Sin mucho ruido
Reconstruir el Acapulco de ayer
En Hontanar hemos reiterado que Acapulco es un centro turístico con mucha historia, pasado glorioso que ha sido desaprovechado. Ofrecemos como atractivo las playas, el paisaje y el clima tropical permanente, y se construyó “en los tiempos de esplendor” una hotelería moderna y funcional, complementada con restaurantes, bares y centros nocturnos de primera, pero nada o quizá poco se trabajó para recrear los más de cuatro siglos antecedentes.
El Fuerte de San Diego y el Fortín Álvarez son los únicos rasgos reminiscentes que nos queda de la colonia. Otros, de gran contenido histórico, fueron destruidos por los terremotos o por la estulticia de los constructores del nuevo Acapulco.
El colonial Pozo del Rey, en la Plaza Álvarez, donde se surtían de agua potable los habitantes, y que cuando Acapulco fue dotado del servicio domiciliario por tubería, fue cerrado, es decir borrado de la historia. Lo mismo pasó con el Pozo de la Nación, abierto por el Gral. Juan Álvarez en 1849, y que hace unos cincuenta años desapareció.
El puente de piedra sobre el arroyo hoy entubado en lo que hoy es la calle Cinco de Mayo, el mismo en donde se tendió el generalísimo José María Morelos y Pavón para evitar la retirada de sus soldados en el intento de toma del Fuerte de San Diego, sucumbió ante la modernidad en los años 40 del siglo pasado; la batería de cañones que defendían el puerto de los ataques de los piratas, que estuvieron cientos de años enclavados en lo que hoy es la Gran Vía Tropical-Cerro de los Cañones, en la Península de Las Playas, terminaron adornando los jardines de las residencias de los poderosos políticos del equipo del presidente Miguel Alemán.
El desprecio por el pasado nos está presentando la factura en estos tiempos de vacas flacas.
Lo hemos dicho ya, pero no está de más insistir. Tenemos que construir monumentos que muestren a los visitantes la historia de Acapulco.
Un Museo del Tornaviaje, que muestre a propios y extraños la gran hazaña del fraile y marino Andrés de Urdaneta, que descubrió la vía marítima que hacía más rápido la navegación a vela de Manila a Acapulco y que convirtió este puerto en el principal centro comercial del Pacífico.
El Fuerte de San Diego es un museo de excelencia, pero falta más, especializados por etapas: la Colonia, la Independencia, el Plan de Ayutla y la Reforma…, y uno más, el dedicado al héroe civil Juan Ranulfo Escudero, quien nos liberó de los comerciantes españoles que medraban económicamente con el atraso de Acapulco, en los años 20 del siglo pasado, y que gracias a su oportuna petición al presidente Álvaro Obregón, se inauguró la primer carretera asfaltada de México a Acapulco en 1927.
Tenemos que abrir otro espacio turístico: el cultural, y para ello se necesita imaginación…, y la voluntad de los gobernantes en los tres niveles.
En Granada, España, reconstruyeron en el siglo 19 la Alhambra y El Generalife, derribados en parte por los Reyes Católicos para usar sus bloques de piedra para levantar la Catedral que les serviría de sepulcro.
En esa misma ciudad ubicaron una piedra en forma de silla que dicen que posado en ella Boabdil, el último rey moro lloró la pérdida de su reino, y en donde su madre, la sultana Aixa, le dijo: “Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”. Este monumento natural es visitado por cientos de miles de turistas anualmente.
También en el viejo continente, la Catedral de Colonia, una joya de la arquitectura gótica, fue derribada por los bombarderos aliados durante la II Guerra Mundial, pero con el Plan Marshall de reconstrucción, fue puesta en pie, y hoy es el principal atractivo de esa ciudad germana.
¿Por qué no hacemos lo mismo?
El turismo es la principal fuente de ingresos de Acapulco, y sería válido reconstruir su historia física que el tiempo, la naturaleza y la estupidez destruyeron.