Detienen en Tlaxcala a mujer acusada de hacerse pasar por psiquiatra
ACAPULCO, Gro., 10 de septiembre de 2021.- “¿Cuándo y cómo fue tu primer acoso?”, preguntó en su cuenta de Twitter la activista y columnista colombiana Catalina Pérez-Navarro, el 23 de abril de 2016. Cientos de miles de mujeres respondieron con la etiqueta #MiPrimerAcoso desde múltiples lugares de habla hispana. Un reportaje realizado por Distintas Latitudes revela que la mayoría de las historias compartidas ocurrieron en la infancia de las denunciantes, que 4 de cada 10 agresiones llegaban al grado de abusos sexuales y que la mitad de las mismas habían ocurrido en las calles.
En octubre de 2017 irrumpieron tanto el movimiento global Me Too como sus múltiples variantes locales, a las que se adhirieron millones de personas –principalmente mujeres– para denunciar el acoso sexual como una forma de violencia de género y unirse en la exigencia de una transformación social.
El tema no tardó en llegar a los espacios de reflexión exclusivos para hombres, tales como los que impulsa la organización Gendes para avanzar hacia una igualdad sustantiva. Su director y fundador, Mauro Vargas, relata en entrevista que las primeras reacciones a estos movimientos de buena parte de sus alumnos fueron de enojo y de molestia.
“Para muchos ha sido indignante ser percibidos así, porque hasta hace unos cuatro o cinco años estaba muy naturalizado el acoso como algo cercano al cortejo, a la adulación o a la admiración de los cuerpos de las mujeres, más que como una forma invasiva de relacionarse y, eventualmente, incluso, como un delito”, comenta Vargas.
Él y su equipo, sin embargo, lo tomaron como una oportunidad para continuar un trabajo de reflexión, intervención, investigación e incidencia que la organización realiza desde 2003, en colaboración con empresas, gobiernos, asociaciones civiles y el sector académico. Algunos hombres acuden de manera voluntaria mientras que otros lo hacen por requerimiento de su institución o por mandato judicial.
El sociólogo explica que una clave en los talleres, diplomados o capacitaciones ha sido insistir en que el cambio es necesario en materia de derechos y que, en general, no se trata de señalar a una persona concreta sino a un entramado cultural que alienta y normaliza el acoso hacia las mujeres.
“Lo que les decimos es que sí tenemos que aprender nuevas formas de vincularnos que siempre respeten, y que siempre tengan por delante la noción del consentimiento como un aspecto fundamental para relacionarse”, dice Vargas. Otra forma de sensibilización consiste en desarrollar empatía, para lo cual el profesor guía a sus alumnos en ejercicios de imaginación.
“Imagínate que a partir de tus 11 o 12 años empiezas a recibir expresiones recurrentes sobre tu cuerpo nada más porque eres mujer, y porque el otro se siente con el poder, y porque hay una cultura indolente que deja impunes este tipo de dinámicas. Si te pones en los zapatos de ellas, te das cuenta de que es muy desgastante, y en cuestión de derechos va minando la capacidad de acceder a oportunidades o de quedarte en ellas, porque es muy incómodo estar en un trabajo donde el jefe te mira de cierta forma; o en la calle tener que hacer rutas más largas o pensar qué te vas a poner cada vez que sales”, refiere.
Mauro Vargas narra que fue gracias a una profesora de la licenciatura en sociología, a finales de 1980, cuando comenzó a darse cuenta de los efectos que tenía el machismo del sistema patriarcal en él y en su círculo cercano. Notó por primera vez los privilegios que tenía por ser hombre, como la posibilidad de mudarse de su natal Ensenada a la Ciudad de México para estudiar una carrera, lo cual se le negó más tarde a su hermana menor. Pero Vargas también observó que la otra cara de la moneda no era tan agradable. “El privilegio entraña muchas trampas para mí mismo, porque no sé expresar emociones ni vincularme de forma respetuosa, duradera, grata y bonita; si no logro sembrar amor y ternura genuina, voy a cosechar soledad y a sufrir como persona”, reflexiona.
El gran desafío de Gendes, en opinión de su director, es “lograr que cada sujeto viva un proceso de cambios ontológicos que le resignifiquen y le permitan modificar conductas”. Él está convencido de que ningún país puede decirse democrático “mientras una mujer siga sintiendo miedo al salir al espacio público sólo por ser mujer”.
Nuevas masculinidades
Muchos años antes de la llegada del Me Too, una joven abogada de Estados Unidos se atrevió a argumentar que el acoso sexual era una forma de discriminación contra las mujeres. Su nombre es Catharine MacKinnon y su libro publicado en 1979, Sexual harassment of working women (Acoso sexual hacia las mujeres trabajadoras), marcó un hito en el marco legal de su país contra esta forma de violencia.
