Sin mucho ruido
¿Es necesario un burro en La Roqueta?
El atractivo icónico de Acapulco es la Isla La Roqueta y no el burrito. Hay que tenerlo claro, pues Manolín no representa a la isla, sino a la ausencia de una política turística sustituida por ocurrencias, y a empresarios bien intencionados llenando el vacío de funcionarios incapaces.
Unas cuantas personas en busca de reflectores decidieron por todos los acapulqueños que Manolín, un asno joven conseguido en donación, tenía que ser separado de sus padres y trasladado en una embarcación a la isla La Roqueta para vivir enjaulado.
La “justificación” es todo un ejemplo de por qué Acapulco se ha quedado rezagado en el mercado turístico internacional, e incluso en el nacional: el pensamiento lineal de que donde hubo un burro, debe seguir existiendo un burro. Y vaya que los hay de sobra.
En la época dorada de Acapulco, aquella que por ser única es irrepetible y por tanto obliga a renovarse o rezagarse, hubo efectivamente un famoso burro borracho o cervecero en la isla que se ha tratado de mantener vivo como ícono de la isla.
Habría que conocer si la Dirección Municipal de Turismo, o la Secretaría de Turismo Estatal, la Facultad de Turismo, el Colegio de Licenciados en Turismo, o la Canaco que impuso el traslado de Manolín e involucró a la propia alcaldesa Abelina López Rodríguez en la polémica que se viene con las asociaciones protectoras de animales, cuentan por lo menos con alguna encuesta seria que demuestre que los turistas visitan La Roqueta por ver a un burro, o sí lo hacen simplemente para conocer y estar en una isla, disfrutar el sol, la playa, la vista de Acapulco desde La Roqueta, y saborear unos deliciosos mariscos.
La verdad es que se trata de una mera ocurrencia, ya que tiene varios años que las autoridades de turismo ni siquiera realizan o dan a conocer la encuesta de grado de satisfacción del turista. Es más, datos tan sencillos y en su haber como comparativos de ocupación hotelera, derrama económica, estadía y gasto promedio jamás los difunden, ni aunque uno los pida vía las vocerías a las que se paga un salario con nuestros impuestos.
Claro que no necesitamos tener físicamente yopes para promover los abandonados sitios arqueológicos de Acapulco, o al general José María Morelos y Pavón o a los conquistadores españoles para contarle a los turistas de las batallas en el Fuerte de San Diego y el Fortín de la colonia La Mira.
Si en algunas haciendas del Bajío convertidas en hoteles contratan a grupos teatrales para escenificar leyendas (no necesitan que se aparezca la llorona), ¿por qué en Acapulco no se apoya a los grupos artísticos para que lo hagan en el Fuerte de San Diego o Palma Sola y que los turistas de los cruceros tengan algo más qué ver que el baile de La Iguana y a funcionarios que ni conocen tomándose fotos para el Facebook cada que llega barco?
¿Por qué en La Roqueta no se pone una escultura del burro borracho como las alitas esas del parque incluyente del golfito para que los turistas se tomen la foto para su Instagram y su Facebook, y así promuevan La Roqueta y Acapulco sin involucrar a un animalito cuyo bienestar está en duda?
Viéndonos más modernos y pensando no linealmente, si no más bien fuera de la caja, se puede invertir en experiencias interactivas digitales que acompañen la narración oral o los recorridos temáticos con guías especializados.
Los burros son animales sociales y requieren la compañía de otros de su misma especie, aparte de una buena extensión de terreno rico en pastos para establecer su territorio. No convivir con otros asnos puede causarle a Manolín estrés, soledad, problemas de comportamiento y hasta de salud.
No soy experto en burros pero basta buscar un poco en Internet, que es lo mínimo que se pudo hacer antes de decidir a la ligera llevar a otro ejemplar a sufrir y morir solitario en La Roqueta.
En la época Dorada no había ni leyes de bienestar animal, ni las herramientas de marketing, ni los funcionarios expertos que se supone que hoy los gobiernos federal, estatal y municipal si tienen expertos en ecología y turismo, a los que pagan muy bien como para hacer alguna contrapropuesta a las ocurrencias tradicionalistas como la de la Canaco, que no tiene la culpa de llenar el vacío de quienes solo se dedican a cobrar y tomarse fotos.
No hace falta un burro en La Roqueta, pero sí urgen decisiones sustentadas en datos y no en ocurrencias, una política turística transversal con mucho énfasis en las buenas relaciones intergubernamentales para que dependencias de los tres niveles de gobierno participen en el desarrollo del producto turístico de Acapulco, mucho respeto a la ecología y al bienestar animal, pero sobre todo que se tome en cuenta a todos los ciudadanos y no solamente a algunas personas, sobre todo cuando se trata de un atractivo icónico, que hay que aclarar, es La Roqueta, y no el animalito.