Teléfono rojo
Las razones de Enrique Peña Nieto
Ernesto Zedillo fue presidente de México porque “le cayó del cielo”. La muerte trágica de Luis Donaldo Colosio y las crisis política y económica que el magnicidio provocó, aunado a la pocas opciones que el presidente en funciones –el gran elector– tenía para designar al candidato sustituto, lo hicieron posible.
El candidato Zedillo, superada la sorpresa de su designación, se preparó para lo que sería un gobierno entrampado: Carlos Salinas, el poder tras la silla presidencial, y el presidente constitucional una reencarnación de Pascual Ortiz Rubio, aquél “Nopalito” que el “Jefe máximo” Plutarco Elías Calles tenía como títere; proyecto malévolo que no le gustaba nadita a don Ernesto, y más tardó en rendir la protesta de ley que en hacerle saber a Salinas que no estaba dispuesto a compartir el poder, y que se abstuviera de intervenir en los asuntos de su gobierno, y posiblemente, le recordó lo que Lázaro Cárdenas se vio obligado a hacer para librarse de la monserga que para el michoacano significaba Plutarco Elías Calles: la expulsión del país.
A Zedillo, y a México entero, nos costó una devaluación – “el error de diciembre de 1995”– a todas luces manipulada por Salinas, y a éste una persecución que se exacerbó con el encarcelamiento de su hermano Carlos y “un retiro voluntario”, primero en La Habana y luego en Dublín.
La “sana distancia” entre el presidente de la república y el PRI, así como el fortalecimiento de la economía (blindada con líneas de crédito del Fondo Monetario Internacional) marcaron el sexenio zedillista. Las reservas internacionales aumentaron, la inflación se controló y la seguridad pública fue una garantía para inversión privada nacional e internacional.
El PRI, distanciado del presidente, se debilitó, y cuando había que “dar el dedazo”, Zedillo se decidió por Francisco Labastida Ochoa, a quien prácticamente abandonó al no proporcionarle suficiente dinero del erario para una campaña encauzada al triunfo electoral. Además, Labastida era, y es, un personaje gris y sin carisma.
Se dice que Zedillo pactó con el candidato panista, Vicente Fox Quesada, entregarle el poder, pues México estaba urgido de la alternancia vía un bipartidismo (PRI-PAN) tan del agrado de Estados Unidos y el resto del mundo capitalista.
Así las cosas, el PRI tendría que regresar a la presidencia en 2006, pero su candidato, Roberto Madrazo Pintado sólo fue un “puñetazo desteñido” y terminó en un vergonzoso tercer lugar.
A Felipe Calderón le correspondió devolverle el poder a los priistas, de acuerdo con el hipotético plan neoliberal: una para el PRI, otra para el PAN.
¿Por qué este rollo?
Para entender la razón que tuvo el presidente Enrique Peña Nieto para designar al joven michoacano Enrique Ochoa Reza presidente del CEN del PRI, y que tanto malestar y descontento provoca entre el priismo tradicionalista.
Sí, para entender que Enrique Peña Nieto prepara todo para entregarle la presidencia de la república al PAN, entendimiento que por más que le busco no deja ser antidemocrático e injusto, pues pretende dejar “fuera de la jugada” a otros partidos que expresan ideologías contrarias al neoliberalismo económico.