Teléfono rojo
Llama la atención la magnitud del descontento, especialmente en el ámbito digital, por el reconocimiento del presidente López Obrador de que el programa social de su gobierno a favor de los pobres se corresponde a una estrategia política. Política no solo electoral porque afirma que su clientela hará la defensa de su proyecto mediante el voto y, también, con la acción directa, como pretendió cada vez que encaró una derrota electoral. Idea que se corresponde, igualmente, al manual del populista, como con Donald Trump en el asalto al Capitolio o ahora con las huestes golpistas de Jair Bolsonaro en el asalto a las instalaciones de los poderes públicos.
El descontento se desbordó como si fuera la primera ocasión en que López Obador incurría en un dislate verbal, cuando el exceso se da desde los primeros días del gobierno. No sólo son mentiras o medias verdades. La mañanera ha sido el vehículo para un despliegue propagandístico y de recurrente agresión a los adversarios políticos, reales e imaginarios. El complot vive en la mente del presidente, y traslada todo impacto adverso a un ataque de quienes ve como enemigos políticos.
Estos meses dan cuenta de ello. Así sea su versión sobre el origen del atentado contra Ciro Gómez Leyva, el escándalo por el presunto plagio de la ministra Yasmín Esquivel o la reacción pública por el accidente en el Metro de la Ciudad de México. Prácticamente cada acontecimiento en su desgracia es denunciado en la mañanera como embestida de los conservadores, incluso la postura de la oposición o la tarea de los medios en el escrutinio al poder. La victimización es día a día, y bien le ha resultado. Él mismo se dice el presidente más atacado desde Madero, en alusión a la prensa golpista, logrando inhibir a los empresarios de los medios en el cumplimiento a plenitud de las responsabilidades de sus negocios y volviéndolos proclives a reproducir la propaganda oficial. Cabe señalar que los espacios de opinión son irrelevantes en la formación del consenso entre el gran público, aunque impactan círculos de influencia y de decisión, de allí el juego de la autocensura.
Toda vez que los excesos verbales y dislates han sido la constante, la encendida reacción pública a su reconocimiento del propósito que subyace en su política social lleva a pensar que el país ha ingresado a un nuevo momento, diferente ante el abuso del Ejecutivo. Sin embargo, todos, presidente, opinadores y adversarios piensan en términos de votos, cuando el ámbito de la política va más allá. Que el presidente no crea en las instituciones debe preocupar a la vista de las elecciones de 2024 y un eventual desenlace adverso; que reconozca la derrota electoral de su proyecto político no está en el escenario posible ni probable.
La embestida contra el INE y el Tribunal Electoral tiene explicación y sentido. Es de ingenuidad extrema dar por cierto que el propósito sea reducir el gasto electoral. El diseño se corresponde al propósito de debilitar a la institucionalidad existente para conducir el proceso electoral. Para ello no se requiere asaltar las urnas, simplemente crear las condiciones para una elección con los dados cargados y con autoridades incapaces de cumplir su cometido.
De hecho, desde hace tiempo se están alterando las bases para una elección justa. El presidente dio el banderazo de campaña anticipada durante la elección intermedia, sin importar que debilitara la conducción institucional de gobierno. Las precampañas de los suyos se han desbordado y rompen con la legalidad, como fue la consulta para la revocación de mandato, ejercicio supuestamente ciudadano subvertido por el gobierno, su partido y el financiamiento publicitario ilegal. Si esto ocurrió con un INE razonablemente vigoroso e independiente, ¿qué sucedería con órganos electorales débiles y/o colonizados?
Sin embargo, relevante fue la respuesta espontánea ciudadana, manifiesta con claridad el 13 de noviembre y que excedió toda expectativa. Como tal será importante seguir la elección del Estado de México. La de Coahuila no deberá de ser sorpresa, con un triunfo claro de la coalición PRI/PAN/PRD. Estado de México importa por su expresión urbana y una prueba para que el proyecto opositor se articule al sentimiento de indignación ciudadana por el abuso del poder. De alguna manera, los comicios de Coahuila y Estado de México serán laboratorio para 2024.