Hoy, a sus 75 años, MacKinnon continúa defendiendo los derechos de las mujeres con respecto a este y otros temas. En El derecho y la cultura, un texto que escribió para ¿Qué medidas se deben adoptar? Promover el cambio cultural para acabar con el acoso sexual (de ONU Mujeres), la catedrática sostiene que la mayoría de las culturas, desde las transnacionales hasta las corporativas y familiares, “promueven y permiten formas de agresión sexualizada casi unánimemente por parte de hombres y dirigida contra mujeres y niñas”. En otras palabras, “no hay forma de violencia contra las mujeres en el mundo que no sea cultural o que incluso se fomente como señal de masculinidad”.
Esa masculinidad, o las creencias sobre cómo deben pensar y actuar quienes nacen con un cuerpo de hombre, son transmitidas por “los padres, las familias, los medios de comunicación, los pares, las mujeres y otros miembros de la sociedad”, como se explica en una investigación elaborada en 2017 por Promundo, una organización internacional enfocada en la igualdad de género mediante la promoción de masculinidades saludables.
La caja de la masculinidad. Un estudio sobre lo que significa ser hombre joven en Estados Unidos, el Reino Unido y Méxicoconsistió en encuestas y grupos de discusión con hombres de 18 a 30 años de los tres países para indagar cuáles eran los mandatos más comunes de la masculinidad. Luego los clasificaron en siete grandes pilares: valerse por sí mismos sin pedir ayuda, actuar como machos fuertes, ser físicamente atractivos, ceñirse a roles de género que son rígidos, ser heterosexuales, realizar proezas sexuales y resolver los conflictos por medio de la agresión.
Una de sus conclusiones para el caso mexicano es que los jóvenes que más se identifican con estas nociones restrictivas de la masculinidad son tres veces más propensos a cometer acoso sexual, en comparación con sus pares “que rechazan estos comportamientos y en su lugar adoptan ideas y actitudes más positivas y originales sobre lo que debe creer un hombre y sobre cómo debe actuar”.
Elegir estas nuevas formas de ser hombre frente a las nociones tradicionales implica un proceso de reflexión y autoconfrontación que no resulta fácil en una sociedad patriarcal, asegura en entrevista Ricardo Arce, un profesionista de 34 años que es cofundador del proyecto Hombres Completos. Se trata de un espacio seguro en Guadalajara, Jalisco, para que los participantes compartan sus inquietudes y experiencias sobre cómo los mandatos de la masculinidad los atraviesan a ellos y a sus relaciones.
“Es muy fuerte confrontarte con el hecho de que parte de tu historia ha sido transgresora: echar carrilla pesada (bullying), cometer acoso sin darte cuenta, abusar, no ser tan considerado… Involucra mucho autoconocimiento y encontrarte con cosas que no quieres ver, pero es necesario, y en estos espacios buscamos que el proceso sea acompañado”, comparte Arce.
También explica que las sesiones grupales que realizan aproximadamente una vez al mes parten de temas específicos –como la expresión de las emociones, la relación de pareja o el autocuidado– y se abordan de manera democrática y circular, lo que significa que no hay expertos, entre todos los participantes se autorregulan y buscan llegar a nueva ideas.
“La intención no es darnos golpes de pecho o generar culpas sino ver una oportunidad de cambio y desarrollo personal”, continúa. “Nos queda claro que nuestra posición en el movimiento feminista, más que estar ahí o involucrarnos, es hacernos responsables de nosotros mismos”.
Ciudades contra el acoso callejero
Algunas de las ciudades mexicanas que han llevado a cabo acciones o proyectos para combatir de manera específica una forma de acoso sexual muy común, que es el acoso callejero, han sido Ciudad Juárez, Guadalajara, Querétaro y la Ciudad de México.
En el caso de Ciudad Juárez, el Instituto Municipal de las Mujeres (IMM) realizó en el 2017 una investigación llamada Acoso sexual callejero en el Centro Histórico de Ciudad Juárez: percepciones, manifestaciones, distribución geográfica y aproximaciones, en la que se encontró que siete de cada diez mujeres se sentían inseguras al transitar por la zona centro y que uno de los principales motivos era precisamente el acoso sexual callejero.
Alejandra Rodríguez Matamoros, directora de comunicación del IMM Juárez, cuenta que con los datos recabados, el instituto diseñó una campaña dirigida a los hombres, ya que ellos cometen 97 por ciento de las agresiones. La pandemia de COVID-19 se atravesó en el camino y el organismo decidió usar las medidas de prevención como el distanciamiento social a su favor llamándola “Rechazar el acoso callejero también es sana distancia” e hizo cubrebocas con la frase.
