
Vientos de recesión en las economías mundiales
Teuchitlán y la impunidad
No hay nada tan peligroso como la impunidad, amigo mío, es entonces cuando la gente enloquece y se cometen las peores bestialidades, no importa el color de la piel, todos son iguales.”
Isabel Allende (Escritora Chilena).
El hallazgo de un presunto campo de exterminio en Teuchitlán, Jalisco, el pasado 7 de marzo, ha dejado una marca imborrable en la conciencia nacional. Más de 200 pares de tenis y objetos personales fueron encontrados por los colectivos de búsqueda Madres Buscadoras de Jalisco y Guerreros Buscadores de Jalisco en un terreno que contenía hornos clandestinos. Estos restos materiales cuentan una historia macabra, una que no fue recogida por las autoridades cuando, según se reporta, ya habían inspeccionado el lugar con anterioridad sin reconocer —o sin querer reconocer— las evidencias de una posible masacre masiva.
La escena es desoladora: montones de calzado apilado, algunos aún con rastros de ceniza, cada par una historia truncada. El símbolo de lo personal, lo cotidiano, convertido en testimonio de exterminio. El silencio del Estado, en contraste, es ensordecedor.
Lo ocurrido en Teuchitlán no es un hecho aislado, sino una pieza más en el rompecabezas del horror que México ha ido armando en las últimas dos décadas. El patrón se repite: hallazgos atroces, colectivos de búsqueda que hacen el trabajo que le corresponde a las instituciones, autoridades omisas o cómplices, y una justicia que nunca llega. El caso nos remite inevitablemente a las masacres de San Fernando, Tamaulipas, en 2010 y 2011, y Cadereyta, Nuevo León, en 2012. En esos episodios, la brutalidad alcanzó niveles históricos. Se habló entonces de “crímenes de lesa humanidad”. Pero más allá del discurso, nada cambió.
Hoy, casi tres lustros después, los mismos mecanismos de deshumanización y ocultamiento siguen operando. El Fiscal General, Alejandro Gertz Manero, calificó el caso de Teuchitlán como “crítico y muy grave” y anunció que la FGR podría atraer la investigación. Sin embargo, condicionó esta acción a la existencia de un “informe preciso” del caso. ¿Cuántas pruebas más se necesitan cuando hay hornos de incineración, restos óseos, objetos personales y cientos de pares de zapatos infantiles, juveniles y adultos?
El discurso oficial sigue siendo el del trámite y la burocracia, mientras que la realidad en el terreno habla de exterminio. La inacción institucional no sólo refleja una crisis de capacidad, sino también de voluntad. La impunidad ha dejado de ser una falla del sistema para convertirse en parte estructural del mismo.
Peor aún, se ha generado una dinámica de normalización del horror. Las cifras ya no conmueven, los hallazgos ya no escandalizan, y los funcionarios ya no responden con urgencia, sino con evasivas y tecnicismos. La entrega de 29 capos del crimen organizado a los Estados Unidos es otro golpe a la justicia mexicana: se sacrifica el derecho de las víctimas a cambio de pactos internacionales centrados en el combate al narcotráfico, mientras los delitos de lesa humanidad, cometidos en suelo nacional, quedan sin castigo y sin verdad.
La historia reciente nos demuestra que ni la atracción de los casos por la federación ni las promesas de investigación han sido suficientes. Las víctimas de San Fernando siguen esperando justicia. La Comisión Forense, creada en 2013, continúa, más de una década después, identificando restos y corrigiendo errores cometidos por autoridades que actuaron con prisa, negligencia o dolo. ¿Acaso Teuchitlán correrá la misma suerte?
Lo que se necesita ahora no es un nuevo expediente, sino un viraje radical en la manera en que el Estado mexicano aborda las violaciones graves a derechos humanos. Se requiere una investigación federal seria, con enfoque de justicia transicional, verdad y reparación. Pero sobre todo, se necesita reconocer que lo que ocurre en México con la desaparición forzada, la tortura y la incineración de cuerpos no es un fenómeno aislado ni accidental. Es una práctica sistemática que involucra a redes criminales, actores estatales y estructuras de impunidad.
Teuchitlán es un llamado a despertar. Es la advertencia brutal de que, si no se actúa ahora, este país continuará acumulando campos de exterminio, fosas clandestinas y familias rotas. Que no se diga que no sabíamos. Los tenis están ahí. Las pruebas están ahí. La historia está esperando que alguien tenga el valor de escribirla con justicia.
Que esta vez, al menos esta vez, no gane el olvido.
Recordemos que solamente Juntos, Logramos Generar: Propuestas y Soluciones.
JLG.