Abren convocatoria del programa Movilidad Estudiantil 2024 en Guerrero
CHILPANCINGO, Gro., 23 de abril de 2014.- A las 13:20 horas la camioneta Tahoe gris blindada llegó a la laguna de Las Salinas, escoltada por una patrulla de la Policía Estatal y varias camionetas de lujo cargadas de guaruras.
El gobernador Ángel Aguirre Rivero abrió la puerta, pero aún no ponía sus pies sobre el suelo cuando ya lo rodeaban decenas de personas, principalmente mujeres.
Algunas portaban oficios con peticiones de ayuda, pero la mayoría mostró La Cumplidora, una tarjeta que el gobernador entregó durante su campaña política.
En aquel entonces Aguirre Rivero prometió que el plástico estaría vinculado a programas y apoyos sociales, que a un año de terminar su mandato aún no se cumplen.
A pesar de las vallas colocadas por el equipo de seguridad del gobernador y de los empujones que propinaron sus guaruras a quienes se acercaron, el tumulto de gente lo obligó a detenerse.
El gobernador tomó el micrófono aún sin llegar al frente, donde ya lo esperaban funcionarios estatales y federales.
A medio camino trató de calmar la ola de gritos y reclamos de ayuda de varios ciudadanos que perdieron parte de sus viviendas en el temblor de 7.2 grados Richter del viernes 18 de abril.
“Las brigadas están haciendo un recorrido casa por casa, para censar a aquellas familias que tuvieron daños. El mecanismo será entrega directa de apoyos a las familias, no vamos a permitir a ningún tipo de intermediarios para entregar este tipo de beneficios. Pedimos su comprensión”, expresó Aguirre Rivero con voz pausada.
“¡Mentira!, ¡dignidad humana!, ¡rateros!, ¡se hacen ricos de la noche a la mañana y nos tienen en el olvido!”, gritó desde el fondo una mujer.
Como si no escuchara, el gobernador dejó el micrófono, avanzó unos cuantos metros y se colocó junto al resto de los funcionarios, frente a la gente del pueblo, de espaldas a la Laguna de Las Salinas, altamente contaminada por materia fecal.
El director estatal de Conagua, José Humberto Gastélum Espinoza, tomó el micrófono y explicó el proyecto de saneamiento de la laguna, que desde hace años recibe las descargas fecales de Zihuatanejo, ante la inoperancia de las plantas de tratamiento.
Después el gobernador reafirmó el proyecto de desazolve y advirtió que, de ser necesario, usará la fuerza pública contra los grupos que se opongan a estos trabajos.
Nuevamente los gritos, el descontento, los reclamos, La Cumplidora en las manos, en lo alto, a la vista.
El gobernador se dio la vuelta, caminó hacia su camioneta gris blindada y no respondió a ninguno de los reclamos.
Ante la insistencia de los reporteros, se detuvo cinco minutos.
La entrevista fue breve, el gobernador rodeado de guaruras, los reporteros detrás de la valla. Juntos, pero no revueltos.
No tocó temas de seguridad pública, tampoco habló de las agresiones físicas que sufrió un día antes la corresponsal de El Sur, Brenda Escobar, por parte de sus escoltas.
Cortó la entrevista antes de que concluyera y se apresuró a abordar la Tahoe blindada.
Otra vez el mar de gente, las olas de gritos, los empujones, los oficios que ningún funcionario recibió.
“¡Usted está mal señor gobernador!, ¡lo que quiere hacer es incorrecto!”, gritó un hombre que de un brinco se plantó frente a Ángel Aguirre.
A gritos le refutó su proyecto de saneamiento de la laguna de Las Salinas, la que huele a excremento, la que descarga aguas negras en la bahía de Zihuatanejo, la que posee la playa más contaminada del país.
“¡Usted no puede desazolvar la laguna sin reparar las plantas de tratamiento!”, le objetó y le dio, nuevamente a gritos, una explicación técnica de la forma correcta de sanear el cuerpo de agua.
El gobernador lo escuchó y se comprometió a analizar el tema.
Mientras tanto, decenas de mujeres extendían su tarjeta de La Cumplidora y trataban, a gritos y empujones, de acercarse a Aguirre Rivero.
Los escoltas las empujaron, a otra más la acorralaron entre dos para impedir que se acercara al gobernador, aquel que en cientos de ocasiones se comprometió a gobernar con sensibilidad, que durante su campaña dijo que sería “cercano a la gente”.
Aguirre Rivero abordó la camioneta blindada, cerró la puerta y arrancó a toda velocidad, cubriendo de polvo y materia fecal seca a las personas que quedaron atrás.
Antes, uno de sus acompañantes le recogió la tarjeta Cumplidora a las mujeres, con el compromiso de darles 500 pesos a cambio.
Pero el hombre, quien no se identificó, no entregó nada a las mujeres y una vez que tuvo las tarjetas en su poder, se apresuró a abordar una camioneta y huir tras del gobernador.
Ahora la reunión del Aguirre Rivero era a puerta cerrada en el Sector Naval de Ixtapa Zihuatanejo, detrás de la laguna en la que momentos antes lo despidieron a gritos.
Las mujeres caminaron hasta llegar a las instalaciones de la Armada de México, cuya entrada ahora era resguardada por dos marinos armados.
Afuera, sobre la calle, la patrulla de la Policía Estatal y el convoy de camionetas cargadas de guaruras ya esperaban la salida del gobernador.
La turba enardecida resurgió. “¡Que nos paguen!”, gritaron las mujeres que entregaron su tarjeta Cumplidora a cambio de 500 pesos que no recibieron.
Tras varios minutos de gritos, se abrió la puerta del Sector Naval y reapareció el hombre que minutos antes les recogió los plásticos.
Las mujeres se le fueron encima y él les pidió que lo acompañaran a otro lugar para pagarles los 500 pesos.
“Pero que no vengan los reporteros, si nos toman fotos no les damos nada”, advirtió el hombre.
Un grupo de mujeres lo siguió, la mayoría se quedó afuera del Sector Naval en espera de que saliera el gobernador.
Pero pasó el tiempo y el mandatario nunca se asomó.
Dos marinos subieron a una especie de caseta de vigilancia y fotografiaron a las personas que se manifestaban afuera.
Un trabajador de Gobernación estatal se hizo pasar por periodista y pidió los nombres de las mujeres, a cada una le cuestionó su caso, solicitó información de sus trabajos e incluso de sus direcciones.
Minutos después se alejó sólo unos metros y pasó la información vía telefónica.
Una hora después de que el gobernador ingresó al Sector Naval, un helicóptero de la Armada de México aterrizó en el área.
“Va a escapar, se va a ir para no dar la cara”, gritó una mujer.
Pero pasaron los minutos y el gobernador aún se refugiaba en las instalaciones de la Armada.
Media hora después se abrieron las puertas y salieron dos camionetas cargadas de marinos. Minutos más tarde, se abrió paso la camioneta Tahoe blindada del gobernador.
“¡Vamos a bloquear la calle para impedir que se vaya!”, dijeron las mujeres y se colocaron frente a la camioneta del mandatario.
Pero la Tahoe blindada no se detuvo, aún cuando tenía a decenas de mujeres en frente.
La barrera humana se hizo a un lado para evitar que el convoy del gobernador los atropellara. Con los ojos extrañamente rojos y el rostro demacrado, Aguirre Rivero lanzó una última mirada a la gente.
La camioneta aceleró y las llantas rechinaron al dar vuelta a la izquierda en la primer esquina.
El gobernador se fue sin escuchar los gritos y reclamos de los damnificados, que no penetraron el grosor de los cristales blindados.