Hoja verde
Salvemos a Acapulco
Cuando en Europa estalló la II Guerra Mundial, el 3 de septiembre de 1939, en México se inició el auge turístico que aún se mantiene en algunas ciudades y destinos de playa.
Junto con Cuba, nuestro país se benefició del conflicto bélico, pues su cercanía con los Estados Unidos hacía factible que los “vecinos del Norte” imposibilitados de viajar a Europa, sí lo hicieran a México (Ciudad de México y Acapulco) y a Cuba (De Miami a la Habana sólo hay 367.9 kilómetros de distancia) convirtiendo a La Habana y Acapulco en los destinos de playa más prósperos de la América Latina.
Grandes hoteles fueron construidos, tan grandes como la esperanza de salir gracias al turismo del atraso social secular. Pero no fue así: tanto en Cuba como en México, una expresión del capitalismo salvaje hacía que por cada dólar captado en la actividad turística internacional sólo un veinte por ciento se quedara. El resto se iba a los Estados Unidos, ya sea porque las aerolíneas fueran propiedad de estadounidenses o porque los hoteles fueran operados por las cadenas hoteleras gringas.
Al triunfo de la Revolución Cubana, en enero de 1959, Fidel Castro Ruz, paulatinamente, fue inclinándose por instaurar un régimen socialista. Cuba salió del mundo turístico internacional, lo que abrió el abanico de las posibilidades a otras islas caribeñas, también de hermosas playas y de clima cálido, como Puerto Rico, República Dominicana y otras pequeñas ínsulas bajo dominio británico y francés, que en la actualidad gozan de una muy merecida independencia política y son muy visitadas, sobre todo por las compañías navieras que operan los grandes cruceros capaces de transportar más de tres mil pasajeros y mil o más tripulantes.
México, sin embargo, optó por diversificar su oferta turística de playa. En la costa del Pacífico, en la sexta década del siglo pasado, se hizo de Puerto Vallarta, en Jalisco, y de Manzanillo, en Colima, destinos de playa internacionales; en los 80, se culminó la construcción de Cancún y la Riviera maya y Bahías de Huatulco en Oaxaca. Los Cabos, Baja California Sur, en los últimos veinte años, se han convertido en un gran polo de desarrollo turístico.
Bien, por dicha diversificación turística, pero se ha dejado a Acapulco, el pionero de la actividad turística del país, sin un plan federal que lo saque de la postración, del abatimiento social y de la desesperanza; que lo rescate de la violencia y del crimen perpetrado por los muchos grupos delincuenciales que han hecho de la gran ciudad guerrerense un territorio en donde sólo su inicua ley impera.
En Acapulco, cierto, se observa que en la Zona Diamante se están construyendo grandes hoteles y se crece exponencialmente en la actividad comercial, pero los otros Acapulco, las llamadas zonas Dorada y Tradicional, está en el abandono.
¿Qué no sabe el gobierno de la República que el crimen organizado no tuviera tal presencia en Acapulco si hubiera suficiente oferta de empleo? ¿Lo sabe o simula no saberlo?
Sí un plan federal, pues el gobierno del Estado y el Ayuntamiento de Acapulco, no cuentan con los recursos económicos suficientes para rescatar a esta ciudad y puerto de las garras del crimen organizado y para recolocar al hermoso e histórico puerto guerrerense en el primer nivel turístico nacional e internacional.
Salvemos a Acapulco, señor presidente Enrique Peña Nieto.