Médula
Socialmente el tiempo no se mide por días, semanas, meses o años. Tiene que ver con la manera como se presentan uno a otros los acontecimientos, sus efectos y, especialmente, su impronta en su devenir, esto es, su duración y desplazamiento. Las cosas ahora son distintas, tiene que ver con la tecnología, la manera como la obsolescencia se impone y también como aparece lo inesperado. En política, y más en la nacional, lo que sucede ahora es muy diferente, lo disruptivo es la constante. Acontecimientos trascendentales son dejados atrás con inusitada rapidez por lo que día a con día se va acumulando.
Así, se pensaba que la Ministra Yazmín Esquivel había superado lo peor de su crisis, que el escándalo se perfilaba a ser historia, cuando un reportaje de El País la regresa al inicio y todavía peor porque lo que está de por medio no es si la universidad que expide títulos con descuido tiene facultades para retirarlos cuatro o cuarenta años después, de lo que se tata es un tema de integridad y que su aliado más significativo, el presidente López Obrador, ha hecho de la moral su compromiso, pero en la circunstancia se requiere de su voto en el pleno de la Corte, el que puede hacer la diferencia en disputas fundamentales para el proyecto político en curso, sea la militarización plena de la Guardia Nacional o la suerte de la reforma electoral.
Hasta hace unos días se pensaba que el desenlace del juicio contra Genaro García Luna sería fatal para la oposición y sin duda lo es para Felipe Calderón y sí impacta negativamente al PAN especialmente por el pasmo inicial de su dirigencia y su pésimo control de daños. El presidente mismo lo utilizó, incluso como disuasivo a la manifestación del domingo. El evento ciudadano volvió no sólo inválida la pretensión presidencial, sino que hizo obsoleto e irrelevante el evento del juicio, al menos como afectación a la rebelión social opositora. La sociedad del espectáculo no da para la reiteración, se requiere de estreno día con día porque lo escenificado al día siguiente ya es viejo.
Así los sucesos con rapidez inusual se vuelven historia. Esto no significan que pierdan actualidad, ni que sus consecuencias no se hagan presentes, sino que, en el imaginario colectivo, socialmente, uno y otro evento hace que lo acontecido sea superado por el siguiente imprevisto, la sucesión acelerada de procesos disruptivos. En ello la comparecencia matutina del presidente tiene una función central; no controla la agenda, ni siquiera el debate sobre los temas de mayor preocupación pública como puede ser la inflación, la violencia o la salud pública, pero sí provoca una inercia informativa afín a sus pretensiones y que el tema de discusión sea él y lo que dice, no la situación del país y sus problemas.
Se vive una suerte de tobogán informativo de los sucesos fundamentales de la vida pública. La retórica presidencial cobra fuerza no sólo por el desenfado con el que se desempeña el emisor, tampoco por su carencia de formas de civilidad discursiva. Lo provocador de sus palabras, su abuso y exceso pronto dejaron de tener efectos de escándalo. Lo que preocupa son las consecuencias de sus exabruptos como es el que el país y sus funcionarios ahora están a merced de la DEA y de los fiscales que actúan con notoria ventaja y a partir de su propia agenda.
El presidente acostumbró al país al vértigo de los eventos. Sin estudio de por medio, a contrapelo del consejo de sus colaboradores decidió cancelar un proyecto de infraestructura muy avanzado, el hub aeroportuario de Texcoco, con muy negativas consecuencias para su gobierno y el país; prontamente declara la guerra al robo de combustible. En esas fechas el país vive embelesado con su presidente a pesar del trágico inicio y del engaño y farsa en torno a las tomas clandestinas de gasolinas y de la tragedia de Tlahuelilpan, Hidalgo que llevó a la muerte a 73 personas y a 74 heridos. Una sociedad indefensa para entender lo que iniciaba y no sólo eso, la abrumadora mayoría exaltando sin reserva a su presidente, ocho de diez mexicanos.
Los acontecimientos se suceden sin diseño. Los de mayor peso ni siquiera son domésticos como sucede con la pandemia o la invasión rusa a Ucrania y su secuela. Lo relevante es cómo se procesa lo que ocurre; tiene que ver con lo que hacen y dicen las autoridades y los demás actores, pero más que eso, con la manera como se interioriza por la sociedad. Frente al vertiginoso proceso de sucesión de eventos los tiempos y los ciclos son fatales, particularmente los de la política y los del ejercicio de poder.