
Rommel Pacheco y las señales políticas en la mañanera
Del “dolce far niente” a la responsabilidad
La actividad del gobernador del estado de Guerrero, Héctor Astudillo Flores, llevando rápido auxilio a los damnificados por la tormenta Max y por el terremoto del 19 de septiembre, ha sido reconocida por el presidente Enrique Peña Nieto, quien en una reunión de evaluación, el miércoles pasado, lo puso como ejemplo ante los demás gobernadores.
“Hay estados con esta capacidad institucional de haberle hecho frente a esta inmediata atención a la emergencia, como el caso de Guerrero, particularmente, pero queremos trabajar de la mano de los estados para tener un censo puntual y entonces poder canalizar este mismo tipo de ayuda”, dijo el presidente de la República, lo que fue una buena noticia para los guerrerenses, tan dados que somos para la crítica acerba cuando nuestros gobernantes se dedican al “dolce far niente”y se olvidan de sus responsabilidades con el pueblo que los eligió.
Recordemos el caso de Ángel Aguirre, que una noche aciaga de septiembre de 2013, estaba celebrando las fiestas patrias en una cena donde se bebió licor en exceso, al mismo tiempo que dos tormentas causaban daños en casi todo el estado y la muerte de 65 guerrerenses. Durante 48 horas el estado no tuvo gobierno, pues los efectos de la parranda le impidieron cumplir con sus obligaciones. Fue defenestrado después de la desaparición de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa y por su cercana relación con el entonces alcalde perredista de Iguala, señalado como el responsable de esos hechos y de encabezar un grupo del crimen organizado.
Otro caso fue el de Juan Salgado Tenorio, presidente municipal de Acapulco el 9 de octubre de 1997: el huracán Pauline azotó Acapulco y murieron más de cien personas. No fue hasta el día siguiente que se presentó a las zonas de desastre, cuando ya el entonces presidente, Ernesto Zedillo, pala en mano encabezaba labores de rescate. Unos cuantos meses después se le obligó a solicitar licencia.
Esas dos tragedias fueron decisivas. En casos así hay que actuar con responsabilidad y rapidez. Se gobierna para servir al pueblo y no para hacer de la función de gobierno la “dolce vita”.
El periodismo obliga a la visión panóptica y maniquea. Ver lo malo y lo bueno. Señalar los errores pero también consignar ante la opinión pública los aciertos.
Héctor Astudillo Flores, como todos los gobernantes, tiene puntos negativos. Empero, corregibles. Uno de ellos es el hecho de que entre sus colaboradores abunda la “meritocracia”. Ser amigo del gobernante bastó para lograr la inmerecida presencia en el equipo de trabajo, sin que esto signifique que entre sus amigos colaboradores no haya gente capaz y comprometida con el progreso del estado.
Otro punto negro es la representación en el gabinete de exgobernadores y políticos poderosos, como si la gobernabilidad y la paz social, tan necesarias, se diera en una fusión de cacicazgos deleznables.
En fin, el reconocimiento presidencial da la pauta para que aquí en adelante se gobierne con responsabilidad y alteza de miras, pensando en el futuro y en el saldo positivo de la historia.