Teléfono rojo
Martha sintió en vuelco en el corazón, se le doblaron las piernas y una angustia punzante en el estómago la obligó a vomitar la cena mientras escuchaba los gritos de su único hijo al otro lado del teléfono, clamando por su vida.
El número -no identificado- tenía lada de Veracruz, Reynaldo, de 20 años, había viajado este fin de semana con dos amigos más para ver los ensayos de las comparsas de Huehues, la fiesta tradicional de Día de Muertos en la Huasteca Potosina.
Lo inmediato fue el llanto, la angustia, el miedo y la clemencia al interlocutor, que amenazaba con matarlo si no pagaban una supuesta deuda del joven, algo muy cotidiano en México.
Ella no dudó ni por un momento que fuera su hijo, pensaba en el desenlace inminente, hasta que su hermano le confirmaba con señas que estaba en una llamada con Reynaldo, su hijo, que se encontraba bien en el baño de algún parador de la carretera, de camino a casa. Era un engaño, muy convincente.
“¡Puedo jurarte que era su voz, Dios mío, ¡no entiendo cómo, pero era él, era su voz!”, narró aterrada la madre.
Esta parece ser una escena ficticia, pero se suceden cada vez con más frecuencia en México, desde que la Inteligencia Artificial comenzó a ser utilizada por los delincuentes. En su búsqueda de nuevas formas de obtener ingresos ilícitos, de burlar a las autoridades y aprovecharse del desconocimiento que tiene la mayoría de las personas sobre la IA, los criminales han encontrado un nuevo método de extorsión.
Son muchas las aplicaciones que funcionan mediante su uso, muchas de las cuales ofrecen al usuario -gratis o de paga-, la posibilidad de replicar la voz de las personas. Eso añade credibilidad al crimen.
Es complejo recordar desde cuándo las autoridades mexicanas se rindieron ante la realidad de que los grupos delincuenciales en este país poseen una estructura mejor planificada que la suya, y comenzaron a llamarles crimen organizado, incluso con un dejo de resignación.
Homicidas, ladrones, o extorsionadores como en este caso, tienen ahora un ingrediente que los vuelve más peligrosos, más organizados e inteligentes: la IA. Mientras sus estructuras avanzan coordinadamente para cometer tropelías inenarrables y a gran escala en el mundo virtual, la voluntad oficial parece aletargada, dormida, impávida en algún rincón… espectadora, como todos.
Si hace tres años, la Asociación Mexicana de Internet (AMIPCI) contaba pérdidas por cibercrimen en México por hasta 200 mil millones de pesos anualmente, podemos imaginar cómo estamos hoy.
En plena era digital, donde podemos poner voz, rostro y movimiento a lo que nos plazca, estos grupos empiezan a encontrar en la inteligencia artificial (IA) una herramienta poderosa que les permite operar de manera más eficaz y menos arriesgada. Detrás de un ordenador.
La realidad es que, si las autoridades responsables de procurar el orden han sido rebasadas hace mucho en el plano presencial, no puede esperarse menos en el terreno virtual, donde solo nos queda la prevención extrema, cuidando la privacidad de nuestros contenidos y todo aquello que compartimos con ese mundo cotidiano que debe pasar ahora el tamiz de las redes sociales.
Los maleantes ya no se limitan a las calles; ahora se infiltran en nuestra intimidad, delinquen vía home office, a solo un clic de distancia. Con el uso de tecnología pueden manipular escenarios, falsificar documentos, clonar voces e incluso generar imágenes y videos de personas que parecen auténticos, o lo suficiente para engañar a quienes no tienen expertise en el tema. Como ocurrió a esta madre potosina.
Los delincuentes han aprendido a utilizar el Internet como un medio para eludir la ley y operar sin restricciones geográficas; ahora, con la IA, la sofisticación de sus esquemas ha alcanzado niveles alarmantes.
La legislación actual parece estar rezagada frente a los avances delincuenciales, porque las leyes no se han adaptado lo suficientemente rápido para hacer frente a las amenazas que surgen. Es imperativo que a nivel global se tomen medidas inmediatas, que existan leyes que definan el uso permitido de la IA, así como las penalizaciones para quienes la utilicen con fines retorcidos.
No menos importante sería involucrar a las grandes tecnológicas: Las plataformas sociales: Facebook, X, TikTok, Instagram y a las empresas de tecnología que deben asumir un papel activo, con medidas más estrictas de verificación de identidad y monitoreo de actividades sospechosas.
Nuestra confianza y conectividad no deberían ser terreno próspero para el crimen organizado, ahora, inteligente… y cada vez más impune.