
Teléfono rojo
Goliat volvió a perder contra David.
Los poderosos quisieron escarmentar a la insolente ciudadana que se atrevió a decir lo que querían silenciar y la vapuleada se la llevaron ellos.
No es que algo les hubiera fallado, de hecho, todo salió según lo previsto: las instituciones electorales se prestaron a la venganza personal sin ningún rubor, asumiendo de buena gana el papel de cómplices del atropello. Simplemente sucedió lo que nunca se esperaron.
Taddei no quiso consensuar a los titulares de las áreas, los impuso y los dispuso para ser funcionales a la estrategia del poder y, por tanto, a ser solícitos con el representante de Morena, el marido de la presunta agraviada cuya prepotencia es tal que se atrevió a amenazar con juicios políticos a consejeros que discreparon de sus planteamientos en la llamada “Herradura de la Democracia” que, si tienen vergüenza, pronto deberán cambiarle el nombre.
No hay manera, por más vueltas que le den, de encontrar sustento jurídico al infame bodrio de sentencia contra Karla Estrella por un tuit que denunciaba nepotismo por parte del diputado Gutiérrez Luna, representante del partido mayoritario en la mesa de candidaturas de la coalición oficialista que resolvió, entre otras, la de su esposa Diana Barreras. Llamar a eso violencia política de género es un insulto a la inteligencia.
El drama de la diputada, retomado por el TEPJF, porque el tuit ignoraba sus méritos –confieso que, como la inmensa mayoría de los mexicanos, sigo desconociéndolos a pesar de que lleva casi un año en el cargo- resulta patético, no solo por arrogarse la protestad totalitaria de decidir lo que un ciudadano debe considerar y escribir en sus mensajes, sino también porque, suponiendo sin conceder que los tuviera, eso no niega el nepotismo.
¿De dónde sacan que las candidaturas oficialistas se decidieron con criterios meritocráticos? En realidad, el grupo en el poder suele vanagloriarse por rechazar la meritocracia y basta con repasar los nombramientos en el gobierno y revisar el trabajo legislativo o solo escuchar en tribuna a muchos de los que llegaron a una curul por esa coalición, incluyendo a la diputada en cuestión, para saber que, en efecto, desprecian la capacidad.
Pero, en cualquier caso, Karla, como cualquier ciudadana, tiene derecho a cuestionar al político que se le dé su gana sin sufrir represalias. Eso se llama libertad de expresión y, la persecución y castigo del que fue objeto, la conculcó de manera grosera e injustificable.
La respuesta social les rompió el esquema, no contaban con ella. Tan grotesco abuso de poder despertó genuina y espontánea indignación en la opinión pública y las redes sociales. Se reaccionó ante una injusticia esférica, por donde se viera aparecían agravios. La diputada esposa del presidente de la Cámara usó el poder del Estado contra una ama de casa por dar su opinión. La multa, los cursos y lecturas obligatorias, pero sobre todo la infamante obligación de disculparse durante 30 días con la arrogante mujer que ni siquiera se dignó a autorizar el uso de su nombre, visibilizó el tamaño del abuso. En el pecado llevó la penitencia y ahora se le conoce como Dato Protegido.
Karla Estrella ganó perdiendo el juicio. La solidaridad fue abrumadora y su victoria contra la poderosa pareja con fuero no solo fue poética, también socrática porque lo hizo cumpliendo la ley, así como la injusta y absurda sentencia. Barrieron con todos los contrapesos institucionales, pero el repudio de la sociedad emergió como un límite esperanzador a la autocracia. Hasta la presidenta Sheinabaum tuvo que tomar partido por ella, deslindarse del abuso y regañar a sus correligionarios con la frase de temporada: “el poder es humildad”.
El efecto mariposa fue sublime. La hybris de perseguir a una ciudadana jaló los reflectores hacia la vida lujosa que gustan presumir los diputados matrimoniados. El periodista Jorge García Orozco documentó más de cinco millones de pesos en guardarropa, joyas y relojes, además de propiedades escondidas y contratos turbios. Quisieron victimizarse, alucinando delirantes complots, y emprendieron la retirada con el rabo entre las piernas. Como que eso sí sabe a justicia.