se encarga de estacionarlo y lavarlo, qué haces aquí en domingo, le pregunto, trabajando patrón, sino, no come mi familia, me responde, y lo seguiré haciendo, ¡hasta que dios quiera!
Cruzo a la tienda de los “tres tecolotitos” y para mí sorpresa, el restaurante cerrado, así como otras áreas comerciales. Me dirijo a la barra de pan y café que atienden tres empleadas. Una de ellas , me reconoce, es la capitana de meseras a quien le expreso mi extrañeza de ver el establecimiento vacío; ella gentilmente me responde, “aquí estaremos”, ¡hasta que dios quiera!
Regreso a mi auto y sigo hasta Playa Hornos. Me bajo a comprar “ojotones”. Ahí me recibe “el buzo”, viejo pescador curtido por el sol, quien con tristeza me comparte su preocupación…”no puedo estar encerrado, necesito salir a pescar para que mi familia pueda comer”, te entiendo, le digo y le compro una docena de “cocineros frescos”. Al despedirme me dice, “aquí estamos”, ¡hasta que dios quiera!
De regreso a casa, cruzo el Barrio de La Bodega y me paro a comprar frutas y legumbres con Cristi, la dueña de la tienda que conoce y saluda a los vecinos por nombre a quienes atiende de manera personalizada. No soy la excepción y también le pregunto, ¿cómo va el negocio?flojo, me responde, pero “aquí estaremos”, ¡hasta que dios quiera!
Me subo al auto y recuerdo que es “Domingo de Ramos”.Me enfiló al Zócalo y veo la Catedral de Nuestra Señora de la Soledad, cerrada, sin feligreses. Sí, en esa Catedral donde mi madre Lucha Valdeolívar y mis ‘tias’ Cecy Tellechea, Reyna Vanmeeter, Pachita Torreblanca y Raquel Zadala, sacaban a “pasear” a la Virgen de La Soledad alrededor del zócalo.
Una solitaria paisana de Chilapa teje laboriosamente a mano los ramos y crucifijos que no se venden ante la ausencia de creyentes. Le compro dos, me agradece y me bendice, no sin antes decirme, “aquí estaremos”, ¡hasta que dios quiera!
Como siempre, usted tiene la mejor opinión.