La campaña contó con spots publicitarios e intervenciones en las zonas de mayor incidencia. También tuvo más de 12 embajadoras para difundir el mensaje, como las actrices Ofelia Medina y Morganna Love y la Miss Universo, Andrea Meza. En julio de 2021, las actividades finalizaron con una canción escrita por los raperos Raprámuri cuya letra menciona “el acoso callejero es un acto de violencia que amedrenta el autoestima y rompe la seguridad”.
Gracias, en buena medida, al impulso del IMM Juárez, para septiembre del 2020 se aprobó la modificación del Reglamento de Justicia Cívica, Policía y Buen Gobierno de Juárez para sancionar el acoso callejero con hasta 36 horas de trabajo comunitario, arresto o multa económica. Pero Rodríguez señala la importancia de no quedarse en la perspectiva punitiva, generar reflexión y cambiar los valores. “Sí es importante lograr hacer cambios en los reglamentos, pero tienen que estar acompañados de cambios culturales porque existen reglamentos y leyes que norman lo que debería de suceder, pero cuando sales a la calle, hay una brecha con lo que realmente ocurre. Con la campaña queríamos generar una reflexión que nos lleve a cambiar toda una serie de valores y de concepciones que nos hacen interrelacionarnos de cierta forma entre hombres y mujeres en el espacio público”, comenta la funcionaria.
Guadalajara es otra de las ciudades mexicanas que ya modificó su reglamento municipal para sancionar el acoso callejero, en 2019. Ese mismo año, el Gobierno de Jalisco comenzó a desarrollar el programa Puntos Púrpura, con el objetivo de prevenir el acoso y los abusos sexuales en los autos de plataformas electrónicas. Laura Angélica Pérez, directora de Prevención de las Violencias en la Secretaría de Igualdad Sustantiva entre Mujeres y Hombres, explica en entrevista que a partir de las denuncias en la Fiscalía obtuvieron datos para diseñar una estrategia de prevención.
Se identificaron las zonas y horarios de mayor incidencia. La mayoría de las mujeres que denunciaron habían solicitado el servicio de coches por aplicación las madrugadas de los viernes, sábados o domingos, y desde zonas con cafés, restaurantes, bares y centros de esparcimiento. Por eso en los alrededores de estos establecimientos se han colocado 13 “tótems” o Puntos Púrpura, con la intención de que sean espacios seguros para que las mujeres esperen el servicio. En cada uno se encuentra una cámara del Centro de Coordinación, Comando, Control, Comunicaciones y Cómputo (C5), un botón de pánico conectado directamente a la policía municipal, mayor iluminación y la posibilidad de cargar el teléfono.
En Querétaro, las acciones contra el acoso han sido impulsadas desde la ciudadanía, en particular por las activistas Ángela Ortiz y Angelina Espejel, quienes trabajan desde 2017 en el proyecto Siempre Seguras. Ellas cuentan en entrevista que partieron de la indignación que les generaba la recurrencia del acoso callejero hacia ellas mismas y hacia sus amigas y compañeras. “En una charla resultó que a todas nos habían acosado llegando al trabajo, a todas nos había tocado experimentarlo”, dice Ortiz-Espinoza.
Al querer informarse sobre el tema, las activistas también se dieron cuenta de la ausencia de datos. Por eso decidieron generarlos ellas mismas con monitoreos de redes digitales y luego con el desarrollo de la aplicación Siempre Seguras para mapear los casos, que ya está disponible en todo México para Android. “Los datos nos pueden ayudar a revelar si existen patrones en los lugares donde hay más acoso, a intentar dar una explicación y prevenir a la ciudadanía”, comenta Espejel Trujillo.
En su ciudad lograron una alianza con el Instituto Queretano de las Mujeres para obtener financiamiento y contribuir a visibilizar una problemática que requiere del desarrollo de políticas públicas. Las activistas esperan que, en algún momento, Siempre Seguras sea el primer observatorio nacional de acoso callejero en México, inspiradas en proyectos que ya existen en países de Latinoamérica como Chile, Colombia y Uruguay.
Finalmente en la Ciudad de México, el gobierno de Claudia Sheinbaum puso en marcha el programa “Senderos Seguros: Camina Libre, Camina Segura”, gracias al cual, hasta enero de 2021, se rehabilitaron más de 260 kilómetros de calles y avenidas. Con acciones como la construcción de banquetas, la señalización de cruces peatonales, el bacheo, la pinta de murales y la colocación de cámaras de vigilancia y botones de emergencia, pretende mejorar el espacio público y prevenir las violencias contra las mujeres en las calles.