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Insensato regocijo
Tan mexicano como el mole
Los dos gobiernos panistas, presididos por Vicente Fox Quesada y Vicente Calderón Hinojosa mostraron una realidad: el presidencialismo omnipotente mexicano, en la connotación de que “puede muchísimo”, funciona solamente con el PRI, y esa función llega a su clímax cuando el poderoso designa a su sucesor, decisión que toda la militancia recibe con sumisión y respeto.
Son los momentos en que el presidente priísta llega a lo máximo de su poder, y a ese ritual y a la vez acto solemne le subsigue un debilitamiento paulatino del presidente en funciones, y el fortalecimiento con acaecimiento pausado del sucesor.
Es una liturgia mundana exclusiva del PRI.
Los dos presidente panistas en los doce primeros años del milenio, no pudieron aplicar el “dedazo”. Fox no pudo escoger al sucesor, “se le atravesó” Felipe Calderón. Este posiblemente se topó con el compromiso no escrito de ayudar al priísmo para corresponder el apoyo que le dieron para derrotar al entonces perredista Andrés Manuel López Obrador, aunque no faltan quienes niegan el pacto secreto y aseguran que al panismo le faltó el espíritu taumatúrgico del priísmo, en donde el presidente es más mago que Merlín y más fuerte que Hércules a la hora de dictar una encíclica oral “a la ciudad y al país” como sumo pontífice laico.
Todo este rollo por los días que vivimos, previos a la designación, por parte de Enrique Peña Nieto, del candidato del PRI. Él ya decidió quién será el abanderado de su partido. El aspirante a sucederlo, ya escuchó lo que Luis Spota llamó las palabras mayores. Sin embargo, los otros presidenciables hacen su luchita esperando que de última hora el “huey tlatoani” cambie de parecer, como los hombres de fe esperan los milagros.
A esto último obedece los elogios desmesurados que hizo Luis Videgaray a José Antonio Meade, comparándolo con Plutarco Elías Calles, el fundador del PRI y que fuera en su faceta de “Jefe Máximo de la Revolución” el más antidemocrático de los presidentes post revolucionarios.
Las patadas bajo la mesa están en todo su apogeo. José Antonio Meade, al parecer, es el elegido, pero los otros posibles no se dan por vencidos. El presidente que como el ave del poema canta aunque la rama cruja, los deja ser, como que sabe lo que son sus alas.
Las palabras mayores ya fueron pronunciadas. Solo falta que el sumo pontífice laico las haga saber a la “ciudad y al país”. Pero si hay un cambio en la decisión presidencial, qué importa. Los priístas son como los soldados, están obligados a obedecer al hombre que en la imaginaria porta las cinco estrellas de jefe máximo.
Este es el presidencialismo priísta, tan mexicano como el mole.