Teléfono rojo
“Al gobierno o a la chingada”
Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es un político de izquierda que por tercera ocasión es candidato a la presidencia de la República, las dos primeras por el Partido de la Revolución Democrática (PRD) y en esta ocasión por el Movimiento Regeneración Nacional (Morena), fundado por él cuando consideró que el instituto político que lo postuló en dos ocasiones está “al servicio de la mafia del poder” por atreverse firmar sin su consentimiento el Pacto por México para sacar adelante las reformas estructurales al principio del sexenio de Enrique Peña Nieto, lo que el tabasqueño consideró una traición.
Nadie duda de su carisma, que atrae y fascina a lo más radical de las izquierdas y a quienes desde una ubicación de centro culpan al neoliberalismo del crecimiento de la pobreza, que en México aumenta en forma exponencial, sin que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, la acelerada industrialización del país, sobre todo en el sector automotriz y la clasificación como octavo país más visitado del mundo, tan festinado por el gobierno, nos coloque en el camino del progreso equitativo, y no sólo beneficie a la población económicamente activa de la clase media alta y a las élites comerciales y empresariales. Sin embargo, hay multimillonarios que como si fuera una apuesta que esperan ganar, están aportando fondos para la campaña presidencial morenista, más por ludopatía que por convicción, convirtiendo a la política en un peligroso juego de azar.
AMLO, sin duda alguna es un político populista. En sus dos candidaturas pasadas y en esta tercera que aún no es oficial, ha buscado atraerse a las clases populares. Esa tendencia obliga a sus adversarios a compararlo con los presidentes Hugo Chávez y Nicolás Maduro, como advertencia al electorado al daño económico y social al que condujo a Venezuela el popularismo.
Ayer, el abanderado y tácitamente dueño de Morena, confirmó que está ante dos escenarios. Si triunfa en la elecciones presidenciales irá a Palacio Nacional, y si es de nuevo derrotado, se irá a su finca de Palenque, en territorio chiapaneco, a la que bautizó en estilo picaresco como “La chingada”, asegurando que ya no volverá a participar en política.
“Al gobierno o a la chingada” no es otra cosa que la seguridad de que “la tercera es la vencida”, él así lo aprecia y sus seguidores en la euforia anticipada de la victoria lo animan a retar al destino.
Es su última oportunidad de ser presidente, lo sabe bien, y para lograrlo tiene que convencer a la masa electoral de que no es una amenaza para México, como lo catalogaron en el 2006 cuando perdió con el panista Vicente Calderón Hinojosa, y no actuar como chivo y cristalería peleándose “con todo mundo” como lo hizo en 2012, año en que perdió ante el priista Enrique Peña Nieto.
Pero será condición sine qua non convencer a quienes no creen en él que no es un populista alocado y que no hará pedazos al país.
Andrés Manuel López Obrador tiene la palabra: “Al gobierno o a la chingada”, todo es cuestión que decida a dónde quiere que lo lleve el electorado.