Teléfono rojo
Las enseñanzas de Ariadna
Sin duda alguna, los mexicanos estamos más atentos al desarrollo de la Copa del Mundo de futbol que en las elecciones. A Andrés Manuel López Obrador, en un mitin de cierre de campaña lo acompañaron sólo unos cuantos miles de seguidores pues a esa hora jugaba la Selección Mexicana, y José Antonio Meade Kuribreña, Ricardo Anaya Cortés y Jaime Rodríguez Calderón, tuvieron que adecuar los horarios de sus mítines con la programación de los partidos en la televisión.
El pueblo mexicano es muy aficionado al futbol, y más cuando el equipo nacional está haciendo un papel decoroso en el mundial.
La selección clasificó a octavos de final, y el lunes 2 de julio, a las nueve de la mañana, se enfrentará a Brasil, uno de los favoritos para ganar la copa. Cuando en Samara (al suroeste de Rusia) inicie el partido, ya sabremos quién será el próximo presidente de la República por el conteo rápido y las encuestas de salida, pero los mexicanos estaremos más atentos al desarrollo del partido por la televisión que en el lento avance del PREP en los medios informativos y en la página de internet del INE. Si México le gana a los brasileños, los aficionados iniciarán los festejos en una fiesta nacional que apagará el bullicio de los militantes del partido triunfador en los comicios. El estruendo de la afición futbolera convertirá en ruidos confusos las voces de la militancia política.
Pero si los futbolistas mexicanos pierden, la tristeza se apoderará del ánimo nacional, que unida a la de los seguidores de los candidatos perdedores, será un raudal en busca de dónde derramarse. Es la violencia por todos tan temida.
Esa es la realidad, la verdad surrealista a la mexicana, la impronta del tercermundismo al que nos negamos a superar, a saltar como si fuera un charco en el camino y a hacer a un lado como a una planta con ahuate…
El grito de “¡eh p…!” en los estadios de futbol, equivale a las expresiones desvergonzadas y atrevidas de “Soltar el tigre” y “se les aparecerá el diablo”…O es “un peligro para México”, etcétera.
Vamos de un extremo a otro. A veces somos serios, casi solemnes, para luego ser triviales como caminantes en la vía de la vulgaridad.
A falta de Octavio Paz, lamentablemente ya fallecido, no ha surgido un escritor que sin ínfulas de gran sociólogo escriba la segunda parte del “Laberinto de la Soledad”. La obra sería la oportunidad de salir del laberinto, las enseñanzas de Ariadna para que millones de Teseos mexicanos desenrolláramos el hilo a medida que avanzáramos en su lectura.