
Claudia Sheinbaum: defensa incansable de la soberanía nacional
No hay horarios para matar
Acapulco es un centro turístico internacional desde que se construyó la primera carretera federal a finales de la segunda década del siglo pasado. Casi una centuria de ser una ciudad cosmopolita, con todas las ventajas y desventajas que dicha condición implica.
Durante muchos años fue una ínsula, un lugar pequeño y de poca entidad sólo comunicado por mar utilizando los barcos de vapor para trasladarse al puerto de Manzanillo, en donde se abordaba un tren que los llevara a Guadalajara o a la ciudad de México.
Los barcos de vapor, que eran para pasajeros y carga, permanecían surtos en la bahía tres o cuatro días. Los viajeros bajaban a Acapulco, nadaban en las playas y comían y bebían en los figones y tabernas que el incipiente centro turístico ofrecía.
Todo cambió con la carretera, y con la construcción del primer aeropuerto en Pie de la Cuesta, con capacidad de control de vuelos, pista asfaltada, hangares e instalaciones de servicio.
A mediados de la quinta década del año se construyó un nuevo Aeropuerto en Plan de los Amates que diez años después con los aviones a reacción, fue el segundo del país por el número de operaciones (llegadas y salidas) después del “Benito Juárez” de la ciudad de México.
Los figones y tabernas fueron sustituidos por restaurantes, bares y centros nocturnos de lujo. Claro está, las autoridades municipales concedían licencias de operación, con el pago de horas extras, para que esos establecimientos dieran servicio hasta veinticuatro horas. Se moraba en un centro turístico internacional, y como buenos anfitriones se complacía a los visitantes.
Pero entonces sí había “orden y paz”.
Pues bien:
La alcaldesa de Acapulco declaró a los medios que pretende acortar las horas de operación de los bares ubicados en la franja turística, y por más que lo pensemos nos vemos como solucionaría esa disposición el problema de la inseguridad y la subsiguiente criminalidad que afecta a Acapulco.
Si asesinan en un bar a uno o más clientes a las siete de la mañana, la alcaldesa le acortaría el horario hasta las cuatro. Y así, hasta llegar a las 12 de la noche.
Debe entender que para el crimen organizado no hay horario para matar y que la solución viable es organizar a la policía municipal, que según dicen está controlada por la delincuencia organizada para que cumpla con la obligación de prevenir los delitos, y que el gobernador Héctor Astudillo Flores ordene que los agentes de la Fiscalía General del Estado investiguen y detengan a los criminales.
Y solicitarle, “respetuosamente”, al presidente Andrés Manuel López Obrador que haga un mutis en su verborrea para que acelere la tan anunciada presencia en Acapulco de la Guardia Nacional.
Seguridad para residentes y visitantes, y no acciones moralinas, que como sabemos son inoportunas y falsas.