Teléfono rojo
El principio del fin
En Guerrero, dos cosas llamaron recientemente la atención de los observadores políticos. La primera, la ausencia de Manuel Añorve Baños y su esposa Julieta Fernández Márquez en la Asamblea Estatal del PRI en Chilpancingo, el pasado 8 de julio, y la autodefensa en las redes sociales del secretario general del Gobierno del estado, quien después del sangriento motín del Cereso de Acapulco, fue tratado con vilipendio por sus malquerientes, algunos de ellos ex funcionarios estatales, sin que las <<plumas institucionales>> hayan recibido la instrucción gubernamental de apoyar al culto y experimentado político.
Vayamos por partes: en enero de 1915, con motivo del año nuevo, Manuel Añorve Baños y Héctor Astudillo Flores, los dos finalistas en la designación de la candidatura de <<unidad>> al gobierno del estado de Guerrero, asistieron a un brindis en compañía de unas veinte personas de sus equipos de trabajo, en un conocido hotel de la Costera acapulqueña.
Alzando su copa, Añorve brindó por la unidad de su partido, y prometió que si él era el candidato, ganaría las elecciones y designaría como miembros de su gabinete, en funciones de primer nivel, a políticos astudillistas, y que con Héctor, <<mi amigo, mi hermano, gobernaremos juntos>>
Todos aplaudieron, y hasta porras al PRI se escucharon en el pequeño salón.
Héctor Astudillo Flores, por su parte, también dijo considerar a Manuel Añorve Baños,<<un amigo leal y un hermano>>, y repitió el discurso de éste: <<Si yo soy el candidato y triunfo en las elecciones, Manuel será mi principal consejero y gente de su equipo estará en mi gabinete en importantes secretarías>>.
Y como prometer no empobrece, entre subsiguientes brindis, se prometió más de la cuenta.
Al tomar posesión Astudillo, Añorve vio, con sorpresa, que era muy reducida su participación en el nuevo gobierno: las rebanadas del pastel gubernamental fueron para él delgadas, y que las promesas de ayer resultaron una comedia insípida.
La Secretaría del Trabajo, para su hombre de confianza Óscar Rangel Miravete y la Subsecretaría de Desarrollo Social para su hijo Manuel Añorve Aguayo, fueron consideradas poca cosa por el ex presidente municipal de Acapulco, pero en esta vida hay que tener paciencia y confiar en el tiempo que restablece la fuerzas y da aliento.
Pero al paso del tiempo, la fuerza y el aliento que son espíritu y alma para todo político, nada han restablecido. Astudillo integró un gabinete con personal de ex gobernadores y dirigentes partidistas, y estas fuerzas políticas, <<en montón>>, se muestran contrarios al hiperactivismo de Añorve, a quien consideran un hombre que tiene peligrosamente ansia y deseo vehemente de poder político.
La ausencia de Manuel y de su esposa Julieta, en la asamblea priista del sábado pasado, es la primera llamada a la división en el seno del partido en Guerrero. Astudillo, con tanto problema, en especial el de la inseguridad, no ha podido poner orden, y a quien le corresponde, y puede hacerlo, lo están atacando, también <<en montón>>, en las redes sociales y en algunas columnas políticas, sin que el gobierno del Estado utilice para defender a Florencio Salazar Adame a las “plumas institucionales” que cuestan al erario una millonada mensualmente.
El secretario general de Gobierno se vio obligado a publicar en su cuenta de Facebook, que él no es el responsable de los penales en Guerrero, sino el secretario de Seguridad Pública, y el análisis de contenido de sus publicaciones denota sentimentalidad entre quien se asume como el tutor político del actual gobernador que podría mutar rápidamente a otro estados de ánimo que lo lleven a renunciar a la Secretaría General de Gobierno.
Esto último sería el principio del fin para el gobierno de Héctor Astudillo Flores.