
Falso dilema
Atrapados en el tiempo
Desde su fundación, el 27 de octubre de 1849, el estado de Guerrero inició su largo caminar en el sendero de la violencia, primero en las revoluciones, que como la de Ayutla, fueron decisivas para fortalecer el sentido de nación, entonces endeble y para expulsar del gobierno a Antonio López de Santa Anna, persona preponderante entre los caudillos y políticos de la joven república desde la proclamación de la independencia en 1821 hasta el afianzamiento de los liberales en 1855.
La violencia tiene sus tintes maniqueos. Se da por el bien, como en el caso de la insurgencia de los pueblos sometidos, o por el mal, cuando es la delincuencia, organizada o no, la que establece la presencia del terror que frena el progreso de un pueblo. Esto último es el caso del estado de Guerrero.
En algunas regiones de Guerrero, sus habitantes tienen miedo, un miedo intenso, lo que los convierte en víctimas del terror. La fuerza del estado no ha podido erradicar ese fenómeno social que nos desgasta, que nos impide retomar el camino del progreso, y seguimos en los últimos lugares en los indicadores económicos, y en el último en materia de seguridad. Ante esto, ostentamos un vergonzoso primer lugar en criminalidad. Moramos en el “Estado Problema” que anticipara hace más de medio siglo Moisés Ochoa Campos, y en el “México Bárbaro” de John Kenneth Turner, hace una centuria, lo que demuestra que estamos atrapados en el tiempo.
La fuerza del estado: ejército, marina y policías federales y locales, coordinadas, han hecho un gran esfuerzo por librarnos de la criminalidad exacerbada que nos agobia. Empero, mientras el estado no combata a los poderes políticos llamados “fácticos” que protegen a los criminales, ese esfuerzo se mantendrá en la insuficiencia.
Lo vemos en el municipio de Chilapa, recién fortalecida en número la presencia militar y policiaca, en donde por respuesta los grupos de criminales incrementaron los. asesinatos de sus rivales en el narcotráfico y de gente inocente que tuvieron la mala suerte de ser confundidos o de pasar por donde hay una acción criminal.
Lo vemos en Chilpancingo, Acapulco, las regiones de Tierra Caliente, Norte y Costa Grande, en donde Zihuatanejo, que hasta hace poco brillaba por su tranquilidad, hoy es escenario cuasi cotidiano de “ejecuciones”.
Ayer en Acapulco, en la calle Quebrada, a doscientos metros del zócalo, incendiaron un autobús de transporte urbano, y otros crímenes más que aparecen en las secciones de nota roja de los medios impresos y electrónicos.
Algo se tiene que hacer. No merecemos ese terror del que somos víctimas.